jueves, 20 de agosto de 2020

ANA MARÍA MATUTE, CIENCIA FICCIÓN O AÑO ESCOLAR


I.-  Cuando mi hija era pequeña, el tránsito de la ciudad era un verdadero dolor de cabeza. Para poder llegar antes de las 7:00 de la mañana a su colegio, debíamos salir muy temprano, pues atravesar desde el sureste hasta el noreste, en donde quedaba su colegio, era una sola tranca.


En aquellos minutos interminables detrás del volante, aprovechábamos para hablar de todo. Mi hija habla desde que tiene año y medio de vida y desde entonces no ha parado. También yo aprovechaba para echarle cuentos.

Una vez se me ocurrió decirle que para mí la escuela ideal era online. Le dije que en algún momento los alumnos no tendrían necesidad de ir al colegio, sino que tendría cada uno una computadora con la que se conectarían con su salón de clases y con la maestra.

Ahondé más, le expliqué que seguramente las tareas también las mandaría por Internet y que las evaluarían de la misma manera. Ella se reía mucho, pues le parecía increíble que yo pensara eso, y también lo consideraba imposible.

Lo cierto es que la socialización que ofrece una escuela es invalorable e influye mucho en la educación de un niño, tanto como las propias clases. No se trata solo de absorber conocimientos, sino de crear relaciones que a veces duran para toda la vida. Doy fe de ello.

II. Siempre estudié en colegios privados porque mi padre pudo pagarlos. Cuando era niña se decía que era la mejor educación, pero después que crecí y conocí gente de mi edad que estudió en escuelas públicas, me di cuenta de que era una competencia sana y que la educación que el Estado proveía en muchos casos nada tenía que envidiarle a la privada.

Solo basta ver la infraestructura de los colegios públicos de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Muchos todavía están en pie. Los maestros eran muy queridos y bien pagados y además salían de las mejores universidades e institutos pedagógicos. Que lástima que todo esto se le haya olvidado al ministro de educación del régimen.

No tengo que decir que desde hace 20 años para acá todo ha ido palo abajo, como decía mi papá. Ya un maestro no puede ni comer con el sueldo que tiene y las escuelas se caen a pedazos. Claro, para el ministro rojito estos años han sido de crecimiento exponencial, con mansiones, yates y demás.

La marcada desigualdad entre la calidad de educación privada y la pública en los años del chavismo ha sido abismal. Tanto, que no conozco a ninguno rojo rojito que haya puesto a sus muchachos en un Simoncito.

Hay que dejar de comer para pagar un colegio medianamente aceptable, en el que los maestros sean en realidad docentes.

III.- Cuando comenzó la cuarentena no había terminado el año escolar. El jefe del régimen se llenó la boca diciendo que concluirían con los programas a distancia para que cada niño o adolescente pudiera aprobar.

¿Cómo olvidar a aquella maestra que dijo por televisión pública que el Guri surtía de agua a toda Venezuela? Esa es la calidad de docentes que hay en los planteles públicos y que ahora tendrán la responsabilidad de comenzar un nuevo período a través de Internet.

Si antes había un abismo entre la educación pública y la privada, ahora la diferencia será de Plutón a la Tierra. Chávez no repartió canaimitas suficientes a todos los alumnos del país que estudian en planteles del régimen como para que cada uno desde su casa se conecte con su aula virtual.

Tampoco creo que hayan sacado a los hackers que ponen a fastidiar en las redes sociales para que se encarguen de desarrollar el sistema que usarán los miles de alumnos en todo el país.

¿Y dónde me dejan la conexión de Internet? Reto a cualquiera de Cantv que compruebe que en el último barrio de Petare hay señal.

Entonces lo que viene es más desigualdad y más pobreza. Porque una familia es pobre si no tiene educación.

Ana María Matute
amatute@el-nacional.com
@anammatute
@ElNacionalWeb

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