El guerrero y el poeta, el pragmático y el idealista, entendieron que hay guerras no sólo necesarias sino inevitables cuando se trata de conquistar y preservar la libertad.
Desde el comienzo de su campaña por la presidencia Donald Trump prometió poner fin a los conflictos militares extranjeros que no tuvieran una relación directa con la seguridad de los Estados Unidos. Después de ser electo, en numerosas ocasiones ha dicho que no es presidente del mundo sino presidente de los Estados Unidos de América y que este país no puede ser el policía de todo el planeta. De ahí el lema que encabezó su campaña electoral y definió su pensamiento político: "Hagamos grande a América".
Este pensamiento de Trump se encuentra en total concordancia con los consejos dados por George Washington a sus conciudadanos durante su discurso de septiembre de 1796 anunciando que no aspiraría a un tercer período presidencial. El hombre que encabezó la Guerra de Independencia contra Inglaterra, dijo específicamente: "Mantengamos la paz, el comercio y la amistad con todas las naciones; pero alianzas o conflictos militares con ninguna". Trump, como Washington, es contrario a la guerra.
De igual manera, nuestro José Martí, el arquitecto de nuestra Guerra de Independencia de 1895, era tan contrario a la guerra que recurrió a ella cuando se le habían agotado todas las demás opciones. Por eso la llamó: "La guerra necesaria". Yo me he apoderado de la frase para encabezar este artículo. El guerrero y el poeta, el pragmático y el idealista, entendieron que hay guerras no sólo necesarias sino inevitables cuando se trata de conquistar y preservar la libertad.
Es cierto que la guerra debe de ser el último recurso de cualquier nación civilizada. Pero no por ello deja de ser un elemento crucial de una diplomacia exitosa. Una amenaza creíble de guerra es el único estímulo que lleva a la mesa de negociaciones a bribones como Vladimir Putin, Kim Jong-un, Hassan Rouhani y Xi Jinping .
La frase "Paz por medio de la fuerza" fue utilizada por primera vez por el Emperador Romano Adriano en el primer siglo de la Era Cristiana. Ronald Reagan la hizo piedra angular de su presidencia en 1980. Fue precisamente, una amenaza creíble de guerra el arma que utilizó Ronald Reagan para derrotar a Mijaíl Gorbachov en sus negociaciones diplomáticas durante la Cumbre de Reykjavík en octubre de 1986. Como reza la frase a menudo utilizada, lo demás es historia. El 9 de noviembre de 1989 fue derribado el Muro de Berlín y poco tiempo después desapareció el abominable y sanguinario experimento político que fue la Unión Soviética.
Todas estas reflexiones han sido provocadas por las recientes negociaciones entre los Estados Unidos y los Talibanes afganos para llegar a un acuerdo que ponga fin a una guerra que se ha prolongado por 18 años, la más larga de este país a través de toda su historia. Pero lo más preocupante es que, en su prisa por cumplir una promesa de campaña, Trump cometa el error de firmar un acuerdo de paz que ponga en riesgo la seguridad de los Estados Unidos.
Debe tener presente que fue precisamente desde territorio afgano que los terroristas de al Qaeda lanzaron el ataque contra las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio el 11 de septiembre de 2001. Que ante las presiones a las que se encuentra sometido ISIS en Iraq y Siria podría trasladar muchas de sus operaciones a territorio afgano. ISIS ha sufrido daños considerables pero no está totalmente derrotado y podría resucitar en cualquier momento. Porque es casi imposible erradicar el odio de la mente torcida de los fanáticos que integran cualquier fundamentalismo religioso.
Por otra parte, de ninguna manera debe de repetir el error de Barack Obama cuando le entregó miles de millones de dólares a los clérigos iraníes antes de que éstos cumplieran una sola de sus falsas promesas. Este es el consejo que le han dado el Secretario de Estado, Mike Pompeo, y el Asesor de Seguridad Nacional, John Bolton. Hasta su amigo el senador Lindsey Graham le ha advertido: "Cualquier acuerdo de paz que le niegue a los Estados Unidos una robusta presencia anti terrorista en Afganistán no es un acuerdo de paz. Es, por el contrario, un camino abierto a otro ataque contra territorio norteamericano o contra nuestros intereses en el resto del mundo".
Sin embargo, los intereses de los Estados Unidos en Afganistán van más allá del terrorismo. Con una frontera común de 2,640 kilómetros, un Afganistán desestabilizado podría desestabilizar a Pakistán y, como resultado, desestabilizar a todo el sur y el centro de Asia. Es importante tener en cuenta que la cooperación de Pakistán, aún cuando hasta el momento no se ha materializado, es crucial para combatir el terrorismo en Afganistán. Y sin dudas el mayor peligro es el hecho de que Pakistán forma parte del limitado club de naciones con poderío de armas nucleares. Resulta inimaginable el infierno en que se convertiría un mundo donde grupos terroristas estuvieran en posesión de armas nucleares.
Luego, Donald Trump tiene que tomarse un calmante y andar con mucha cautela en estas negociaciones. La mejor lección podría encontrarla repasando la historia de las transiciones militares de los Estados Unidos. Cuando terminó la reconstrucción de Japón por el General Douglas A. MacArthur en 1952, los norteamericanos no se retiraron en su totalidad. Se aseguraron de que Japón no volvería a sus andanzas militaristas, así como garantizaron la seguridad japonesa y la de los Estados Unidos dejando una considerable tropa de ocupación norteamericana. Tan reciente como en 2013 había 50,000 soldados norteamericanos destacados en Japón.
Cuando las hordas norcoreanas invadieron a Corea del Sur en el mes de junio de 1950 el Presidente Harry Truman convocó al consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y se creó una fuerza internacional que se enfrentó a la invasión. Cuando se firmó el armisticio que puso fin a las hostilidades entre ambas naciones el 27 de julio de 1953, los soldados norteamericanos no se retiraron en su totalidad. Por el contrario, dejaron atrás una fuerza militar con la misión de garantizar las paz y la seguridad en Asia. En la actualidad, con más de 23,000 soldados, marineros e infantes de marina norteamericanos en Corea del Sur los Estados Unidos envían un mensaje claro y contundente a sus adversarios en la región de que no se dejarán intimidar.
Algo muy similar tiene hacer Donald Trump en el contexto de estas negociaciones con los talibanes afganos. Porque, aún en la remota probabilidad de que los talibanes cumplieran sus promesas de impedir el regreso de grupos terroristas no cuentan con los efectivos militares para impedirlo. Solamente los Estados Unidos pueden hacerlo dejando una fuerza militar de asesoramiento y vigilancia de los militares afganos, tal como lo ha hecho en Japón y Corea del Sur.
No es la solución drástica prometida por Donald Trump durante su campaña electoral, pero es parte de la responsabilidad inevitable que cae sobre los hombros de una potencia mundial como los Estados Unidos. Y, más todavía, es parte de las decisiones difíciles de un presidente que, aunque le moleste admitir errores, tiene que comprender que "rectificar es de sabios".
Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
@AlfredoCepero
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