El
madurismo fracasó en la convocatoria. No logró movilizar al electorado, a pesar
de las enormes presiones que desató sobre los sectores más humildes para que
acudieran a los centros de votación. También encalló en su intento de construir
una ‘oposición oficial’. El sector que participó de la opereta obtuvo menos de 10%
de los miembros de la Asamblea. De 277 diputados, apenas se quedó con veinte.
Una cifra marginal. Tanto, que Nicolás Maduro no tuvo la gentileza de
considerarlos para integrar la directiva
del parlamento, después de haber intentado lavarle el rostro a unas elecciones
concebidas para tapar todas las rendijas del Estado autoritario. La mesita de
noche quedó convertida en una minúscula linterna de bolsillo.
Resulta
interesante apreciar cómo Maduro sigue atornillándose en el poder y desbrozando
el terreno que le permitirá repetir como candidato presidencial en las
elecciones de 2024, evento del cual habló en días recientes con euforia.
Designó a su pupilo Jorge Rodríguez presidente del foro, relegando a Diosdado
Cabello a ser el jefe de una fracción parlamentaria que tendrá su epicentro no
el Palacio Federal, sino en Miraflores. A Cabello, Maduro le concedió un cargo
mucho más formal que real. Los principales proyectos de ley no serán cocinados
a fuego lento en la AN, sino en palacio. Desde luego que Cabello no está
liquidado. En política afirmar tal cosa puede resultar muy apresurado, pero,
por ahora, recibió su buen mazazo. Quédate tranquilo con tu cargo y tu programa
de televisión, le dijeron.
Maduro
y su régimen completaron el cerco alrededor del Estado y la sociedad a pesar de
carecer de popularidad, legitimidad y representatividad. Como buen alumno de
los cubanos, no las necesita. Más de 80% de la población lo responsabiliza de
la crisis nacional. Su elección en 2018 no es reconocida por sesenta países
democráticos, además de que en esa consulta la abstención fue muy elevada. La
elección del 6 de diciembre fue un adefesio a la que concurrió una escuálida
minoría. Esos no son problemas que le preocupen. La legitimidad –ya lo decía
Mao Zedong- se encuentra en la boca de un fusil. Maduro se ha ocupado de montar
una sociedad militarizada en la cual el elemento dominante no son las fuerzas
armadas oficiales, sino los cuerpos paramilitares, que se confunden con la
delincuencia.
El
Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV), dirigido por Roberto
Briceño-León, señala en su último informe que la mayoría de los crímenes
cometidos en el país, el segundo más violento del mundo, son extrajudiciales.
En ellos participan los cuerpos de seguridad creados para reprimir y atemorizar
a la gente de las barriadas populares y a los opositores que se atreven a
incursionar en los sectores pobres para promover la organización ciudadana. La
popularidad tampoco es obstáculo que Maduro no sepa cómo eludir. Convoca las
elecciones previstas en las Constitución, previamente inhabilita a partidos y
dirigentes adversos, les quita las tarjetas a las organizaciones opositoras,
les corta los suministros financieros a los grupos que lo critican, y, a la vez,
les concede todas las ventajas a sus partidarios. Las cifras de abstención y
participación las maquilla con el CNE designado a su conveniencia. Finalmente,
gestiona el apoyo de los países autoritarios con los que mantiene alianzas. Todo resuelto.
Hay
que esperar a ver cómo será el comportamiento del gobierno de Joe Biden con
Maduro para tener el panorama más claro. De acuerdo con lo poco que se sabe, la
nueva administración norteamericana desarrollará una iniciativa diplomática más
envolvente que incluirá a China y a Rusia como factores clave. El objetivo
primordial será lograr elecciones presidenciales justas y supervisadas por la
comunidad internacional en el menor plazo posible. La diplomacia tendrá que
agudizar todos los sentidos si aspira alcanzar esta meta. El madurismo ha
resultado un hueso duro de roer.
La
oposición agrupada en torno a Juan Guaidó, junto a las facciones dirigidas por
Capriles, María Corina y algunos líderes que viven en el exilio, deberán
esforzarse por hallar zonas de encuentro que les permitan llegar a acuerdos
mínimos. Nos encontramos en un punto en el cual la oposición democrática puede
cubanizarse. Es decir, puede pasar a ser insignificante por su incapacidad de
tramar acciones y desarrollar iniciativas que pongan en peligro la estabilidad
del régimen. El entendimiento resulta más urgente ahora que el Estado volvió a
ser rojo, rojito.
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Venezuela
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