Durante mucho tiempo ha surgido algo que, para los estudiosos de las conductas sociales, ha sido verdaderamente difícil de entender. Al mismo ritmo que esta nueva era de la tecnología ha creado un Tsunami de billonarios, estos modernos Robber Barons se han sumado a las filas del marxismo más reaccionario del mundo.
A finales del siglo 19 y principios del 20, los equivalentes a los billonarios de la tecnología eran aquellos hombres que detonaran la revolución industrial y construyeron grandes fortunas: Rockefeller, JP Morgan, Vanderbilt, Carnegie etc. Pero, a diferencia de los actuales amaban a su país y, sobre todo, el entorno que les había permitido lograr sus sueños y, al morir, dejaban esas fortunas a causas realmente admirables.
Sin embargo, estas incongruencias económicas-políticas tienen antecedentes muy profundos cuando, a diferencia de los actuales capitanes de industria, los originales no tratarían de controlar todas las avenidas de la vida ciudadana como lo están haciendo los tecnológicos. Todo lo contrario, ante problemas graves del gobierno, acudían a su ayuda como lo hizo varias veces JP Morgan para salvar al dólar.
Hace días participé en una conferencia Zoom de expertos sobre este tema.
Iniciaba identificando al precursor de este fenómeno de billonarios marxistas en nada menos que Federico Engels, socio de Marx en su ruta hacia la publicación del Manifiesto Comunista. Engels, a diferencia de Marx, era miembro de una familia millonaria de la aristocracia alemana y había podido disfrutar las ventajas de esa clase privilegiada. Los mejores colegios privados, membrecías de todas las sociedades que unían a la realeza, viajes etc.
Pero ¿Qué habría pensado Engels del desorden civil que estalló en todo el mundo este año del bicentenario de su nacimiento? ¿Habría visto con buenos ojos la mentalidad revolucionaria que secuestró el ánimo público en los EU? ¿Habría respaldado ideas como abolir la policía, dejar criminales libres vagando las calles, celebrar estilos de vida personales previamente estigmatizados y otras opciones antes repulsivas? ¿Habría estado de acuerdo con que los ciudadanos de un estado carguen con la culpa colectiva de los pecados pasadosde su país ¿Habría estado de acuerdo con matrimonios del mismo sexo, con los abortos de bebés con 9 meses de gestación, el saqueo como medio para la distribución de riqueza?
El coautor de El Manifiesto Comunista era impulsado por algo más que una oposición al orden imperante. Detrás de la retórica emergía su creencia en la igualdad para evaluar a cada ser humano y el desprecio de un sistema que, en la vida, confinaba al hombre a un camino predeterminado e irrenunciable. Sin embargo, se deleitaba con la opulencia que le brindaba su posición muy por encima de las masas. Engels, con habilidad reconciliaba puntos opuestos para tratar la política elitista y el sensualismo personal como inseparables. Los familiares de Engels eran prósperos empresarios con fábricas textiles en Gran Bretaña y Alemania. Después de realizar su servicio militar obligatorio en Prusia, el joven de veintidós años fue enviado a la empresa familiar en Manchester en el norte de Inglaterra.
Las contradicciones entre el austero socialista hegeliano y el joven playboy comerciante de textiles con un gusto por las cosas buenas de la vida, especialmente al buen vino y las mujeres bellas, proporcionan la línea esencial de su confusión. Engels se pagaba un salario anual de 100 libras esterlinas, más un “bono de gastos y entretenimiento” de 200 libras esterlinas. Tomaba una parte de las ganancias anuales de su empresa por £1000. Así, el empresario disfrutaba de un salario anual de £1,200 cuando un médico británico ganaba unos £200, un policía £55, un trabajador común apenas £30. Dado que la comida de un restaurante de Manchester estaba disponible por tres peniques, ochenta por ciento de una libra esterlina, el dinero para entretenimiento de Engels era una contradicción más entre el revolucionario y el elegante playboy.
Pero Engels estaba lejos de ser el único ejemplo del tizón izquierdista cuya riqueza heredada lo aisló de las luchas de los trabajadores. Se sabe que la misma fórmula se aplica también a quienes se ubican en la derecha del espectro: podríamos tener una lista de candidatos para su inclusión entre las filas del populismo del champán. Oscar Wilde expresó mejor esta paradoja cuando, en un ensayo de 1891, reconoce que su visión de un "reino feliz poblado por una ciudadanía inteligente e igualitaria" era quijotesca” y escribió: "No es práctico y va en contra de la naturaleza humana. Por eso vale la pena llevarlo a cabo”.
Sin embargo, era la dualidad del hombre apasionado por el altruismo y su búsqueda de la gratificación material que, el principal arquitecto del Manifiesto Comunista podría ser considerado un simple glotón y experto en vinos con una afición particular por la tradicional cenas exclusivas rematado con una ración de lo que él llamó “pastel borracho” y un abrazo de cualquier bella mujer tan imprudente para ser atrapada en ese mundo. “Es absolutamente esencial que salgas de la aburrida Bruselas y vengas a Paris, el paraíso mundial del sexo”, le decía a un amigo de parranda.
A su muerte, Engels dejó una fortuna de muchos millones en una cartera de acciones desde la compañía local de gas hasta el fondo de inversión colonial del gobierno británico. Fueron años en los que adquirió una reputación de llevar una vida de hedonismo y el placer de todos los sentidos. Entre otras cosas, disfrutaba de la caza del zorro, la poesía, el cricket y largas noches bohemias en el bar de su exclusivo club de Manchester. Su despilfarro sexual no se vio empañado por la edad, aunque, en otra de esas contradicciones filosóficas que constituyeron el tejido básico de su vida, el gran incrédulo aceptó casarse con su compañera de vida Lizzy Burns según los ritos de la Iglesia de Inglaterra. Su vida fue de un apoyo financiero total al comunismo asesino de Marx, mientras que él actuaba como capitalista invirtiendo en los mercados y viviendo como el símbolo más clásico de la realeza hedonista y despilfarradora.
La complicada doble vida de Engels como propietario de fábrica fiscalmente conservador y revolucionario social, adquirió una nueva complejidad cuando se estableció en Gran Bretaña. Poco después de su llegada, debutaba como economista político publicando una nota para criticar a su país de adopción por su búsqueda “insaciable" de colonias explotadoras. Pero luego, mostrando sus contradicciones, escribiría: "Los órdenes medios deben desaparecer agresivamente hasta que el mundo se divida entre millonarios y pobres, entre grandes terratenientes y peones agrícolas pobres".
Un término que bien podrían haber sido apropiados por el candidato presidencial demócrata en 2020, dictados por el Estado Profundo y ahora política de los demócratas y sus” billonarios socialistas”. Tal vez ahora su nuevo grito revolucionario debería ser: “Billonarios y bandidos del mundo uníos” para joder a los demás.
El mercado libre no ofrece garantías, privilegios especiales, favores, monopolios, oligopolios, subvenciones, ventajas, protecciones, subsidios, apoyos, tratamientos especiales, distinciones, dádivas, cancelación de deudas, en pocas palabras, como lo afirmara Milton Freedman, no hay free lunch. Por eso es tan impopular y por muchos odiado.
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