Desde fines del año 1959 y hasta casi terminado su período constitucional, el gobierno de Betancourt fue víctima de convulsiones casi diarias. Manifestaciones estudiantiles, protestas de desempleados, paros recurrentes de trabajadores, reclamos por mejores salarios, asonadas militares, acciones guerrilleras, intentos de magnicidio. La mayoría de las veces tales acciones terminaban con muertos y heridos de balas, que a su vez servían de excusas para más acciones callejeras, para más insurrecciones, para más heridos, para más muertos. Detrás de cada una de tales acciones estaban: militares perezjimenistas, militares captados por entristas de izquierda, dirigentes políticos de partidos como URD o PCV, guerrilleros urbanos, guerrilleros rurales, y hasta gobiernos extranjeros. Betancourt hizo un diagnóstico de la difícil situación nacional al comenzar su mandato y señaló al respecto: “A mí me preocupaban estos asuntos: la unidad de las Fuerzas Armadas y su respaldo al nuevo orden constitucional; y asimismo el problema de la agitación obrera y social y su relación con el orden público. Pérez Jiménez y Larrazábal me habían dejado como herencia, sobre todo en Caracas, una masa díscola, levantisca anárquica y aventurera”.
Ese estado de agitación no disminuyó casi nada a lo largo de sus cinco años de mandato, todos azarosos, turbulentos, peligrosos. Su gobierno, recibía ataques desde muchos frentes, en una circunstancia donde su partido AD se fue debilitando internamente producto de las dos divisiones sufridas esos tiempos azarosos. En la primera división, ocurrida en los primeros meses del año 1960, el sector juvenil de la organización política, liderado por Simón Sáez Mérida, Jorge Dáger, Américo Martín, Moisés Moleiro, Domingo Alberto Rangel, Rómulo Enrique, entre otros, marcó distancia con la vieja guardia de la dirección de AD e hizo tienda aparte, dando origen al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), una agrupación política filo marxista, que muy pronto asumió la violencia como forma de lucha, organizando en diferentes montañas del país guerrillas armadas. En los editoriales de “Izquierda”, órgano periodístico de ese partido, sus autores pedían a diario el derrocamiento de Betancourt y la instauración de otro gobierno “revolucionario”. Y en la segunda escisión, ocurrida a fines de 1961, se fueron del partido dirigentes de gran prestigio y formación como fueron Raúl Ramos Giménez, Manuel Alfredo Rodríguez, José Manzo González, Manuel Vicente Ledezma, Héctor Vargas Acosta, Elpidio La Riva Mata, Cesar Rondón Lovera, José Ángel Ciliberto y Félix Adams. Fueron conocidos como los arsistas, una agrupación política que en las elecciones del año 1963 presentó candidatura propia, sin ningún éxito. Con esta derrota y con la prematura muerte de su principal mentor, Ramos Giménez, tal agrupación se desintegró y desapareció del mapa político venezolano. Luego, por otra parte, para debilitar un poco más al gobierno, en septiembre de este mismo año, el pacto de Punto Fijo se quiebra con la salida de URD. El motivo para que Jóvito Villalba tomara esta decisión fue la resolución aprobada en la reunión de cancilleres de los países miembros de la OEA que excluía a Cuba del sistema interamericano. El canciller venezolano entonces era el Dr. Ignacio Luis Arcaya, militante de URD, quien había recibido la instrucción de su partido de no aprobar la resolución, y así lo hizo. Inmediatamente después puso su cargo a la orden y fue sustituido por el doctor Marcos Falcón Briceño. La Resolución fue aprobada y Cuba fue expulsada de la OEA.
Para Jóvito esa resolución significaba la renuncia de los pueblos de América a su soberanía. Con ella se ratificaba la colonialista doctrina Monroe. Y con respecto a Fidel y su gobierno afirmó por esos días: “La revolución cubana es de trascendencia histórica, y la suerte del movimiento democrático latinoamericano está unida a la suerte de la revolución cubana”.
Para esos momentos, si bien AD era el partido con el mayor número de militantes, las otras organizaciones políticas, PCV, URD y COPEY, contaban cada una con una gran cantidad de seguidores, además de que sus líderes gozaban de reconocida aceptación entre la ciudadanía venezolana. De manera que sus decisiones y acciones se traducían en decisiones y acciones de carácter nacional, muchas de las cuales derivaban en confrontaciones con el gobierno. Esto ocurrió por ejemplo con URD, firmante del Pacto de Punto Fijo y, por tanto, integrante del gobierno de Betancourt desde el primer día de su gestión. Pero, según dijimos antes, en 1960 renuncia al gobierno y se incorpora de lleno al oposicionismo subversivo participando en intentonas golpistas como el Carupanazo. Uno de sus dirigentes más connotados, Fabricio Ojeda, asiduo visitante de la Habana, se metió de frente en el movimiento guerrillero, luego de renunciar a su diputación en el Congreso Nacional como miembro de URD.
Dos tipos de conjuras organizadas se juntaron para torpedear el gobierno de Betancourt: la militarista y la guerrillera. Los comprometidos en la primera querían restablecer en Venezuela un gobierno dictatorial presidido por uno de los suyos. Los segundos, émulos de Fidel y del Che, querían instalar en Miraflores un gobierno copia al carbón del instaurado en Cuba. El centenar de comandantes, distribuidos en los distintos focos guerrilleros, ya se veían entrando triunfantes en Caracas, enfundados en sus uniformes verde oliva, pertrechados con fusiles y metralletas, a la cabeza de una larga columna de guerrilleros que gritaba vivas a la revolución.
Ambos grupos a veces actuaron cada uno por su lado, pero otras veces lo hicieron en fraterna complicidad. Dieron tregua al gobierno apenas los primeros meses del año 1959. Después se desataron con toda clase de acciones desestabilizadoras. Casi todos los días ocurría en el país una actividad política perturbadora. Ante ello, el gobierno se vio obligado a defenderse, haciendo uso de los instrumentos institucionales, legales, militares y policiales a su alcance. La situación, por demás peligrosa, lo ameritaba.
Los factores opositores daban por descontado que el gobierno de Betancourt carecía de apoyo popular y de consistencia institucional y, por tanto, podía caer en cualquier momento si le daban un empujoncito hacia el precipicio. Uno de los principales protagonistas de los sucesos de esos días nos dice al respecto lo siguiente: “Era un clima. El clima de que la victoria era inminente, de que el gobierno estaba debilitado de tal modo que bastaba un pequeño esfuerzo, que bastaba que se alzara una alcabala. Por supuesto, en el fondo era un juego a la guerra (…) una concepción política. La concepción de que aquello era un gobierno que no resistía.
AD era un partido que se estaba deshaciendo: se le fue el MIR, se le fue el ARS, se le fue URD del gobierno, se dividió la CTV y había un clima de insurrección general. Nadie daba dos lochas por la estabilidad de Betancourt“ (Teodoro Petkoff).
(Continuará)
Sigfrido Lanz Delgado
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Venezuela
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