Umberto Eco, en su magnífico ensayo El fascismo eterno, nos hace interrogar el supuesto progresismo de las naciones desarrolladas. En ese texto el pensador italiano razona que “detrás de un régimen y su ideología hay una manera de pensar y sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de instintos oscuros y pulsiones insondables”. De lo que se trata en política, desde este ángulo, es poder canalizar ‘las costumbres públicas’ de un modo tal que nos alejemos de lo más sórdido de la naturaleza cultural.
Cada nación tiene referentes luminosos y grandes ensayistas en su acervo histórico capaces de orientar el sentido de dirección socio-política. Los estadounidenses tienen un gran respeto por los ‘Padres fundadores’, la generación independentista, cuyo grupo más influyente redactó El Federalista, un conjunto de 85 artículos de prensa publicados entre 1787 y 1788 por James Madison (4º Presidente), Alexander Hamilton (secretario de George Washington) y James Jay, prominente abogado de New York. Así mismo son notables las ideas contenidas en la correspondencia de Washington y de aquella entre John Adams y Thomas Jefferson, los primeros tres presidentes de la nación estadounidense.
¿Es una condición social ineludible en cada nación alejarse, generación tras generación, de la fuente luminosa de sus ideas primigenias? Por los discursos de los dos candidatos a la Presidencia de los Estados Unidos pareciera que el alejamiento de la acción política genuina ha quedado sedimentado en ese país. La propuesta de Trump puede denominarse ‘populismo nacionalista’ y la de Biden ‘post-verdad progresista’. La primera está caracterizada por los sesgos de conservadurismo y de resultados pues está constituida por la siguiente postura: nación privilegiada sobre el Estado, unidad por reconocimiento de las semejanzas históricas, compromiso con la historia descontextualizada, regulación por derechos económicos, Estado como medio para validar fines. La de Biden presenta el sesgo pro-innovación pues su postura asume: sociedad privilegiada sobre el Estado, unidad por reconocimiento de las diferencias discriminadas, compromiso con constituir el contexto futuro, regulación por derechos sociales, Estado como fin para validar los medios. Ambos asumen el pragmatismo (conservador y liberal respectivamente) y la preeminencia geopolítica de los Estados Unidos, cuando la presencia de China, al menos, ha estado interrogando ese supuesto.
El aprendizaje necesario, tanto para los estadounidenses como para nosotros, es la necesidad de comprender la heurística denuestros sesgos. La acción política genuina no es el mero resultado de una opinión consensuada, que expresa la falacia ‘opinión de la mayoría’, y la decisión política falla cuando es guiada por la mera sensibilidad. La política auténtica tampoco es el resultado de un juego de poder, o ‘realismo político’, postura carente de una ética relativa a la permanencia de la libertad. La política legítima emerge del respeto a la historia y a cultura, sin convertirse en tradicionalismo, se articula a la constitución de la convivencia fundamentada en la Doctrina de los DDHH y se estructura para ampliar las posibilidades del ejercicio de las libertades sustantivas, tanto de la generación actual como de las futuras.
Entre las ideas brillantes planteadas por el Libertador durante su alocución en el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819 encontramos una reflexión que es pertinente para este artículo: “Encontraréis muchos sistemas de manejar hombres, más todos para oprimirlos; y si la costumbre de mirar al género humano conducido por pastores de pueblos no disminuyese el horror de tan chocante espectáculo, nos pasmaríamos al ver nuestra dócil especie pacer sobre la superficie del globo como viles rebaños destinados a alimentar a sus crueles conductores”.
Coautor: Jesús Valoz
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Julia Alcibiades
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