Y,
en un sentido más claro, que mientras el "imperialismo"
norteamericano construye naciones, el "imperialismo" comunista las
destruye y explota.
Por
motivos más que justificados, los venezolanos son un pueblo orgulloso de su
historia y celoso de su soberanía. Fueron en su mayoría manos venezolanas las
que esgrimieron las armas que condujeron a las victorias de Carabobo, Boyacá y
Ayacucho. Fueron hijos de Venezuela como Bolívar, Sucre, Urdaneta, Ibarra y
Briceño los que lideraron las tropas que dieron la libertad a colombianos,
peruanos, ecuatorianos y bolivianos. Y han sido los pechos de los hombres y
mujeres de Venezuela los que han parado las balas de la narco dictadura
manipulada y controlada por la mafia de La Habana. Como en el siglo XIX, en este siglo XXI la sangre
venezolana sigue regando el surco de la libertad en América. Parafraseando a mi
admirado Andrés Eloy Blanco: "A Venezuela se le admira por el petróleo que
exportamos pero más se le debe admirar por la sangre que exportamos".
Los
recientes años de lucha contra el castro-chavismo son testimonio elocuente de
lo que he dicho en el párrafo anterior. El pasado 23 de febrero fue una jornada
heroica y gloriosa que demuestra hasta dónde está dispuesto a luchar ese pueblo
para recuperar su libertad perdida. Pero, lamentablemente, este 23 de febrero
no condujo al derrocamiento de la tiranía. Por el contrario, debe de ser motivo
para cuestionar la eficacia de la lucha no violenta para arrancarle el poder a
un tirano y sus apandillados empecinados en mantenerlo a cualquier precio.
En
el momento en que escribo estas líneas Juan Guaidó, el presidente legítimo de
Venezuela, está reunido en Bogotá con presidentes y ministros de los países que
integran el llamado Grupo de Lima. Cincuenta naciones, lideradas por los
Estados Unidos, se han sumado al reconocimiento de Guaidó y al rechazo del
cerdo grotesco que baila 'sin ton ni son' para dar la falsa impresión de que en
Venezuela no pasa nada. Sin embargo, gracias a la prensa internacional y a los
medios sociales, el mundo ha sido testigo de que en Venezuela está pasando una
masacre masiva de un pueblo bueno, trabajador y heroico.
Los cómplices del
tirano se han quedado sin justificación y sin
argumentos.
Pero
eso no quiere decir que Maduro contemple la posibilidad siquiera remota de
abandonar el poder. Está sentado sobre las bayonetas de sus fuerzas armadas e
intimidado por la amenaza siniestra de las fuerzas de ocupación extranjeras.
Los militares venezolanos no lo abandonarán porque eso equivaldría a renunciar
a sus sinecuras. Los sicarios cubanos no le permitirán renunciar porque su
derrocamiento sería la sentencia de muerte de la tiranía castrista.
Para
hacer el cuento corto, Maduro es hoy un rehén de las tropas interventoras
cubanas con altas probabilidades de correr misma la suerte de Salvador Allende
o del Che Guevara. Cuando el presidente chileno mostró su inclinación a
negociar con los militares, el general cubano Patricio de la Guardia recibió
desde La Habana la orden de matarlo. Los Castro no aceptan víctimas ni dan
refugio a derrotados, sino crean mártires para mantener su gastada y mentirosa
consigna de "Patria o Muerte". Maduro, como Allende en Chile y como
el Che en Bolivia, ni será bienvenido en La Habana ni saldrá vivo de Venezuela.
Ante
este panorama alucinante, no queda otra opción que la lucha armada para
devolverle la libertad a Venezuela. Eso tienen que haberlo comprobado ya los
activistas venezolanos y saberlo los reunidos en estos momentos en Bogotá. Ante
la incondicionalidad de los militares nativos, la mafia militar venezolana
tiene que ser enfrentada y desalojada con las balas de una fuerza militar
extranjera.
No hay otra vuelta y al diablo con los resabios
o la tontería de que esa acción pueda conducir a una intervención extranjera,
mayormente norteamericana, con el consiguiente menoscabo de la soberanía
venezolana. Los venezolanos están hoy intervenidos por la tiranía castrista y
su soberanía pisoteada por un imperialismo cruel, asesino y explotador. Ese es
el imperialismo real que sufre en estos momentos la patria de Bolívar.
