Pero esa, y otras expresiones propias de la gente de fe, y de luchadores que auspiciamos el trabajo y esfuerzo como herramientas inevitables para la construcción del progreso y el desarrollo, a veces nos encontramos en situaciones de espectacular dificultad, y sentimos que nuestras fuerzas y esperanzas se desvanecen, a pesar de nuestra convicción.
Especialmente cuando las circunstancias nos resultan hostiles, producto de la inacción de quienes tienen la responsabilidad de la conducción y dirección de los asuntos públicos, como es el caso de nuestro país.
Por una parte, ya es harto conocido el talante antidemocrático del régimen totalitario de Maduro, y su antecesor, quienes optaron por el camino del control de los ciudadanos, por la vía de hacernos más miserables cada día. Articularon un discurso ¨redentor¨ para alcanzar el afecto popular, y una vez conseguido, dedicaron su tiempo y esfuerzo a la humillación de nuestros compatriotas, empobreciéndolos en grado extremo, social, y económicamente.
Pero no sólo es extremo el grado de destrucción social y económica con el que han convertido a Venezuela en uno de los países más pobres de la tierra, sino que –peor aún- se niegan tercamente a aceptar los cambios que en materia política son necesarios para la renovación del gobierno, y la alternabilidad consagradas como principios constitucionales rectores de la vida republicana.
Se empeñan abusivamente en el control de las instituciones para ponerlas a su servicio, e impiden el acceso de la sociedad a esas instancias, negándole al pueblo las respuestas a sus legítimas demandas. Olla de presión sin válvula de escape, que pudiera colapsar el sistema en algún momento, y que solo es sostenido baja la equivocada expresión de la represión; pobreza; cárcel, y muerte.
No es posible prolongar ese esquema de manera indefinida, pero la irracionalidad es la que hoy gobierna en Venezuela, conjuntamente con la más brutal corrupción de que se tenga memoria en el hemisferio occidental.
Eso que de por sí es letal en términos societales, se convierte en una enfermedad terminal en grado de metástasis, si quienes tienen la obligación de organizar la respuesta opositora, terminan por ser tan irracionales, e insensatos como quienes gobiernan, aunque obviamente no pueden ser medidos con idéntico rasero.
La mayor responsabilidad es la de quienes dirigen el Estado desde la perspectiva del ejecutivo, pero también de quienes tienen el control de la actividad parlamentaria, pues ello les hace corresponsables de cuanto ocurra, si lo miramos con la inteligencia de Aristóteles, para quien la política, ¨es el arte de lo posible, y de la negociación¨.
Estos tiempos de viento a favor por haber obtenido el triunfo electoral en las elecciones parlamentarias del 6D/2015 con evidente mayoría, fueron mal entendidos y peor interpretados por quienes tenían, y tienen aún, la responsabilidad de conducir la política opositora.
No es posible, y mucho menos sano, que se haya perdido el tiempo en aventuras contrarias a la Constitución, o en guerras imposibles, cuando lo aconsejable y necesario era utilizar el acompañamiento popular y las alianzas internacionales para negociar salidas electorales, y procurar con ello, la renovación de la dirección del país.
Pero no, optaron –otra vez- por la equivocada política de la abstención, sin haber dado la lucha que la ciudadanía esperaba de sus dirigentes, y que hoy los ha abandonado a su suerte y a expensas de un gobierno maligno. Ni gobierno, ni oposición!
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