Hablar con la razón que induce la política, en su más
exacta acepción, no es cualquier cosa. Como bien lo entendió el dramaturgo y
poeta inglés, William Shakespeare, “la política está por encima de la
conciencia” Con ello hizo ver que la política es el modo en que el hombre puede
demostrar lo magnánimo que sus virtudes le inducen a través del comportamiento
asumido en cualquier situación en la que tenga que asomar sus razones ante
algún dilema creado.
Mucho podría estar hablándose y escribiéndose de
política para decir que su ejercicio se curte de los valores que las
circunstancias exaltan. Pero así, poco o nada sucede. El ejercicio de la
política, motivado por los problemas que han despertado las dinámicas sociales
y económicas, fundamentalmente, se ha visto descompuesto. Desarreglado. Al
extremo que las ideologías políticas, no volvieron a contar con la
omnipresencia que anteriormente, descollaba en medio de cualquier coyuntura.
Por agria que fuera.
La honradez, abandonó el ejercicio de la política.
Asimismo, le ocurrió a la honestidad. A la verdad, a la justicia, a la igualdad
y a la responsabilidad. Valores todos estos que, en su praxis, comprometen la
moralidad, la ética, la tolerancia y el pluralismo.
Ahora, la
política parece haber caído en desgracia. Su ejercicio se plantea según los
intereses y necesidades que circundan algún problema atascado en la inmensidad
de las confusiones. Tanto, como en la prolijidad de los conflictos que surgen de
la complejidad de opiniones discordantes y recurrentes.
Sin embargo, no siempre esa situación se advierte como
fuente de duros desencuentros. O no tanto como para motivar una sofocante
reposición de discursos políticos. Aunque repetir palabras que redunden en la
construcción de procesos y obras de positivo efecto, pudiera ser ciertamente
útil. Sin embargo, la dualidad bajo la cual ocurren estos avatares, pudiera ser
expresión de crisis de ideologías cuya racha perjudica el ejercicio de la
política.
Aunque este problema no es nuevo. Debe saberse que la
decadencia de las ideologías, viene viviéndose desde hace décadas. Aunque han
sido distintas las causas. Entre otras, el final de la Guerra Fría de mediados
del siglo XX. Proceso que se tradujo en serias consecuencias para la política.
El mismo, indujo creaciones y resquebrajamiento de organizaciones políticas ,
así como de movimientos y partidos políticos. Específicamente, en la segunda
mitad del siglo XX.
Es poco lo que ha sobrevivido. Las ideologías que
sobrevivieron, han sido fuertemente cuestionadas. No sólo por la ambigüedad de
sus postulados. Igualmente, por la imprecisión conceptual y metodológica que
sus praxis han vivido para terminar con respuestas que siguen sin entenderse. O
peor aún, sin conocerse en su entera formalidad. Por ejemplo, el socialismo
cambió el léxico que, en otrora, había definido su doctrina. Lo mismo acaeció
con los contenidos y referentes sobre los cuales se apoyaba para incitar un
ejercicio de la política de modo frontal. Sin ambages.
Igual problema afectó al liberalismo, razón por la
cual, el capitalismo se vio imbuido en graves dificultades. Más, cuando quiso
seguir apostando a los principios sociales y económicos sobre los cuales
estructuró su conceptualización.
Así han padecido las más importantes ideologías que
presumieron imponerse a objeto de trascender histórica y políticamente como
palancas capaces de movilizar el desarrollo del hombre.
No obstante vale pensar que, en concomitancia con la deflación
que sumieron a las ideologías a niveles negativos, la sociedad igualmente se
vio abatida por crudos daños colaterales. Es posible inferir que las crisis de
ideología, tocaron la sociedad en su naturaleza política. En su arremetida, las
crisis de ideologías se convirtieron en crisis de sociedad. Tanto que muchos
prefieren hablar de crisis de sociedad, antes que de ideologías.
La apremiante dinámica política y social que arreció en el debut del siglo XXI, incitó un horizonte de ambivalencia teórico-conceptual del ejercicio de la política. Para ello, la política se sirvió del mercado dada su condición como razón de medida, comparación y rivalidad de criterios. O de juicios que enfocaron las realidades bajo un matiz que hiciera menos fácil cualquier transacción y renovación política, social y económica.
De nada o poco resultó que se dijera que “el mercado
imperfecto da mejores resultados económicos y sociales que el Estado perfecto”.
Quizás, fue razón prestada para validar la incursión de razonamientos que
oscurecieron novedosas reflexiones que, entonces, emergieron para confrontar la
solución de problemas y desafíos político-ideológicos.
Lejos de todo, el ejercicio de la política se cundió
de consideraciones que la alejaron de todo cuanto la teoría política, la teoría
social y la teoría económica aducen. Haber pensado que las transferencias de
poder político a instancias manejadas por el poder social o popular evitarían o
minimizarían problemas de gerencia y de administración de gobierno, dejó en
ridículo los esfuerzos de reformar el Estado en sus niveles operativos.
La intervención del Estado, se aplicó con mayor
incidencia. Incluso, con visos de odio, resentimiento, egoísmo, ojeriza, usura
y otras prácticas propias de la mediocridad. Muchos gobiernos, apelando al
paternalismo, exageraron prácticas de presidencialismo. Amén del centralismo,
militarismo, el partidismo y del estatismo, a partir de las cuales justificaron
un populismo disfrazado de democracia.
Es por tanto que la política, actualmente, se hizo de
causales para concentrar el poder con el fin de incrustar sus cuadros
políticos. Como si de esa forma, fuera posible asentir lo que sus ideologías
incitaban y pregonaban. Eso, en nombre de cuantas mentiras permitirían la manipulación
de la población mediante el engaño disimulado, la oferta de fatuas promesas y
la ignorancia moteada de un falso optimismo.
En consecuencia, esa política dejó
escurrir la ideología por las rendijas de una realidad deformada. Más aún, se situó
con su mejor impudicia dentro de un Estado vulgarmente politizado pues así sus
propósitos podrían arraigarse de todo lo posible. Por eso, no cabe dudar lo que
a simple vista se otea. Con pesadumbre deberá reconocerse que es el problema
creado por la política en desgracia.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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