En época de graduaciones, es frecuente escuchar discursos de los graduandos agradeciendo a sus padres el haber podido culminar esa importante etapa de su vida: “a mis padres que me dieron la vida, que me sostuvieron, que me animaron, que me cuidaron, que se sacrificaron tanto por mi educación”.
Probablemente se trata del alegato más verídico de todo lo que se pueda decir en una disertación de fin de curso. Supondría un contrasentido casi inexplicable que un muchacho atribuya los inconvenientes, las malas calificaciones, los trasnochos, las peleas con los profesores, las calamidades del transporte, los asaltos, los accidentes y demás dificultades a sus progenitores.
Se reconoce el origen del bien, se conoce la causa de haber llegado a la meta, pero resulta indescifrable el problema del mal: ¿Por qué ocurren cosas malas? ¿Es que Dios se ha olvidado de nosotros? ¿Es que la Providencia se olvidó de la nación?. La patria es el origen de todos los bienes. Ningún país está condenado al mal eterno, entre otras cosas porque el mal absoluto no existe.
Hay una asimetría entre lo bueno y lo malo. Sin el bien no existiría el mal. En la práctica, parece que el mal abunda y hace más ruido que el bien; pero es, efectivamente, una cuestión de escándalo y dolor, algo coyuntural. Venezuela tiene un enorme potencial humano y en recursos naturales. Esa asimetría entre todo lo bueno que tenemos y los males que nos aquejan es la raíz de nuestro optimismo. Es imposible vivir en una guerra o atasco permanente.
La corresponsabilidad del caos
Sostiene Carlos Raúl Hernández que la experiencia histórica constata que, cuando el gobierno desata el caos y la destrucción, las fuerzas opositoras asumen representar la ley y el orden. Pero aquí ha ocurrido todo lo contrario: ambos extremos han sido promotores del caos. Desde el 2014 la oposición "cogió la calle", y no ha hecho más que destruir, incluso la Asamblea Nacional.
Cuando todo está destruido toca volver a construir. Veinte años de revolución socialista acabaron con todo lo que podían acabar: instituciones, producción nacional, seguridad pública, moneda, salario mínimo, planes sociales, empresa petrolera, servicios básicos, meritocracia, generaciones de profesionales competentes, finanzas públicas, relaciones internacionales y pare de contar. Por su parte, la estrategia de “La Salida” y sus múltiples versiones, tiene dos características destructivas: la necesidad de salir de Maduro como sea –con guerra, invasión, quiebre militar, muertos, sanciones, huelga general, paro indefinido–, y la destrucción de los partidos políticos sobre la base de que dictadura no sale con votos, ni con organización, ni con liderazgos, ni nada de eso que llaman mecanismos democráticos. Llegaron a la Asamblea Nacional por los votos pero, una vez instalados en ella, desconocieron al CNE, llamaron a la calle sin retorno y emprendieron su agenda destructiva.
Pero Venezuela tiene futuro porque el mal nunca tiene la última palabra. No es un problema de blanco y negro, de todo o nada, del yin o el yang. La realidad es la asimetría entre el bien y el mal. Empleando la sabiduría popular, el bien puede perfectamente traspasar la barrera de los cien años, en cambio “no hay mal que dure cien años”.
Necesitamos un liderazgo inteligente, constructivo, patriótico, sensibilizado con los problemas de la gente, comprometido con la recomposición política del país, que surja de abajo hacia arriba, como fuerza realmente alternativa a la destrucción. El año que viene corresponden elecciones de Asamblea Nacional, y Venezuela está urgida de una dinámica política distinta. La gobernabilidad de la nación está en juego y el gobierno lo sabe.
Mercedes Malavé
@mercedesmalave
mmmalave@gmail.com
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