miércoles, 27 de febrero de 2019

ALFREDO M. CEPERO, VENEZUELA, ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD DEL IMPERIALISMO


Y, en un sentido más claro, que mientras el "imperialismo" norteamericano construye naciones, el "imperialismo" comunista las destruye y explota.

Por motivos más que justificados, los venezolanos son un pueblo orgulloso de su historia y celoso de su soberanía. Fueron en su mayoría manos venezolanas las que esgrimieron las armas que condujeron a las victorias de Carabobo, Boyacá y Ayacucho. Fueron hijos de Venezuela como Bolívar, Sucre, Urdaneta, Ibarra y Briceño los que lideraron las tropas que dieron la libertad a colombianos, peruanos, ecuatorianos y bolivianos. Y han sido los pechos de los hombres y mujeres de Venezuela los que han parado las balas de la narco dictadura manipulada y controlada por la mafia de La Habana. Como en  el siglo XIX, en este siglo XXI la sangre venezolana sigue regando el surco de la libertad en América. Parafraseando a mi admirado Andrés Eloy Blanco: "A Venezuela se le admira por el petróleo que exportamos pero más se le debe admirar por la sangre que exportamos".

Los recientes años de lucha contra el castro-chavismo son testimonio elocuente de lo que he dicho en el párrafo anterior. El pasado 23 de febrero fue una jornada heroica y gloriosa que demuestra hasta dónde está dispuesto a luchar ese pueblo para recuperar su libertad perdida. Pero, lamentablemente, este 23 de febrero no condujo al derrocamiento de la tiranía. Por el contrario, debe de ser motivo para cuestionar la eficacia de la lucha no violenta para arrancarle el poder a un tirano y sus apandillados empecinados en mantenerlo a cualquier precio.

En el momento en que escribo estas líneas Juan Guaidó, el presidente legítimo de Venezuela, está reunido en Bogotá con presidentes y ministros de los países que integran el llamado Grupo de Lima. Cincuenta naciones, lideradas por los Estados Unidos, se han sumado al reconocimiento de Guaidó y al rechazo del cerdo grotesco que baila 'sin ton ni son' para dar la falsa impresión de que en Venezuela no pasa nada. Sin embargo, gracias a la prensa internacional y a los medios sociales, el mundo ha sido testigo de que en Venezuela está pasando una masacre masiva de un pueblo bueno, trabajador y heroico. 

Los cómplices del tirano se han quedado sin justificación y sin  argumentos.
Pero eso no quiere decir que Maduro contemple la posibilidad siquiera remota de abandonar el poder. Está sentado sobre las bayonetas de sus fuerzas armadas e intimidado por la amenaza siniestra de las fuerzas de ocupación extranjeras. Los militares venezolanos no lo abandonarán porque eso equivaldría a renunciar a sus sinecuras. Los sicarios cubanos no le permitirán renunciar porque su derrocamiento sería la sentencia de muerte de la tiranía castrista.

Para hacer el cuento corto, Maduro es hoy un rehén de las tropas interventoras cubanas con altas probabilidades de correr misma la suerte de Salvador Allende o del Che Guevara. Cuando el presidente chileno mostró su inclinación a negociar con los militares, el general cubano Patricio de la Guardia recibió desde La Habana la orden de matarlo. Los Castro no aceptan víctimas ni dan refugio a derrotados, sino crean mártires para mantener su gastada y mentirosa consigna de "Patria o Muerte". Maduro, como Allende en Chile y como el Che en Bolivia, ni será bienvenido en La Habana ni saldrá vivo de Venezuela.

Ante este panorama alucinante, no queda otra opción que la lucha armada para devolverle la libertad a Venezuela. Eso tienen que haberlo comprobado ya los activistas venezolanos y saberlo los reunidos en estos momentos en Bogotá. Ante la incondicionalidad de los militares nativos, la mafia militar venezolana tiene que ser enfrentada y desalojada con las balas de una fuerza militar extranjera.

