La Nueva Ruta de la Seda, la gran apuesta de gravitación universal de China, no tiene solo una cara política. Es una realidad que la inspiración primaria de este instrumento de penetración es de naturaleza económica. La vertiente digital de la Nueva Ruta de la Seda es una buena demostración de ello, y es muy diciente cuando se aplica, por ejemplo a la región latinoamericana.
Lo que estamos viendo
desde unos cuatro años a esta parte, es
que encontramos una presencia creciente de servicios y de bienes de
alta tecnología de origen chino en nuestro entorno. Las empresas chinas de
comercio digital, los proveedores de servicios y de equipos
móviles, las transnacionales chinas especializadas en
tecnologías avanzadas de telecomunicaciones y en transmisión de data, están dedicando su
atención a países de mediano desarrollo con capacidad de
crecimiento, entre los cuales se encuentran algunos de los
nuestros: Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Colombia, México.
AliBaba, Ant Financial, Tencent, Huawei y
su conectividad de quinta generación 5G, ZTE, DIDI Chuxing tienen
un proactivo pie dentro de estos y otros países del
continente ya que existe una complementariedad natural entre sus ofertas y las
necesidades que los gobernantes de estas comunidades van percibiendo en su
proceso de incorporación a la economía digital, el aumento de su
capacidad de interconectividad global y el uso creciente de la
inteligencia artificial.
Estas empresas lo que hacen es
alinearse con las crecientes necesidades de los
consumidores latinoamericanos- gobiernos y particulares- para
alcanzar un retorno económico legítimo. Sus costos suelen ser más bajos
que los de sus competidores, con lo que la ganancia es de todos. Ello
explica que cada día más países usan tecnología china en actividades de
vigilancia y seguridad. La falta de financiamiento internacional es
suplida en la mayoría de los casos, por los programas de cooperación ya en
marcha a través de acuerdos bilaterales en los que la provisión de
fondos es canalizada a través de empresas o entidades financieras controladas por el
Estado. Ello facilita, sin duda, las aprobaciones regulatorias que
es indispensable conseguir en todos los casos.
A raíz de la pandemia
será notorio como China escogerá con mayor precisión los sitios en donde
quiere poner su dinero y Latinoamérica les ofrece el que retorno a
que aspiran dentro de un ambiente
ganar-ganar. Así pues, no resulta cuestionable el
interés económico de Pekín al soportar y promover a sus empresas en aquellos
entornos que están tecnológicamente preparados para recibirlas y dispuestos a
pagar por sus servicios y/o infraestructura.
Dicho lo anterior, no es
prudente, tampoco, cerrar los ojos ante algunas realidades. Si bien
la penetración tecnológica de China en estos países persigue ampliar la
red de clientes de sus empresas más salidoras internacionalmente, un valor
agregado no deleznable es la influencia que consiguen desarrollar en
los países tributarios de los hallazgos y avances de sus
proveedores. Los politólogos ya han encontrado una
denominación para este género de propagación política externa y lo llaman
“soft power”, o “poder blando”.
Una potente red de
infraestructura y equipamiento en telecomunicaciones, instalada en el corazón
del Hemisferio occidental sin duda que le mete un dedo en el ojo al otro gran
actor de esas latitudes: los Estados Unidos.
beatrizdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo1
España-Venezuela
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