La lánguida celebración matutina del golpe del 4-F, sólo sirvió para reafirmar cuán difícil ha sido este comienzo de año para Nicolás Maduro. Cuán aislado y desprestigiado se encuentra en el plano internacional. Fue ese un acto escuálido y militarista al estilo decimonónico, coronado con la entrega al caudillo, por parte del presidente de ese esperpento llamado asamblea constituyente, de un proyecto de ley cuyo propósito es darle alguna legitimidad a la milicia y reducir aún más el espacio de la sociedad civil.
Más tarde, Maduro decidió impedir la entrada al país de la comisión designada por la CIDH para evaluar la situación de los derechos humanos en Venezuela. El gobierno no quería que se corroboraran los dramáticos hechos descritos por Michelle Bachelet en su informe del año pasado. El remedio fue peor que la enfermedad. Ahora los organismos multilaterales encargados de resguardar los derechos humanos, se convencerán de la existencia de un plan para ocultar las violaciones que el régimen comete. La prohibición reafirmará la sospecha de que los delitos pueden ser peores de lo que en el exterior se presume. El propio gobierno se encargó de señalar que Venezuela no es precisamente el Paraíso
Maduro rememoró el día más aciago de la historia reciente del país, con una sobredosis de autoritarismo. No podía ser de otro modo. El ataque artero a la democracia perpetrado en 1992 tenía que recordarse renovando los principios que lo inspiraron: el desprecio a la cultura democrática.
En contraste, Juan Guaidó, luego de una exitosa gira por Europa, fue aclamado por todo el establishment institucional norteamericano. Reunida en el Congreso para escuchar el Mensaje a la Nación del presidente Donald Trump, se encontraba la élite del Partido Demócrata y del Partido Republicano, los miembros de Corte Suprema, del Alto Militar y de los otros poderes públicos. Todos se pusieron de pie para ovacionar al líder de la oposición venezolana, Presidente de la Asamblea Nacional y, para sesenta países democráticos, Presidente Encargado de Venezuela. Luego, Guaidó se reunió con Trump en la casa Blanca. Éxito completo.
Al mismo tiempo, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, famoso por su frío pragmatismo, anunciaba que reconocía a Juan Guaidó como el legítimo Presidente de Venezuela. Fue la manera que encontró el hábil mandatario para córtale la coleta a Pablo Iglesias, señalar que su gestión no está asociada con Maduro -a pesar de ser Iglesias el vicepresidente-, y saldar el incómodo episodio en Barajas, cuando la torpeza del triángulo formado por Ábalos, Iglesias y Delcy Rodríguez, puso en aprietos al joven gobierno de Sánchez. Con esta jugada, el gobernante acerca de nuevo España al resto de la Unión Europea. A partir de ahora será más sencillo para el viejo continente definir una política común con respecto al régimen de Maduro.
La gira de Guaidó al exterior no representa ninguna garantía de que Maduro y su gente van a facilitar una salida pacífica y electoral a la crisis nacional. Sin embargo, coloca el mingo más cerca. El aislamiento de Maduro aumenta con el paso de los días. También la presión para que convoque elecciones presidenciales justas, transparentes y competitivas. A esa aspiración se reducen las exigencias de los factores internacionales. Ningún gobierno o parlamento exterior pide que Venezuela sea invadida y Maduro sea desalojado por la fuerza; ni siquiera las naciones que sufren el impacto de la diáspora descontrolada desatada desde hace seis años lo exigen. De ese deseo están tomando debida nota los factores internacionales y domésticos que apoyan a Maduro. Los cubanos han visto mermar seriamente el flujo de turistas a la isla, su principal fuente de ingresos. A un alto ejecutivo de la cadena hotelera Meliá, con importantes negocios en Cuba, las autoridades norteamericanas acaban de prohibirle la entrada a los Estados Unidos. Las empresas petroleras rusas confrontan dificultades para llegar a acuerdos con las compañías norteamericanas.
Los chinos se han puesto remolones para invertir en Venezuela. El costo de apoyar a Mauro ha venido creciendo. Esto lo sabe el Alto Mando. Maduro conoce las lecciones de sus maestros Lenin, Mao y Castro: el política no hay amigos, sino relaciones calculadas. En los matrimonios por conveniencia, al elevarse los costos de permanencia, aumentan los riesgos de ruptura.
A Maduro le conviene una salida ordenada y acordada. El primer paso tendría que ser la reinstitucionalización de la Asamblea Nacional. El TSJ presidido por Maikel Moreno podría decidir que la Junta Directiva legítima es la presidida por Guaidó. El expediente lo tiene en sus manos. A partir de ese reconocimiento, habría que dejar que el Comité de Postulaciones seleccione a los miembros del nuevo CNE que convocaría las elecciones parlamentarias y las presidenciales. El proceso podría llevarse a cabo durante 2020. Sería un acuerdo entre la oposición parlamentaria y el madurismo, con el apoyo del TSJ. Todo en el marco de la Constitución del 99.
Es preferible para Maduro y para Venezuela que el gobernante adopte la proposición que está sobre la mesa: realizar elecciones presidenciales en un plazo cercano; a que se materialicen las propuestas que se encuentran debajo de la mesa. En este escenario, nadie sabe qué podría ocurrir en el país. Esperemos que haya gente sensata alrededor de Maduro.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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