Cuando vemos las airadas discusiones que se levantan cada vez que se menciona la palabra “diálogo”, no podemos calificar a dicho término de otra forma que no sea polémico. Y no ha sido diferente a propósito del nuevo encuentro entre actores políticos venezolanos, esta vez en Barbados.
Hay que comenzar diciendo que por supuesto, el hartazgo y la desconfianza tienen razones de existir. Se nos han ido tres lustros en intentos de diálogos entre los dos polos políticos del país y el empeoramiento de nuestras condiciones de vida son el mejor ejemplo de que tales esfuerzos han sido estériles.
Sin embargo, también hay que decir que las condiciones han cambiado. Justamente el inocultable deterioro de lo que hoy significa vivir en esta tierra ha alertado al mundo sobre la situación excepcional que sucede en Venezuela.
La cantidad de migrantes que sale de nuestro territorio a como dé lugar es el mejor testimonio de que nuestra situación actual es insoportable.
Organismos internacionales, países vecinos e incluso lejanos, siguen con interés el acelerado deterioro de la nación que alguna vez fuera la joya de la corona en América Latina.
Este escenario no existía en ninguno de los intentos de diálogo previos.
Y es justamente por eso que, desde nuestro punto de vista, no se puede desperdiciar ninguna alternativa de encuentro entre las partes en este momento.
Descartar alguna opción posible para resolver nuestras diferencias sería no entender la dimensión de la crisis y sobretodo lo que hemos vivido en más de veinte años.
Es la urgencia del sufrimiento de la ciudadanía lo que hace imperativo trabajar por todos los flancos. En un padecimiento tan inédito como el de nuestro país, no se puede descartar ninguna alternativa. No nos podemos permitir que los sentimientos legítimos de ira y frustración nos lleven a lanzar al fondo del mar las llaves de los candados que nos aprisionan. El corazón caliente nada más es útil si se le hace contrapeso con la cabeza fría.
Existe una delegación de las fuerzas alternativas democráticas, la cual está revestida de legitimidad. Podemos no estar de acuerdo en muchas cosas, podemos ver diferentes matices, podemos increparlos, criticarlos, exigirles. Para eso son nuestros servidores públicos. Pero si tras ello no hay una intención de aporte constructivo para salir de esta trampa, entonces es como dispararse en el pie.
Lo que sería una torpeza enorme es dudar de la legitimidad de un liderazgo que se ha venido construyendo con los años, a fuerza justamente de sangre, sudor y lágrimas, como dijera aquella frase famosa de Winston Churchill. Y, probablemente, al igual que el emblemático líder inglés que logró sobreponerse a la Segunda Guerra Mundial, no podamos ofrecer a nuestra gente mucho más que eso mientras terminamos de atravesar este oscuro túnel que parece no tener final. Un final que tenemos que construir nosotros mismos.
Con esto queremos decir que lo perfecto es enemigo de lo posible. Que no debemos abrigar esperanzas falsas de soluciones mágicas. Que existen naciones que han logrado superar pruebas similares a la que nosotros enfrentamos hoy, pero que se han debido hacer cesiones de parte y parte. Como también hay principios que no son negociables, y demandamos a nuestros representantes que sean defendidos y preservados, porque es cierto: no tendría sentido ceder las más elementales exigencias y derechos de una colectividad puesta contra la pared por incontables penurias, muy bien detalladas en el contundente informe de la comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet.
Dar el brazo a torcer en lo medular es algo impensable, por cierto. La fuerza está de nuestro lado. No solamente la de la verdad y la de la ética, sino la de todos los que han comprendido en el mundo entero lo que está sucediendo aquí. La de quienes no se han dejado marear por una costosísima propaganda que no ha podido tapar el sol con un dedo. La de quienes están del lado de los venezolanos.
Quienes juegan al malentendido en la comunidad internacional ya han sido desenmascarados. Ya los lobbys y los cabildeos para ganar voluntades no funcionan. La realidad es estridente y grita. Estamos a punto de entrar a la tercera década del siglo XXI. La tragedia se cuela por todas las rendijas imaginables, en esta era altamente tecnológica.
Y sí, nos anotamos entre quienes piensan que los rumores que intentan torpedear la unidad de los demócratas venezolanos, provienen de quienes necesitan fracturar con la mayor urgencia posible a esta incuestionable mayoría.
El diálogo no es traición. Es sensatez, para mantener abiertas todas las puertas posibles a la solución. De monólogos ya hemos tenido suficiente en estos 20 años.
David Uzcátegui
duzcategui06@gmail.com
@DavidUzcategui
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