Leí a Mircea Eliade cuando yo era un sarampionoso estudiante de sociología, experto en todas las corrientes del marxismo imaginario, -las llamaba Federico Riu- y me pareció naturalmente un “teórico burgués”, aunque, con reticencia, noté su profundidad inusual que más tarde, libre de cucarachas en el cerebro, disfruté plenamente. En su obra El mito del eterno retorno, sostiene que el pensamiento mítico concibe la historia como una repetición de ciclos, Genghis Khan sería la recreación del Rey David o Julio César, un estructurador, y a su vez Napoleón, mientras la modernidad la entiende como una línea en marcha, aunque en zig-zag. Aclara Eliade que esa linealidad moderna no es pura, porque el pensamiento sigue inficionado de mitologías, viejas y nuevas, como la marxista-hegeliana de los “modos de producción” y el “fin de la historia”, con el socialismo comunismo.
Pensábamos que el socialismo había terminado con la implosión de URSS, pero misteriosamente retorna en Venezuela en 1989. Vuelve a colapsar en apenas veinte años, pese a los esfuerzos de la reaction de grupos del PSUV, que, como doña Ximena, la mujer del Cid, que amaba incluso su cadáver, pretenden ganar batallas con un muerto a caballo. El socialismo tiene inexorablemente tres desenlaces. El colapso soviético, el enquistamiento de Cuba y Norcorea y la exitosa metamorfosis en economía de mercado de China y Vietnam. ¿Se dirige Venezuela a este último esquema? Cierto que China y Hong Kong conforman el primer receptor mundial de capital extranjero y hay un millón de empresas internacionales, pero Venezuela ha logrado avanzar en el pantano de “las sanciones” y su crítica escasez de capital.
Venezuela es ahora una de las economías más abiertas del mundo. Dolarizada su economía, desaparecidos controles de cambio, de precios y de mercado exterior (algunos empresarios, como en el puntofijismo, piden aranceles a la importación), solo que el mundo está cerrado después de la barbarie económica encomendada a Giordani, quien arruinó una sociedad que recibía cien mil millones de dólares al año, mientras Ramírez repitió la hazaña con la tercera empresa petrolera del mundo, que los producía. En 2021 se aumentó la exportación petrolera y un millón de barriles traspasan todos los días en los mares los zargazos de “las sanciones” y salen al mercado internacional. Ya no es aquel país donde la gente se alegraba de conseguir leche en polvo o harina precocida gracias a “bachaqueros”.
Se expande la economía de servicios en bodegones, restaurantes, automercados, delicatessen, pastelerías, panaderías, boutiques, porque fortunas nueva o viejas, ante el riesgo de medidas confiscatorias con las que presionan a la banca internacional, traen sus divisas para invertirlas en empresas de rápido retorno. Nueva Esparta se convierte en un espacio turístico para los rusos que aprovechará Morel Rodríguez, y en Carabobo, Rafael Lacava, anuncia que Puerto Cabello será un gran centro de esparcimiento en el Caribe. Cientos de miles de jóvenes consiguen empleo y ganan en divisas, la economía crece por primera vez en siete años y tendrá un gran salto el año que vienen, pero la reacción como siempre, es un lagrimeo porque solo “algunos sectores tienen acceso a la burbuja”. Tontos y reaccionarios emprenden la campaña contra “el neoliberalismo, como el limitado economista Escaramuza, (porque no llega a Guerra) y demás como él.
Dudo que pueda definirse de burbuja, porque son inversiones reales en miles de establecimientos formales, mientras una burbuja, es un aumento de precios por obra de manejos torcidos del mercado, como ocurrió en España con los inmuebles. La mentalidad conservadora de predicadores y marxistas de folleto concibió pecaminosos que “la burbuja no llega hasta abajo”, pese al incremento del consumo popular gracias a los trabajadores de la nueva economía o, el caso, del supuesto “Starbuck” –no se diga de casinos- donde quien le diera la gana pagara Z dólares por un café. Hay que estimular este cambio de perspectiva por parte del gobierno, estimular a ciudadanos privados que traen sus capitales y actuar contra las “sanciones” para que pueda darse en el futuro una afluencia masiva con respaldo del FMI.
La era no rentista podría impulsar un modelo de desarrollo normal, basado en el trabajo y no en la renta petrolera. Pero nos persigue el eterno retorno, la necesidad de resetear y empezar de cero. Argentina fue la segunda potencia mundial y vino Perón; en Cuba de 1959, llegó el comandante y mandó a parar, y Chile, un país desarrollado, decidió jugar la ruleta rusa, como Venezuela que crecía a la misma tasa de China y escogió el Socialismo XXI. Pérez intentó salir del pantano de subdesarrollo, pero derrocaron el Gran Viraje. Parece que podríamos comenzar a salir del cuarto mundo, pero si dejamos libre a la estupidez de nuestras élites económicas, políticas, intelectuales (ya se perfilan los nuevos cabrujitas) continuaremos hacia el quinto. Según Samuel Huntington, peligro para la cohesión social son los procesos de cambio y progreso, no la miseria. Si voy en un excelente autobús y me pasa alguien en un deportivo, es posible que me corroa la envidia y piense que “él me está robando” o me escarnezca la “desigualdad”. Y para mover eso están los radicales.
Carlos Raul Hernández
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Venezuela
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