Comparado con ese, el imperialismo norteamericano es un mito que dejó de
existir hace mucho tiempo.
Y
como digo con frecuencia, prueba al canto. La deplorable Diplomacia de las
Cañoneras tuvo una efímera existencia a principios del Siglo XX con las
invasiones norteamericanas de Haití y de Nicaragua. Las invasiones militares de
la República Dominicana , Granada y Panamá, entre 1965 y 1989, liberaron a esas
naciones de comunistas como Juan Bosch y Maurice Bishop, así como de
delincuentes cómo Manuel Noriega. Gracias al "imperialismo"
norteamericano, esas naciones disfrutan hoy de gobiernos democráticos.
Por
desgracia, ese no fue el caso de los cubanos que fuimos abandonados a una
suerte infame en Bahía de Cochinos por John Kennedy, un hijo del privilegio
aterrado de que lo calificaran de "imperialista". ¡Cuánto daría yo
porque mi infortunada patria cubana hubiera sido liberada en aquel momento con
la ayuda del "imperialismo" norteamericano! Nos habríamos ahorrado
sesenta años de ignominia, hambre, miseria y muerte. ¡Ah y los venezolanos se
habrían ahorrado la vergüenza de ser víctimas de las tiranías chavista y
madurista por no haber escuchado a quienes un día les advertimos del peligro!
Continuando
con los Estados Unidos, ninguna nación en la historia del mundo ha sido más
generosa con sus enemigos derrotados. La Europa posterior a la Segunda Guerra
Mundial era un paramo devastado por el intenso bombardeo aliado. Ingleses y
franceses propusieron una política de castigo contra una Alemania que había
cometido delitos de 'lesa humanidad' bajo el liderazgo de un demonio como
Adolfo Hitler. Los norteamericanos discreparon y pusieron en marcha el Plan
Marshall —oficialmente llamado European Recovery Program, ERP-- para una
reconstrucción económica que incluyó a la propia Alemania.
Entre
1945 y 1948, los Estados Unidos dieron ayudas económicas por valor de unos 13
000 millones de dólares de la época para la reconstrucción de aquellos países
de Europa devastados tras la Segunda Guerra Mundial. En marcado contraste, la
Unión Soviética se negó a participar en el programa por temor a la pérdida de
independencia económica. Y lo peor, con su negativa también bloqueó la posible
participación de países de Europa del Este, como Alemania Oriental o Polonia.
Japón
es otra muestra de la generosidad y la pragmática visión política de los
Estados Unidos. El enemigo que cuatro años antes, con un ataque artero, había
dado muerte a 2,400 jóvenes americanos en Pearl Harbor fue tratado con
compasión y magnanimidad. Entre 1945 y 1952, las fuerzas norteamericanas de
ocupación, bajo el mando del General Douglas MacArthur, pusieron en vigor
amplias reformas militares, económicas, políticas y sociales. El costo para los
Estados Unidos fue de 2,000 millones de dólares. Para 1955 la economía japonesa
había alcanzado niveles superiores a los previos a la guerra y, para 1968, se
había convertido en la segunda economía del mundo después de los Estados
Unidos.
Pero
este gigante de hoy, tuvo momentos en
que necesitó la ayuda de potencias mundiales como Francia en la lucha
por su independencia. La victoria en la Batalla de Yorktown, el 19 de octubre
de 1781, que marcó el final de la Guerra de Independencia Norteamericana, jamás
habría sido posible sin la ayuda de
Francia. La mitad de los soldados al mando de George Washington en Yorktown
eran franceses. Además, el amplio despliegue de la armada francesa frente a las
costas norteamericanas había impedido la llegada de nuevas tropas inglesas. El
general Lord Cornwallis no tuvo otra alternativa que la rendición.
¿Qué
podemos aprender de este breve recorrido por momentos transcendentales de la
humanidad? La respuesta es obvia. Que, a la hora de preservar el bien sagrado
de la libertad, todos las naciones tenemos que unir esfuerzos y aceptar ayudas
sin dejarnos paralizar por erróneos conceptos de soberanía o exagerado orgullo
nacional. Que tolerar la esclavitud de nuestros vecinos es poner en peligro
nuestra propia libertad. Cuba y Venezuela son un ejemplo vivo. Y, en un sentido
más claro, que mientras el "imperialismo" norteamericano construye
naciones, el "imperialismo" comunista las destruye y explota.
Alfredo
Cepero
@AlfredoCepero
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