"Sabemos que el fin de un dictador está cerca cuando lo único que tiene en la calle son militares."
Nelson Mandela
Las palabras del epígrafe las dijo un activista que honraba con su pellejo sus continuos gestos de sobrio valor, pero tenemos que admitir que no calzan con exactitud en el drama venezolano, porque el sistema madurista tiene algo más que militares en la calle y en consecuencia la confrontación no puede reducirse a una lucha de militares contra civiles, dotados cada uno de sus medios tradicionales: armas de fuego y afiladas bayonetas unos; votos, ley y manifestaciones pacíficas los otros. El madurismo y la mayoría opositora se están enfrentando en varios escenarios, incluido el parlamento, la calle, las elecciones y, en forma más bien marginal –afortunadamente–, la sinrazón violenta, lo que finalmente justifica la insistencia de la alternativa democrática de reclamar soluciones ajenas a la efusión de sangre y el salvajismo. De tal suerte, el epígrafe no me resulta plenamente aplicable a la situación actual
No obstante, podría decirse que la frase de Mandela va en la dirección correcta, en el sentido de que la causa oficialista se apoya cada vez más intensamente en la amenaza o la acción de los militares y menos en las fórmulas democráticas, como se ha hecho evidente en las dos últimas marchas convocadas por Juan Guaidó y Nicolás Maduro. La del primero fue bastante más nutrida de lo que auguraba el pesimismo que se ha apoderado de no pocas buenas conciencias. Además de eso fue bien organizada y a pecho descubierto. En cambio, en la del segundo hubo notoriamente menos gente de lo que muchos esperábamos, pese a que la abundancia de gases lacrimógenos y perdigones estaba para protegerlos a ellos y para agredir a la oposición.
Aún así, las palabras de Mandela resultan auspiciosas porque efectivamente Miraflores, cúpula del poder oficial, descansa cada vez más en los militares. Esperemos que esta tendencia sea interrumpida antes de que se produzcan los resultados más nefastos.
Para evitarlo, la alternativa democrática y un vasto número de países han intensificado su pleno respaldo a elecciones generales libérrimas. Es exactamente en ese punto donde se ha situado la disyuntiva entre el oficialismo y la alternativa democrática.
A sabiendas de eso, Miraflores ha intensificado los obstáculos. La gran pregunta en este momento es si podrán realizarse elecciones de cualquier tipo después del incendio –sin duda deliberado– que ha arrasado con la infraestructura electrónica del sistema electoral venezolano. Es decir, ya el problema no es solo la selección por consenso de la directiva del Consejo Nacional Electoral, sino la capacidad para realizar elecciones automatizadas, como manda la ley, o manuales por vía excepcional. La interrogante es válida porque es difícil imaginar cómo podrían llevarse a cabo en tales condiciones. Los técnicos en la materia saben perfectamente que no es posible resolver el asunto sacando de la manga unos comicios manuales, pues implicaría la construcción de un nuevo modelo con las reformas técnico-legales en un tiempo en el cual están pendientes acuerdos para la nueva directiva del Poder Electoral, la revisión de la escuálida burocracia del CNE y la generación de toda la infraestructura para un proceso manual, desde el Registro Electoral hasta la adjudicación y proclamación de los cargos electos por votación popular. Resulta cuesta arriba fijar un cronograma que cumpla con estas exigencias. Sencillamente no hay condiciones que conjuguen tiempo, pericia y capacidad para rearmar el proceso.
Puesto que los militares, en uniforme de campaña, asomaron el rostro durante estas incidencias –rostro, por cierto, oculto bajo máscaras y pasamontañas–, es forzoso recaer en la pregunta: ¿puede haber una salida estrictamente militar en el país? Personalmente lo dudo (aunque tampoco lo descarte), porque la gran presión mundial por el retorno de la democracia funcionaría inmediatamente en contra de abiertas degradaciones dictatoriales.
Como puede verse, la transición democrática afronta retos enormes. Cuando se piense en unidad para el cambio deben tenerse muy presentes esos obstáculos, a fin de proponer la unidad de todos los que puedan concurrir a ella. Por suerte tenemos la oportunidad de lograr un Plan País que se ajuste a esas exigencias. Todo lo que necesitamos, entonces, es unir a los amantes de la democracia y la libertad, dondequiera que se encuentren, alrededor de metas aptas para conducirnos a la prosperidad que Venezuela en mala hora perdiera y que necesita y merece como en pocos momentos de su historia de luces y sombras.
Américo Martín
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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