jueves, 26 de diciembre de 2019

CARLOS CANACHE MATA: EL LIBERTADOR, SU ÚLTIMO ADIÓS. ¿ADÓNDE VAMOS?

Los días navideños se prestan para recuerdos y añoranzas de lo que se ha hecho y de lo que se ha dicho. El pasado 17 de diciembre, cuando se cumplieron 189 años de la desaparición física de Simón Bolívar, vino a mi memoria el discurso que pronuncié el 28 de octubre de 1998, en sesión solemne  de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, sobre el Padre de la Patria. En la columna de hoy, reproduzco la parte final de las palabras de aquella ocasión:

“Llegó a Santa Marta después de una desgarradora peregrinación, no sin pensar antes en ‘irse a morir en tierra extraña’. Había salido el 8 de mayo de Bogotá; el 13 de mayo, estando en Honda, Flores proclamaba la separación (de la Gran Colombia) del Ecuador; el 16 de mayo se va por el río Magdalena hasta la costa; el 25 de mayo llegó a Turbaco; el 1° de julio recibe en Cartagena, donde permaneció cerca de tres meses, la trágica noticia del asesinato, ocurrido días antes, de Antonio José de Sucre en la montaña de Berruecos, lo que agrava su penosa enfermedad y le hiere el alma; de Cartagena pasa a Soledad, a Barranquilla, y finalmente a Santa Marta, el puerto adonde llegó con su equipaje de gloria y dejando a bordo, para que se la llevara el viento, su fe atormentada.

Cuando llegó al escenario de su despedida, traía el corazón atravesado por la soledad y la melancolía. Sus ojos eran ya centellas desfallecientes, su ancha frente lucía como un muro vencido, y su cuerpo todo parecía una enflaquecida antorcha de temblorosa luz. Santa Marta lo sabe. Su estado era tan deplorable que tuvo que ser llevado a tierra en silla de manos. El titán que había nadado en ríos salvajes, que había trepado en montañas nevadas, que había recorrido a caballo media América, ya no podía caminar. En berlina es trasladado el 6 de diciembre a San Pedro Alejandrino, a ese pedazo de tierra que se ha inmortalizado con su muerte. Allí fue donde dijo que Jesucristo, Don Quijote y él habían sido los más insignes majaderos del mundo. El 10 de diciembre dictó su última proclama a los colombianos. Aquella voz que no se iba a oír más, casi apagada, se despedía diciendo, ‘no aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia’. Quería una Colombia integrada y unida, la que soñó y creó en Angostura y que acababa de ser destrozada, descuartizada, por los que buscaban patrias pequeñas para entronizar sus ambiciones sin grandeza.

La agonía terminó el 17 de diciembre, el día último de ‘la trágica expiación de la grandeza’ de que habló Rodó. Allá en San Pedro Alejandrino, en ese suelo, en esas paredes, en esos techos, en el aire, en los árboles, en todo lo que rodea a aquel lugar sagrado, y más allá, en el mar, en los volcanes, en las piedras, en los cielos visibles y en los cielos todavía no descubiertos, golpea el temblor de su último aliento, titila la luz de su postrer mirada, estalla el fulgor de sus sueños pospuestos.

Sí, Padre Libertador, has sido un soñador de sueños pospuestos. No se equivocó  el poeta  Andrés Eloy Blanco cuando dijo que aún eres ‘un hombre a caballo con la esperanza a pie’. Ni se equivocó tampoco otro poeta, José Martí, cuando sentenció que tienes ‘mucho que hacer en América todavía’. Nos falta atender la convocatoria que desde tu lecho de muerte nos hiciste, ya al partir, de unir nuestros pueblos y presentarnos así ante el mundo. Nos falta seguirte para liberar otra vez nuestros pueblos de nuevas formas de dependencia y colonialismo. Nos falta cumplir contigo entregándoles bienestar y vida digna a los que diste independencia.

Se me dijo, Padre, una vez en Bogotá, que, en lo que hoy es Colombia, la gente de una de las culturas prehispánicas representaba frecuentemente a los pájaros en figuras de oro, de piedra, de cerámica, porque, al volar alto, los creían más cerca de Dios.

Allá, en San Pedro Alejandrino, donde dejaste de ser para ser más, donde desapareciste y vuelves todos los días, donde ascendiste a la gloria y notamos como si no te has ido; allá en San Pedro Alejandrino, donde las cosas que tocaste están a nuestro alcance, donde se respira el aire que respiraste, donde nos cubre el mismo pedazo de cielo que fue como tu último sudario;  allá, en San Pedro Alejandrino, Padre, también nos sentimos más cerca de Dios porque nos sentimos más cerca de ti.

En Santa Marta, desde la Quinta de San Pedro Alejadrino, partiste, Padre, para los cielos de la gloria, la gloria inacabable que te habías  ganado, con la palabra y con la espada, a tu paso por la Tierra.

Allí te esperaba la muerte para conducirte a la inmortalidad”.

Carlos Canache Mata
@CarlosCanacheMa

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