Las realidades actuales son distintas de las que
dominaron el discurrir social, político y económico del siglo XX. Y mucho más
del siglo XIX y atrás. Así cabe asentir que ningún momento es igual al
transcurrido. Incluso, instantes antes. Sin duda, todo cambia. Y con las
realidades, igual cambia la visión del hombre a partir de la cual estructura
sus ideas. Compone su pensamiento. Configura su opinión. Y establece sus
decisiones.
Es por eso que el conocimiento revoluciona las realidades.
Así avanza el mundo. Sin embargo, no por eso surgen las contradicciones como
consideraciones que validan o niegan una condición o hecho. Sin ellas, muchas
ideologías y conceptos carecerían de la validez que les otorga sentido y lógica
a los hechos en cuestión.
De ahí la necesidad de someter al análisis que permite
cada ocasión y condiciones, (y al que concede la brevedad de esta disertación)
tanto de posibilidades como realidades. De esa forma, puede hablarse de la
complementación entre verdad y mentira. Aun cuando pueda sonar de difícil
comprensión. Pero justamente, he ahí el valor de la contradicción. Más si esta
se reconoce como la calificó el escritor y periodista francés, Bernard Werber,
“el motor del pensamiento”. O en palabras propias, el fuelle que aviva al
hombre en su camino hacia la libertad.
En consecuencia, sería pertinente medir el Catolicismo
frente al Desarrollo, No sólo en virtud de los cambios que se han dado y
seguirán reformulando condiciones de vida de toda naturaleza. Sino también, en
función de las necesidades de adoptar razones (mejoradas) trazadas por el
desarrollo. Esto, a manera de criterios que puedan servir de palanca al
Catolicismo. Particularmente, de cara a la inmanencia de lo que la doctrina
social de la Iglesia pregona desde 1891. Cuando el Papa León XIII, la hizo
conocer del mundo a través de la trascendental encíclica, la Rerum Novarum.
Fundamentalmente, tan profunda y categórica encíclica
marcó una división entre un Catolicismo ortodoxo y estacionario, y un
Catolicismo que ha buscado ajustarse a la dinámica de los cambios. Quizás, fue
la razón por la que estudiosos prelados empezaran a comprender la relación que
debía establecerse entre el Catolicismo y el Desarrollo. Del desarrollo que
había comenzado a asegurar sus manijas en el contexto de las revoluciones
industriales vividas.
En consecuencia, se activaron importantes discusiones
sobre la teología del desarrollo y de la necesidad de pautar una reforma
eclesial de nuevo cuño. En principio, el término desarrollo no despertaba mayor
curiosidad que no fuera la de dar por sentado y aceptado un concepto bastante
genérico. Que no causó furor alguno.
Debió esperarse a que el tiempo activara otras
realidades y acepciones de desarrollo para que el Catolicismo advirtiera lo que
debía emprender y a movilizarse en sus predios. De esa manera, la Iglesia
Católica cuestionó criterios políticos, sociales y económicos que impulsan al
desarrollo. Y a este, se acogieron buen número de países del Occidente.
Particularmente, de América. Aun cuando, muchos países latinoamericanos no
terminaban de entender tales lineamientos.
Fue momento para que el Catolicismo comenzara a
retorcerse en sus entrañas a consecuencias de medidas que chocaban con la
doctrina social de la Iglesia. Importantes documentos pontificios, no cuadraban
sus cuentas con las propuestas del desarrollo en curso. La Iglesia no hallaba
fórmulas para insertarse dentro de lo que debía pautarse en lo que concierne al
cambio conciliar, de cara a los conceptos de urbanización y revolución.
Fue razón para que se fraguaran crudas perturbaciones
que dieron forma a algunas fracturas entre el Catolicismo y el desarrollismo.
Numerosas naciones católicas se plegaron mucho a paradigmas dogmáticos que poco
o nada se alineaban con las políticas emanadas por las instancias que buscaban
orientar el desarrollo económico, político y social.
Fue la oportunidad que encontró el ejercicio de la
política para imponer modelos tan sanguinarios como el socialismo, o el autoritarismo
pretendido para principio y mediados del siglo XX. Y que ha pretendido
renovarse solapadamente.
La Iglesia, no estuvo a la altura de la dinámica de
aquellos cambios. Siguió manteniéndose al margen de dichos problemas. No
advirtió que por cada período de tiempo que dejara de avanzar respecto de los
cambios que se imponían, el mismo tiempo se haría cómplice del efecto remanente
que luego soportaría como peso muerto sobre sus espaldas. Y en efecto, fue así
como ha sucedido.
No obstante, recuperar la desidia que escarmentó respecto
de las proposiciones de desarrollo dictadas por movidos organismos
multilaterales especializados en la materia “desarrollo”, ha sido razón de
problemas al centro del Catolicismo. Problemas que siguen haciendo mella en la
funcionalidad de la Iglesia. Y que si bien, ha procurado superar a toda marcha
las barreras ideológicas que fueron cimentándose y que atascaron importantes
consideraciones de la doctrina social y del concepto de “justicia social”
expuesto por la Rerum Novarum (Junio-1891), no le ha sido fácil.
Cada momento transcurrido, es una
cortadura que soporta hidalga y valientemente. Aunque, el valor que emana de
sus fuerzas internas, sabrá recorrer el camino para distanciarse de agudos
problemas que de manera disfrazada se instituyeron (y hasta se han consolidado)
debajo de la capital relación Catolicismo y Desarrollo.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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