Arrancando
en clara desventaja la carrera electoral, y desde una posición de evidente
minoría, una de las estrategias sobre las cuales el gobierno cifra sus
esperanzas para el próximo diciembre es en desmovilizar a la mayoría opositora.
Y para ello, uno de sus aliados está en lo que la moderna Psicología Cognitiva
denomina “anticipación negativa”.
La
anticipación negativa es un patrón particular de pensamiento que lleva a quien
lo padece a presuponer constantemente que algo va a salir mal, no dudar en
ningún momento de esa predicción, y actuar en consecuencia. Típicos ejemplos de
la anticipación negativa son frases como “mejor no voy porque me va a pasar
algo malo”, “no llamo porque no me van a aceptar”, “mejor ni lo intento porque
ya sé que no lo voy a lograr”, y otras de uso frecuente en algunas personas.
Lo
esencial de este patrón psicológico es que se anticipa que las cosas saldrán
mal sin tener datos que apoyen esas conclusiones. En otras palabras, se
interpreta una posibilidad como si fuera una realidad segura y negativa, y se
actúa conforme a ella. Y las consecuencias de esta tendencia a pensar así van
más allá de lo meramente cognitivo. En efecto, con la anticipación negativa se
incrementa la producción y las acciones combinadas de la hormona cortisol y las
catecolaminas, activando el sistema nervioso autónomo y generando en
consecuencia angustias, miedos y pesimismo.
Es
cierto que la anticipación ante determinados riesgos y peligros nos protege y
permite prepararnos lo mejor posible para afrontarlos. Pero, como afirma el
doctor Elías Abdalá (Las trampas de la mente), cuando las desgracias que
anticipa la mente son abstractas, exageradas o ilógicas, nos paralizan,
enferman y limitan.
En
el plano político, cuando la anticipación negativa se generaliza a muchas
personas, no solo desestimula la organización popular sino que, además,
contribuye a consolidar un piso actitudinal-psicológico de aceptación y
resignación colectivas sobre las cuales los gobiernos autoritarios edifican su
modelo de dominación.
Si
mucha gente se convence de que frente a su entorno político no hay nada que
hacer, que lo que ocurrirá es malo pero además inevitable, que solo queda
rendirse porque no hay forma de cambiar o de siquiera enfrentar a quienes le
oprimen, entonces el modelo de dominación comienza a echar raíces y a ser
percibido como irreversible. No en balde una de las cosas que los gobiernos de
signo autoritario primero buscan sembrar en la población es convencerla de su
muy precaria eficacia política, esto es, de su muy reducida capacidad de
influir sobre los hechos políticos y mucho menos de cambiarlos.
Este
gobierno ha sido tan malo y tan largo que es lógico que, después de tanto
tiempo, mucha gente crea que está condenada a seguirlo sufriendo. Y no solo
eso: lo más grave es que termine pensando que es inevitable y que, no importa
lo que pase, nada se puede hacer para cambiarlo. Un ejemplo de ello han sido
las afirmaciones de algunos que aseguraban que no se iban a convocar las
elecciones para este año. Ya conseguido el objetivo, juran que de todas formas no
las habrá. Y que si las hay, la oposición no podrá ganarlas. Y si las gana, el
gobierno no lo reconocerá. Y si no puede no reconocerlas, pues igual algo malo
pasará, simplemente porque el gobierno “no se va a dejar”, como si torcer la
voluntad mayoritaria de un pueblo fuera tan sencillo. Ya lo decía Fernando
Savater: una vez que un pueblo toma la decisión de cambiar, no hay fuerza que
pueda detenerlo. Es solo un asunto de tiempo.
La
calle, las encuestas y las reacciones de perplejidad de los burócratas oficialistas
son la mejor evidencia de que la realidad política cambió y el país se asoma a
un amanecer distinto. Solo falta que empecemos a superar la desesperanza
inteligentemente cultivada por el gobierno desde hace más de tres lustros y
comencemos a darnos cuenta de que el país que queremos está a la vuelta de la
esquina, y que solo depende de nosotros.
Ángel
Oropeza
@angeloropeza
No hay comentarios:
Publicar un comentario