domingo, 1 de mayo de 2022

MERCEDES MALAVÉ : CARTA DEL GRAN CIUDADANO. DESDE VENEZUELA

Líder de los federalistas, cuñado de Ezequiel Zamora, militar, político y presidente de la República, Juan Crisóstomo Falcón, recordado por su carácter enérgico y sereno, triunfador en tantas batallas que no lo hicieron aferrarse al poder en tiempos sumamente agitados y convulsos; dejó una carta adecuada a esta y otras posteridades, precisamente cuando se acercaba el momento de una nueva elección presidencial. Lastimosamente, las conspiraciones, “salidas ya” y llamados a la violencia se impusieron una vez más, lo que le hace abandonar abruptamente la presidencia en medio de una situación caótica… evitable.

Estimados amigos:

Está para principiar 1868, año de elección presidencial.

En semejante época, aún durante tiempos bonancibles, hemos visto agitarse y hasta conmoverse la sociedad más ó menos peligrosamente; fenómeno muy natural en países de no arraigados hábitos y prácticas republicanas, con especialidad en el nuestro (...), por las circunstancias en extremo delicadas que lo acompañan (...)

Soy demócrata por convicción: sin excusar esfuerzos ni peligros, he dado veintiséis años, los mejores de mi vida, al establecimiento del Gobierno popular. Ahora que me ha elevado la fortuna, si no el merecimiento, por mis buenos aunque débiles servicios, mal podría yo venir a practicar lo mismo que antes hubiera en otros combatido.

Es más noble mi ambición. Yo no aspiro a gobernar.

Busco la honra y el respeto de mi nombre, el aprecio y la consideración de mis conciudadanos. Al aceptar primero el poder omnímodo durante la Revolución como su Caudillo, y luego la Presidencia constitucional en 1865, al ejercer la autoridad en todo ese tiempo, me he movido por el deseo de complacer el voto del pueblo, contando con decidido apoyo (...)

Haré lo que me cumple hacer: lo que el deber me manda, lo que mi propia honra me inspira y aconseja. Dejaré a los pueblos en plena libertad de decidirse por el candidato o los candidatos de su predilección. Este es su derecho, que nadie habría de ser osado a disputarles, y mientras esté al frente de la administración protegeré su amplio ejercicio: su ingenua voluntad será mi norte, mi suprema ley. No permitiré que funcionario de ningún ramo dependiente del Ejecutivo Nacional tome en las elecciones más parte de la que le pertenece en calidad de mero ciudadano, la de consignar su sufragio en la urna electoral. Venezuela entera será testigo de la fiel ejecución del compromiso que contraigo y proclamo a la faz de ella.

Protesto solemnemente que no tengo ni tendré candidato. Deseo que cuantos aspiren al mando supremo se exhiban con franqueza y se recomienden a la opinión pública por las ideas y propósitos que ofrezcan llevar al Poder. Logre el triunfo en discusión abierta y por el libre sufragio el más patriota, el más apto, el más idóneo. El elegido libremente por la Nación, ese y no otro será candidato. ¿A quién podría recomendar cuando nadie más que yo ha experimentado que la presidencia no es sino un terrible martirio?

Tampoco me interesa influir en la elección. Sea cual fuere aquél en quien recaiga, nada tengo que temer. ¿Recelaría del país? Creo que he servido a la causa de su gloria y de su libertad. ¿Recelaría de mis tenientes? Más que Jefe, he sido para todos ellos un padre.

He aquí trazado a grandes rasgos el camino que estoy resuelto a seguir. Nada ni nadie será poderoso a desviarme de él. Antes que abandonarlo me expondría a la expatriación voluntaria. Que los pueblos de Venezuela decidan su suerte futura con cabal conciencia y en completa libertad, ¡Ojalá que estas seguridades de mi genial franqueza disipen dudas, alejen desconfianzas y confundan calumnias!

El título de Gran Ciudadano es mi más preciado timbre de gloria (...) ¿iría yo a deslustrar aquel exquisito don de la munificencia nacional? Desde esa altura a que la voluntad de Dios y la benevolencia de mis conciudadanos me han elevado, no descenderé, yo lo juro, a trillar la senda escabrosa de la violencia y de la usurpación, confundiéndome con los ambiciosos vulgares que empiezan por el disfrute fugaz de precarios goces y acaban por el desprecio y la ignominia.

Su amigo, J.C. Falcón.

La carta fue aplaudida por la opinión pública, incluso por adversarios al gobierno; pero prevaleció la tara subversiva y revolucionaria: el empeño de restarurar nada más que escombros. Si quienes se encontraban comprometidos en revueltas e insurrecciones hubiesen actuado con inteligencia y patriotismo, las armas no se hubieran empuñado nuevamente contra la propia nación; muy por el contrario, el llamado hubiese sido al entusiasmo y a la participación popular en contienda cívica.

¡Cuánto nos cuesta aprender lecciones de patriotismo!

Mercedes Malavé
mmmalave@gmail.com
@mercedesmalave
@ElUniversal

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