Los venezolanos nos preguntamos por qué, a pesar de su fracaso de dimensiones galácticas, aún sobrevive el régimen que se instaló en nuestro país hace más de 20 años. No ha faltado la protesta interna, materializada en las calles de Caracas y de las principales ciudades, como se pudo evidenciar en las grandes manifestaciones populares que hemos presenciado. No ha faltado la presión internacional que reclama, a los que actualmente detentan el poder, la vuelta a la democracia. Una suerte de extraña acrobacia política ha impedido la caída.
La crisis es general. Estamos trepando el sexto año de recesión económica y el segundo de hiperinflación. Somos el país más pobre del continente, con un salario mínimo mensual de 40.000 bolívares, es decir, menos de dos dólares (es sabido que, tanto el dólar oficial como el dólar paralelo, están por encima de los 20.000 bolívares), inclusive por debajo de Haití, que tiene un salario mínimo de 78 dólares mensuales, y de Cuba, que tiene un salario mínimo de 16 dólares mensuales. De las más de 14.000 empresas industriales que había antes de que los modernos Atilas arribaran al poder, solo quedan unas 3.000. El sector primario ha ido declinando en el abastecimiento de la demanda de alimentos: en el año 2017 atendía el 30% del consumo nacional, en el año 2018 bajó al 25 %, y este año 2019 cerrará con un 10 %. Más hambre a la vista. La industria petrolera ha sido destruida, macabra faena que comenzó en el 2002-2003 con el despido de más de 20.000 trabajadores y expertos petroleros; actualmente, según la OPEP, estamos produciendo apenas 712.000 barriles diarios, y José Toro Hardy pronostica que “Venezuela está desapareciendo como país petrolero”. Todo eso explica por qué, según el indicador de riesgo-país de J. P. Morgan, “Venezuela representa el peor riesgo de inversión posible en este momento”.
Los servicios públicos están en el piso. En materia de educación, se ha informado que en las escuelas públicas se cumplió apenas el 70 % del calendario previsto en el año escolar 2018-2019 como consecuencia de la crisis económica y la deserción de maestros y alumnos. Según el Sindicato Venezolano de Maestros, en el año escolar 2018-2019, los estudiantes del tramo de la mañana solo recibieron 71 días de clases, en vez de los 200 días que establece la ley para el calendario escolar, en tanto que el turno de la tarde fue de 56 días, lo cual representa “más del 30 % de inasistencia”; pero tiempo sí hay para la ideologización consignada en los textos de la colección “bolivariana” y para la exaltación de la “obra” realizada por el régimen. En materia de salud, la Federación Médica Venezolana (FMV) ha informado que, como consecuencia de la crisis económica y humanitaria que atraviesa el país, “de los hospitales se han ido más de 53 % de los médicos, y de las clínicas y centros de salud privados cerca de 50 %”, y que la dotación de medicinas en los hospitales no llega al 3 %, por lo que los familiares de los pacientes tienen que conseguirlas fuera del hospital; además, han repuntado epidemias que habían prácticamente desaparecido, como la malaria, que ocasionaba en los primeros años del siglo XX una de cada tres muertes registradas en el país, pero que gracias a la gestión del ministro Arnoldo Gabaldón en la era democrática fue enfrentada exitosamente.
En el orden político, presenciamos la muerte de la democracia, pero vuelvo a la pregunta inicial de estas líneas, ¿por qué se han mantenido en el poder sus sepultureros? La respuesta será tema de otro artículo.
Carlos Canache Mata
@CarlosCanacheMa
No hay comentarios:
Publicar un comentario