Lo más terrible que acontece con los muertos de una dictadura, es que los convierten en números, en estadísticas. En informes pormenorizados.
La muerte es la abstracción más absoluta. Tanto que los muertos no tienen la posibilidad cómo expresarla. No pueden contarla, referirla ni atestiguarla. Ni siquiera el último aliento de alguien que va a morir, es suficiente para invocar una explicación ante aquello que se le avecina desde lo desconocido.
A nadie le importa su último auxilio que ahoga el susurro de la impiedad. Es un umbral que se transita indefectiblemente solo. El mismo Dios se ausenta. Porque los muertos no tienen la posibilidad de regresar. Una vez que alguien es asesinado entra en el proceso del definitivo destierro.
Sólo el espejismo del espanto lo recuerda brevemente, después es progresivamente olvidado. Los vivos comienzan a recordar a los muertos como ajenos, como un objeto que se puede poner y deponer. Sus pertenencias personales se convierten en una poderosa ausencia que se aferra hasta del estorbo, en ese espacio donde existió. Entonces, hay que deshacerse de ellas. Inclusive, de la última fotografía.
Lo más terrible que acontece con los muertos de una dictadura, es que los convierten en números, en estadísticas. En informes pormenorizados. Los únicos que no habrán de impersonalizar al muerto, así le hayan arrancado su preciada vida, son sus deudos, aquellos afectos más cercanos que estarán condenados a vivir el calvario de llevar a cuesta, por toda su existencia, el perturbador y obsesivo recuerdo de una de las formas más crueles de la muerte: la tortura. Esa lenta agonía que desmiembra el cuerpo, la psiquis y el alma de un ser humano, con un devastador dolor que no se puede describir.
Pero, sí disfrutar hasta el frenesí, por los verdugos. Negociar con los asesinos de los muertos de una dictadura, es más que un desafío ético, es un acto de impudicia existencial. A menos que el negociador político, en una despierta e inesperada estrategia, se presente en la mesa de negociaciones, con el cadáver de ese ser a quien le borraron los mejores recuerdos de la vida, justo antes de partir para siempre.
Entonces, en medio del escándalo de los mediadores y observadores nacionales e internacionales, el negociador político ejecutará, en un acto impredecible, a los asesinos del cadáver.
Edilio Peña
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