A nivel filosófico, la abstracción es la operación mental que consiste en aislar, de manera conceptual, una propiedad especifica de un hecho u objeto, dejando de lado el resto de las propiedades. El pensamiento abstracto, hace referencia a la capacidad que tiene un individuo de asumir un marco mental de forma voluntaria; lo cual implica la posibilidad de descomponer el todo en partes en función de analizar de forma simultánea distintos aspectos de una misma realidad, más allá del pensamiento formal que se basa en las experiencias reales al tiempo de ser reversible e interno, a diferencia del abstracto que se sustenta en ideas o conceptos propios de carácter proposicional para expresar las hipótesis y razonamientos junto a los resultados que se obtienen.
La idea del pensamiento abstracto, se emplea para identificar al proceso que posibilita que una persona resuelva problemas de tipo lógico que permita partir de una determinada situación y deducir consecuencias de ésta. A propósito de ello, se hace necesario visualizar el proceso desde, al menos, dos dimensiones: A.- Se deben analizar los distintos elementos de manera aislada; B.- Se debe prestar atención al conjunto en función de apreciar un patrón de comportamiento. Así contextualizado, el pensamiento abstracto ha de entenderse como la disposición de las personas para crear ideas originales o plantear situaciones que nos ayuden a anteponernos a posibles escenarios; para lo cual se requiere de una desconexión parcial con el mundo material y el hallazgo de relaciones y vínculos con lo que no vemos, es decir, con las ideas, las nociones y el mundo inmaterial. Al propio tiempo, el pensamiento abstracto nos permite mirar con perspectiva cualquier asunto, de lo cual se derivan numerosos beneficios tales como: 1.- Análisis de probabilidades y escenarios alternativos; 2.- Impulsa la creatividad; 3.- Ayuda a la formación de criterio personal; y 4.- Favorece la independencia personal.
El raciocinio, permite penetrar en la profundidad de las cosas, distinguir lo esencial de lo no esencial, diferenciar lo externo de lo interno y extraer lo más importante y decisivo; siendo que para lograr esos objetivos el pensamiento sigue en mucho el camino de la abstracción, entendido como un proceso mental que facilita separar y prescindir de todos los elementos secundarios e intrascendentes de un hecho y destacar lo principal; es decir, aquellas propiedades sin la cual no existiría. El razonamiento, por su parte, es una actividad mental que permite estructurar y organizar pensamientos para desarrollar y perfilar una conclusión.
En un contexto complementario, cabe preguntarse: ¿Para qué sirve la política? De forma previa, resulta conveniente delimitar ¿Qué entendemos por política? En el diccionario de la Real Academia Española pueden encontrarse varias acepciones del vocablo política, tales como: a.- Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos; b.- Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo. A estas dos acepciones, agregamos la muy conocida definición de Max Weber: La política es una lucha para alcanzar el ejercicio del poder.
Para el ciudadano de a pie, ¿qué le significa la actividad política? Ante todo, debemos de destacar que el ciudadano latinoamericano, en general, y el venezolano, en particular, ha experimentado múltiples decepciones políticas ante los nefastos resultados de la gobernanza luego de haber ejercido su derecho constitucional de votar, al punto de sentir que las instituciones políticas no lo representan y que de igual modo no les tienen confianza ni se sienten bien representados por los partidos políticos, ni por la asamblea nacional (menos por la constituyente), ni por el poder judicial, ni por los militares, ni por el propio gobierno, quien, en su opinión, no lo hace en favor de la mayoría sino privilegiando a los grupos de influencia y en particular a sus más cercanos activistas, colaboradores y “amigos”; lo cual los lleva a la percepción que la “política” no nos sirve o que se debe hacer de otra manera promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y la economía.
Contradictoriamente, pero con desprendimiento lógico, el ciudadano valora en alto grado a los ¡caudillos!, entendidos como un líder político, social o militar que tiene gran poder de influencia sobre un grupo significativo de personas, que ejerce su liderazgo a la luz del cumplimiento de las funciones de guía y conductor para una nación entera.
Reflexión final: En la conflictiva Venezuela del presente, amenazada con un colapso total, se hace urgente el resurgir de la figura de un (unos) caudillo (s) modernizado (s) que se coloque (n) por encima, tanto de la “sargentería” partidista como de los traficantes de influencia que en ambos casos manejan sus propios intereses personales soterrados; hasta colocar al país como el interés superior al tiempo de hacer que la política sirva para hacer mejores personas y mejores ciudadanos.
Jesús Alexis González
@JesusAlexis_Gon
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