Miles de personas se juntan en una noche fría alrededor de una tarima en una plaza de Madrid. Todas tienen una historia distinta del exilio a cuestas. Escuchan, aplauden, gritan libertad, piden invasión. En un amplio local cerrado de la soleada Miami. La historia se repite. Se vuelven a juntar las almas del exilio en una ciudad a la que el exilio le es familiar. También aplauden, gritan, se entusiasman. Muchos en Venezuela siguen con atención estas imágenes, tratan de descifrar el discurso y se aferran a la esperanza de que más que en la palabra dicha, haya un mensaje oculto que no se dice, pero que pronostica triunfo.
Mientras tanto, otros se reúnen en Venezuela alrededor de la tarima oficial desde la que se escupen mentiras y hasta un insólito mea culpa que habla de la necesidad de corregir errores que no son tales porque nadie puede equivocarse tanto y, por tanto, tiempo sin ver las consecuencias nefastas de su impericia.
Una tarima oficial desde la que se mezclan en el discurso la supuesta aceptación de errores con la descripción de felicidades y prosperidades inexistentes. Y otra vez muchos aplauden sin creer en lo que oyen. Seguramente, porque todavía les creen.
Pero muchos venezolanos no están en ninguno de esos dos grupos. No logran descifrar el discurso que habla de todas las opciones que están sobre la mesa y mucho menos están dispuestos a mirar debajo para seguir encontrando fantasías. No creen en invasiones de las que nadie habla fuera de esas tribunas de euforia ni entienden la estrategia de retar al poderoso con un poder que no se tiene. Tampoco soportan ya las mentiras de un autoritario que ha demostrado hasta la saciedad la indolencia de la que es capaz, pero que se mantiene aferrado al poder que ejerce con cada vez más saña.
Esos venezolanos, estamos esperando por el mensaje claro que nos convoque a enfrentar la realidad y a juntar las fuerzas que nos quedan en medio del estropicio para dar una respuesta real. Una de fuerza organizada que no le siga dando excusas al poder para no contarse y poner en evidencia su minusvalía. Una que traspase el grito de la tarima y nos dé voz y voto a los que callados todavía esperamos participar de la estrategia que nos salve.
Adriana Moran
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