domingo, 13 de enero de 2019

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ, EL ETERNO FRACASO


Algunos se inquietan por la deriva de la libertad en Estados Unidos, aunque es una de las pocas naciones que eludió los peligros del totalitarismo o la dictadura. Esa virtud puede ser efecto de que el fundamento de la sociedad es la autonomía de los estados, y de que la estructura federal impone que el Estado sea más o menos una convención aceptada por todos, pero una convención al fin, cuya fortaleza hacia adentro es casi solo hacer cumplir la ley, y hacia afuera afirmar la seguridad y defensa. Su constitución garantiza escrupulosamente la libertad de las personas, los derechos de los estados y la posibilidad de que cada quien busque la felicidad.

No existe una cultura nacional, nada específicamente norteamericano, y filósofos como Jean Baudrillard y Slavov Zizek ven al país como un ente sin alma que se traga todo, asimila las culturas de todas partes. “Lo que no se consigue en NY es porque no existe”, dicen los newyorkers con razón. Resulta difícil creer que al echar las bases de EEUU, desde los peregrinos del Mayflower, fueron decisivas variadas sectas religiosas fanáticas con marcados elementos comunistas y anarquistas, y otras que practicaban una incipiente economía del mercado. Convivieron además zoaritas, amanitas, luteranos, auroritas, bethelianos, calvinistas, católicos, y otros.

No hubo algo similar en Latinoamérica sino la Inquisición y la Compañía de Jesús. Desde 1620 de la colonización de Massachusets, la iglesia pietista, con el gobernador William Bradford a la cabeza, y un poco después los cuáqueros o amish, proponían lo que hoy se llama economía de competencia. Eso hizo rica la primera colonia británica en norteamérica aunque conflictos en la metrópoli incidieron positivamente. Por ejemplo, el monarca británico Carlos II tenía un grave problema con William Penn, un poderoso aristócrata hereje, cuáquero, al que no podía tocar pero necesitaba quitarse de encima.

Tres males a erradicar

Para ello le otorgó 120 mil kms. de territorio en la colonia, hoy Pennsilvania. Y aquél funda Filadelfia, la primera república democrática del mundo en 1682, le da una constitución llamada Marco de gobierno, que establece el sufragio, los derechos individuales y que, cien años después, inspira la Constitución de Estados Unidos que George Washington hace aprobar ahí mismo. De acuerdo con Historia de las sociedades comunistas norteamericanas de Charles Nordhoff, esas sectas, hermandades e iglesias se lanzaron a la conquista territorial.

A un extremo la cofradía de la Segunda Aparición de Cristo o shakers, cuyos miembros eran desde encratistas, que prohibían las relaciones sexuales e incluso el matrimonio, hasta los Perfeccionistas, que propiciaban el amor libre. El primer experimento comunista moderno ocurre en Estados Unidos durante el siglo XIX y no en Rusia del XX. Robert Owen compra a la secta economita la comunidad de Armonía dedicada a la carpintería, impresión, destilación, fundición y muchas otras actividades en términos altamente productivos.

Después de iniciar con mal paso, decreta una Constitución de Igualdad que se propone el ideal utópico de pasar de la competencia a la cooperación. Declara que “libraré a la Humanidad de sus tres males más monstruosos: la propiedad privada, la religión irracional y el matrimonio…”. Y en poco tiempo una comunidad productiva modelo se convirtió en abandono, decadencia, caos. Entran en conflictos judiciales por pago de deudas y Owen se rinde y regresa vencido a Europa, quebrado después de haber perdido cuatro quintas parte de su fortuna.

Hombre nuevo estafador

En apenas dos años, el socialismo logró convertir aquel emporio de riqueza y productividad en un antro de pleitos y escasez. Otro de los grandes teóricos socialistas, es el francés Etienne Cabet, ya famoso por sus obras Viaje… a Icaria y El verdadero Cristianismo… en las que reivindica los modelos utópicos de Moro y Campanella. Logra que mil quinientos peregrinos se embarquen de Francia a EEUU en 1848, comprometidos a aceptar a Cabet en condición de dictador por una década. Establece Icaria en Navoo-Illinois, una próspera comunidad en aquel entonces más grande y productiva que Chicago.

“Nuestro programa es el comunismo racional democrático: aumento de la producción, reparto equitativo, supresión de la miseria…”. Cabet implanta un régimen autoritario en el que las mujeres carecían de voz y la comunidad entera de voto, con una sentencia apabullante… “el pueblo debe estar protegido de la tentación de buscar la verdad por el contraste de opiniones”. Las familias vivían en casas iguales, con cuartos iguales, el mismo mobiliario y los padres delegaban la educación de sus hijos en la comunidad.

Se repite la historia. Al poco tiempo Icaria está en decadencia y las arbitrariedades del dictador hacen que Ia colectividad se divida y se retire gran parte de los integrantes para fundar una nueva colonia. El hombre nuevo que se proponía alumbrar, termina en reyertas, pleitos judiciales, infidelidades, traiciones y estafas. El colectivismo es estructuralmente perverso y todas sus versiones en el tiempo conducen a lo mismo: pobreza, dictadura, violencia, sufrimiento. La sociedad norteamericana logró tragarlo y asimilarlo, como seguramente hará con cualquier otro peligro.

Carlos Raúl Hernández
@CarlosRaulHer

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