miércoles, 2 de diciembre de 2015

HÉCTOR SILVA MICHELENA, EL ODIO, EN TIERRA DE GRACIA

Si la política del odio es odiosa, ¿qué explica su recurrencia? Dos son las posibilidades: una, que la política del odio refleje una pulsión irracional del ser humano hacia la destrucción del otro; dos, que la política del odio sea beneficiosa electoralmente, por tanto racional. Los politólogos decimos que la política tiene dos caras: una es la de “quién se lleva qué”, y trata de cómo se distribuyen unos recursos limitados entre distintos grupos sociales; la otra versa en torno a la imposición de valores. Entendida de la primera forma, la política puede ser fuente de conflicto: si lo que tus ganas es lo que yo pierdo, la tensión está servida. Pero también puede dar paso al consenso si las partes deciden repartirse la diferencia.
Lo bueno de los conflictos distributivos es que los bienes en disputa suelen ser son divisibles, por lo que suelen favorecer la emergencia de consensos amplios en torno a posiciones centristas. Pero las diferencias morales, identitarias, religiosas o culturales no se pueden repartir tan fácilmente. Por eso son tan útiles; polarizan a los electorados, alejándolos del centro, y fidelizan a los votantes en los extremos. Si la política es racional, puedo cambiar mi voto en cada elección dependiendo de qué ofrezcan unos y otros. Pero si lo que me juego es mi identidad, religión o cultura y lo que me mueve es el odio, cómo voy a votar por los otros. Si el odio funciona es porque es el instrumento favorito de un tipo de guerra que suele pasar desapercibida: la guerra cultural.
DE “ODIO DE CLASE”
Los cambios sociales profundos no se logran con votaciones en el Parlamento ni por medios pacíficos: hay que imponérselos a los poderosos por la vía de las armas, de la revolución social, de organizar la rebelión de los trabajadores, de los oprimidos y para ello hay que crear unos instrumentos indispensables (Partido Proletario, Ejercito Popular, Frente de las clases oprimidas) para tales fines. Hacia estos objetivos debemos avanzar los sectores conscientes de la clase obrera. (http://odiodeclase.blogspot.com/. Blog comunista revolucionariu cántabru).
Sin embargo, lamentable es reconocerlo, existe odio y violencia entre los hombres, y lo que es peor aún, predicadores del odio y de la violencia que propugnan la revolución permanente, y existen realizadores violentos de esas ideologías revolucionarias. Pero el odio y la violencia en la edad de la bomba de hidrógeno y de la conquista del espacio no son medios adecuados para construir una sociedad más humana en los Estados industrializados y desarrollados. Frente a los predicadores de la violencia se encuentran los representantes de la razón, incomprendidos y escarnecidos muchas veces. Quien sigue moviéndose según las categorías odio y violencia se mueve entre las mallas de la misma sociedad que quisiera transformar.
Por eso, la acción no violenta, la lucha no violenta contra la mentira, la injusticia, la opresión y la explotación es una alternativa verdadera, que no tiene nada de fracasada, contra la historia vivida hasta el presente, que ha sido una historia de odio y de violencia. La lucha no violenta no es un invento de nuestros días. “Pero nunca ha sido tan actual, tan realista, tan posible y tan necesaria como hoy”. Tiene su origen en la conciencia de una superioridad intelectual y en el convencimiento de que con métodos bárbaros no se puede dar forma a una sociedad más humana. Esa lucha es pregón de una época nueva, posible y humana en la que los conflictos no se resolverán con estacas y bombas atómicas, sino por medios pacíficos a todos los niveles... Esa lucha anuncia modos de comportamiento entre personas que han llegado a ser verdaderas personas y que, por tanto, ya no piensan en aniquilarse mutuamente...
La lucha no violenta es hasta ahora la forma más sublime, más pura y, a la larga, la más eficaz de todas las revoluciones. No sólo transforma estructuras sociales deshumanizadas, sino también a los hombres. Esa revolución no piensa ya según las estrechas nociones de raza, clase, nación y religión; piensa global y razonablemente. Y actúa cómo piensa.
Y un impostor del príncipe Mishkin, protagonista  de la novela El idiota de Dostoievski, vociferó: “Si se diera ese escenario negado y transmutado Venezuela entraría en una de las más turbias y conmovedoras etapas de la vida política”. A verbis ad verbera (De las palabras a los golpes).

Hector Silva Michelena
silvamichelena@yahoo.es
@silvamichelena

Caracas - Venezuela

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