Tenía que suceder, la revolución socialista
bolivariana perdió su anclaje popular y con ello su encanto. No podía ser de
otra forma, el socialismo en todo lugar y momento es básicamente dos cosas: la
destrucción del sistema de precios y la eliminación progresiva de la economía
privada, de allí la hiperinflación y el desabastecimiento que arrinconan a los
ciudadanos. Recientemente, Oscar Schemel, diputado electo con el apoyo del
chavismo a la Asamblea Nacional Constituyente e influyente hombre de medios que
defiende el gobierno de Nicolás Maduro, dijo en el programa de televisión “José
Vicente Hoy”, “ el modelo económico estatista de la revolución bolivariana
fracasó”.
La oposición al régimen, que durante mucho tiempo se
limitó a un núcleo duro conformado por sectores de la otrora vasta clase media
venezolana y sobre todo geográficamente caraqueña, se hizo transversal, tanto
territorial como socialmente. Esto tiene sus antecedentes. Se empezó a hacer
patente con el reñidísimo triunfo de Maduro en los comicios presidenciales de
2013 y desde 2015 con el triunfo electoral de la extinta MUD en las elecciones
parlamentarias de ese año. Sólo que se había desdibujado temporalmente como
consecuencia de los errores políticos del liderazgo opositor. Desdibujado, pero
no disipado.
El pasado 23 de enero quedó en evidencia el casi
unánime rechazo popular al gobierno de Maduro y el angustiante reclamo de
cambio. Más que una movilización política fue un masivo acto de legítima
defensa por parte de la población frente a una realidad económica de
exterminio. Luego de este evento, el régimen, que se veía sin trastornos en el
horizonte, envejeció siglos en pocos días. Le ocurrió algo parecido a lo que le
pasó a Carlos Andrés Pérez poco después de su toma de posesión en febrero de 1989
con los sucesos de “el caracazo”.
Lo que está de bulto es el gigantesco fracaso de un
modelo económico. El convocante de las inmensas movilizaciones populares
ocurridas en todo el país el 23-E fue sin duda el rechazo al masivo
empobrecimiento derivado del socialismo del siglo XXI. Pero el rechazo, por
inmenso que sea, no es suficiente para que tal cosa se convierta en cambio
político. En este momento los operadores de la oposición que tienen en sus
manos la conducción del movimiento de protesta, encabezado por el joven
dirigente Juan Guaidó, seguramente están evaluando sus opciones disponibles.
Por su parte el gobierno de Maduro, experto hasta ahora en la sobrevivencia,
hace lo mismo usando los poderosos medios físicos de poder que están a su
alcance.
Ahora bien, toda decisión de política de Estado tiene
un correlato militar. Por ahora la juramentación de Guaidó como Presidente
interino, carece de tal cosa. Con amplio respaldo popular y sólido apoyo
internacional, parece que lo único que falta es la adhesión de la gente de
uniforme. De hecho ha empezado una batalla por el afecto de los militares.
Maduro inicia una ofensiva en los cuarteles, Guaidó hace lo propio extramuros
con su Ley de Amnistía.
Focalizar el análisis político de la crisis venezolana
en la esfera de lo militar no es nada auspicioso. Supone la beligerancia del
componente armado en el devenir de asuntos que deberían ser estrictamente de
orden civil. Sin embargo, la realidad pareciera asomar que la institución
castrense tiene en esta hora un rol decisivo. Con dos poderes judiciales, dos
legislativos y dos ejecutivos, sólo faltaría que también haya dos Fuerzas
Armadas, sin mencionar la preexistente presencia en el país de grupos
paramilitares y criminales. Es decir, el regreso definitivo y peligroso a la
realidad política de Venezuela del siglo XIX: los partidos políticos eran
partidos políticos armados, cada uno tenía su ejército.
El siglo XIX fue terrible para Venezuela, sobre todo a
partir de 1848. Desde ese momento se produjo un proceso de disolución
republicana con infinidad de conflagraciones civiles que llevó a nuestro país a
casi perder todo lo que se había conquistado con la Independencia, la cual por
cierto tuvo un costo enorme. Es en el siglo XX, gracias al “tirano liberal”
Juan Vicente Gómez como “Gendarme Necesario”, que se puede refundar el Estado
nacional moderno y con ello institucionalizar el estamento armado venezolano
como principal garante del monopolio de la violencia legítima. Tal cosa
permitió pacificar el país. El resto lo hizo un sistema monetario sólido basado
en el patrón oro, una Hacienda Pública Nacional ordenada y saneada y una
pujante industria petrolera. Tan prodigioso fenómeno fue posible como
consecuencia de arreglos institucionales formulados por hombres tan notables
como Gumersindo Torres y Román Cárdenas.
Tal cosa no fue un hecho menor. La consolidación de
los Estados nacionales en Europa luego del Renacimiento, según el prominente
historiador Niall Ferguson, fue un factor crucial para el desarrollo de economías
capitalistas modernas que luego impulsaron la emergencia de la revolución
industrial, el libre comercio y el prodigio de la generación masiva de riqueza
en el seno de la civilización occidental.
Regresar a lo peor del siglo XIX venezolano, con la nefasta
influencia de sus caudillos militares y sus partidos políticos armados, es un
escenario sin duda aterrador. Independientemente del juicio que tengamos sobre
la actual situación, en los hechos, lo cierto es que El Ejecutivo Nacional es
el partido político del chavismo y La Asamblea Nacional es el partido político
de la oposición, es decir, dejaron de ser instituciones nacionales para
convertirse en grupos beligerantes parciales. Desencadenar esta lógica nos
podría llevar al escalamiento de la violencia de forma total. Esperemos que la
Fuerza Armada Nacional, en este difícil trance, de acuerdo a lo que establece
la Constitución, pueda ser realmente nacional y ayude a una solución dialógica
y negociada al conflicto de poderes que tenemos por parte de los actores
políticos. Nos jugamos nuestra integridad territorial y nuestra viabilidad como
República, algo que también estuvo en juego en Venezuela durante el siglo XIX y
principios del siglo XX.
Ante este estado de incertidumbre, confusión y
crispación que caracteriza a la actual hora venezolana, parece claro que la
dimensión geopolítica del asunto, además del tema militar, cumple un rol
crucial. Cada vez está más claro que ha habido una notable cesión de soberanía
respecto al curso de nuestro devenir político. También, como en el pasado, las
fuerzas en pugna buscaban el financiamiento de los imperios para sus
respectivas causas, lo cual se tradujo en una onerosa carga económica externa
que en 1902 sus acreedores cobraron a cañonazos. La suerte de Venezuela, en
buena medida depende hoy del juego de tronos de las potencias internacionales.
Un panorama inquietante sin duda.
Pedro Elías Hernández
@pedroeliashb
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