En un tiempo en el que parece que todo se encontrara
en animación suspendida, nos sentimos como esos niños que contemplan la lluvia
a través de la ventana, esperando que escampe para poder salir a jugar. “Cuando
acabe la pandemia”, “cuando todo esto pase”, “cuando llegue la vacuna”…. Pero
el tiempo pasa inexorablemente: no podemos darnos el lujo de esperar hasta que
acabe la tormenta.
A los sentimientos de incertidumbre e impotencia, al
doloroso contexto que nos rodea, se suma el sentimiento de vegetar, de
aburrirnos, de no tener claro el horizonte ni de saber muy bien cuál será el
terreno que pisemos cuando todo esto pase.
Y el tiempo es un capital precioso.
Hay cambios que se operan tan lentamente que ni
siquiera nos percatamos de que están teniendo lugar. De igual modo, los frutos
del aprendizaje y la perseverancia van transformando casi subrepticiamente
nuestras vidas. Son avances, conquistas, evolución, y nos aproximan al estado
de cosas que queremos alcanzar.
Tal vez estos tiempos se puedan traducir en logros. A
menudo escucho decir que la pandemia ha cambiado el mundo: y es así. Las
necesidades, la escala de valores, la manera de hacer las cosas. Nos adaptamos
al zoom, al teletrabajo, y supongo que algo tan trivial como las mascarillas
sirve para ilustrar cómo adquirimos nuevos hábitos y también cómo una industria
puede ver catapultado su rendimiento por una circunstancia fortuita a la que se
ha visto en la necesidad de responder.
Tal vez deberíamos tomar las riendas y, en vez de
preguntarnos cómo serán las cosas, comenzar a trabajar para que estas sean como
nosotros queremos. Quizá sean tiempos para cultivarnos, para formarnos, para
obtener información útil que nos conduzca hacia lo que queremos alcanzar, hacia
lo que queremos ser.
¿Qué estoy haciendo hoy para conseguir lo que quiero?
Es una pregunta mágica que nos compromete a actuar y
que traduce en acciones lo que pintaba apenas como un deseo vago, difuso. Es
asumir nuestra cuota de responsabilidad en la creación de la realidad que
queremos.
Desde luego, si no hacemos nada, es poco probable que
un álea generoso nos coloque exactamente en donde queremos estar.
Hay una frase atribuida a Plinio el Viejo que debería
ser nuestra consigna: Nulla dies sine linea, “ningún día sin una línea”. Al
parecer, el escritor y científico romano acuñó la expresión al referirse al
griego Apeles de Colofón, pintor oficial de Alejandro Magno, quien no dejaba
pasar ni un solo día sin dibujar alguna cosa. Es así: no hay que subestimar el
impacto del ejercicio, de la perseverancia, del acopio de conocimiento. Me
esperanza haber leído que esta frase era una de las favoritas de Beethoven,
quien la dejó escrita en el margen de algunas partituras.
No siempre tenemos ni el tiempo ni los recursos que
desearíamos para consagrarnos a una tarea, pero todo camino está hecho de
pequeños pasos. Habrá que comenzar por definir qué tenemos que hacer para
lograr lo que deseamos, descomponiéndolo en pequeñas acciones que pondremos por
obra (análisis de tareas, se llama en administración). Ello arrojará algunos
resultados. Y elaborar listas, de las que ir tachando las misiones cumplidas.
Las listas nos permiten constatar el avance y evitan que subestimemos nuestro
trabajo, contrarrestando la sensación de que no estamos haciendo gran cosa y
recompensándonos con la satisfacción del logro.
Pero, sobre todo, habrá que definir por qué y para qué
queremos lograr esas cosas. Volver sobre la respuesta a estos dos últimos
puntos nos permitirá perseverar cuando la voluntad flaquee, manteniéndonos en
el espíritu de Apeles: Nulla dies sine línea.
Linda D´ambrosio
linda.dambrosiom@gmail.com
@ldambrosiom
@ElUniversal
Venezuela-España
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