Relata el
documento Informes de Observación y Acompañamiento Electoral emitido por el
Tribunal Supremo Electoral (TSE) de Bolivia, que la elección del 18 de octubre
de 2020 fue la más compleja de la historia democrática de ese país… y también
la más observada.
Los
desafíos que había que sortear eran tan complejos que baste mencionar dos de
ellos para quedar anclados en la impotencia: la anulación de una elección
general (hecho excepcional acaecido en dos oportunidades en América Latina en
el siglo XXI) y una pandemia.
Dice el
citado documento que el camino hacia una nueva elección presidencial «se inició
con un tercio de los tribunales electorales departamentales en cenizas y casi
la mitad de la infraestructura electoral golpeada (…) Pero el daño excedía con
creces la destrucción de edificios y computadoras: afectaba el corazón mismo de
la institucionalidad, colocada en un estado crítico».
Las ayudas
económicas, el asesoramiento, la presencia de organismos internacionales, así
como la pertinente observación electoral cualificada no faltaron
abundantemente. Sin embargo, no fueron las elecciones más observadas porque la
comunidad internacional se volcó en ellas —que lo hizo— sino por «la voluntad
firme y entera por responder al compromiso asumido con el país y la comunidad
internacional. Una voluntad indispensable cuando el proceso mismo pareció, en
más de una ocasión, cerca del colapso» (Informes).
Fueron los
ojos atentos y la voluntad segura de la ciudadanía organizada la que hizo
posible llevar adelante un proceso sometido a fuertes presiones,
polarizaciones, desinformación, falsedades y especulaciones de fraude: «Tanto
las investigaciones académicas como las verificadoras de noticias coinciden en
que nadie fue más golpeado por ese tipo de arremetidas que el Tribunal Supremo
Electoral» (Informes).
Similares
conclusiones arroja el documento final elaborado por el Centro Carter al
señalar que, luego de años de ausencia, organizaciones de la sociedad civil
boliviana impulsaron iniciativas de observación electoral a gran escala.
«Las dos
plataformas de observación principales, Observa Bolivia y Observación Ciudadana
para la Democracia (OCD), reunieron a numerosas organizaciones de la sociedad
civil, asociaciones e instituciones académicas. Ambas plataformas realizaron una
observación de largo plazo: Observa Bolivia desplegó más de 2.000 observadores
en Bolivia, mientras que OCD desplegó 180 observadores en el país y en el
exterior. Ambas plataformas publicaron informes objetivos y bien documentados».
*Lea
también: Para muestra, un botón, por Carolina Gómez-Ávila
A veces
pareciera que existen tantas formas de defender la democracia como iniciativas
de las oenegés, sociedad civil y demás grupos y asociaciones tengan deseos de
activar; y la verdad es que pese a la gama de intereses y demandas que pueda
haber en la sociedad democrática, no hay tal democracia si no se tiene la
convicción de que la única acción que puede convocar a todos los ciudadanos,
incluso a aquellos que jamás participarían en una iniciativa civil o social, es
el voto; y que por muchas y muy elevadas que sean las distintas visiones,
misiones y valores que pueda haber en una sociedad plural, su crecimiento
potencial viene condicionado por el sistema democrático, ese que encuentra en
el voto popular su legitimidad de origen y de ejercicio.
No hay otro
camino…a quienes deseen crecer y multiplicarse a lo largo y ancho del
territorio nacional no les queda otra opción que habilitar la fuerza electoral.
La sociedad civil boliviana lo entendió. Estén o no con el partido y el
presidente electo; es más, principalmente si no lo están.
Lo cierto
es que la sociedad civil aprovechó una tremenda ocasión de crecimiento, pues
entendieron que la única acción que les libraría de toda atrofia, y quién sabe
si hasta extinción, era la vía electoral.
Mercedes Malavé
mmmalave@gmail.com
@mercedesmalave
@mercedesmalave
Directiva de Unión y Progreso
Venezuela
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