No  hay otra vuelta y al diablo con los resabios o la tontería de que esa acción pueda conducir a una intervención extranjera, mayormente norteamericana, con el consiguiente menoscabo de la soberanía venezolana. Los venezolanos están hoy intervenidos por la tiranía castrista y su soberanía pisoteada por un imperialismo cruel, asesino y explotador. Ese es el imperialismo real que sufre en estos momentos la patria de Bolívar. Comparado con ese, el imperialismo norteamericano es un mito que dejó de existir hace mucho tiempo.
Y como digo con frecuencia, prueba al canto. La deplorable Diplomacia de las Cañoneras tuvo una efímera existencia a principios del Siglo XX con las invasiones norteamericanas de Haití y de Nicaragua. Las invasiones militares de la República Dominicana , Granada y Panamá, entre 1965 y 1989, liberaron a esas naciones de comunistas como Juan Bosch y Maurice Bishop, así como de delincuentes cómo Manuel Noriega. Gracias al "imperialismo" norteamericano, esas naciones disfrutan hoy de gobiernos democráticos.

Por desgracia, ese no fue el caso de los cubanos que fuimos abandonados a una suerte infame en Bahía de Cochinos por John Kennedy, un hijo del privilegio aterrado de que lo calificaran de "imperialista". ¡Cuánto daría yo porque mi infortunada patria cubana hubiera sido liberada en aquel momento con la ayuda del "imperialismo" norteamericano! Nos habríamos ahorrado sesenta años de ignominia, hambre, miseria y muerte. ¡Ah y los venezolanos se habrían ahorrado la vergüenza de ser víctimas de las tiranías chavista y madurista por no haber escuchado a quienes un día les advertimos del peligro!

Continuando con los Estados Unidos, ninguna nación en la historia del mundo ha sido más generosa con sus enemigos derrotados. La Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial era un paramo devastado por el intenso bombardeo aliado. Ingleses y franceses propusieron una política de castigo contra una Alemania que había cometido delitos de 'lesa humanidad' bajo el liderazgo de un demonio como Adolfo Hitler. Los norteamericanos discreparon y pusieron en marcha el Plan Marshall —oficialmente llamado European Recovery Program, ERP-- para una reconstrucción económica que incluyó a la propia Alemania.

Entre 1945 y 1948, los Estados Unidos dieron ayudas económicas por valor de unos 13 000 millones de dólares de la época​ para la reconstrucción de aquellos países de Europa devastados tras la Segunda Guerra Mundial. En marcado contraste, la Unión Soviética se negó a participar en el programa por temor a la pérdida de independencia económica. Y lo peor, con su negativa también bloqueó la posible participación de países de Europa del Este, como Alemania Oriental o Polonia.

Japón es otra muestra de la generosidad y la pragmática visión política de los Estados Unidos. El enemigo que cuatro años antes, con un ataque artero, había dado muerte a 2,400 jóvenes americanos en Pearl Harbor fue tratado con compasión y magnanimidad. Entre 1945 y 1952, las fuerzas norteamericanas de ocupación, bajo el mando del General Douglas MacArthur, pusieron en vigor amplias reformas militares, económicas, políticas y sociales. El costo para los Estados Unidos fue de 2,000 millones de dólares. Para 1955 la economía japonesa había alcanzado niveles superiores a los previos a la guerra y, para 1968, se había convertido en la segunda economía del mundo después de los Estados Unidos.

Pero este gigante de hoy, tuvo momentos en  que necesitó la ayuda de potencias mundiales como Francia en la lucha por su independencia. La victoria en la Batalla de Yorktown, el 19 de octubre de 1781, que marcó el final de la Guerra de Independencia Norteamericana, jamás habría sido posible sin  la ayuda de Francia. La mitad de los soldados al mando de George Washington en Yorktown eran franceses. Además, el amplio despliegue de la armada francesa frente a las costas norteamericanas había impedido la llegada de nuevas tropas inglesas. El general Lord Cornwallis no tuvo otra alternativa que la rendición. 

¿Qué podemos aprender de este breve recorrido por momentos transcendentales de la humanidad? La respuesta es obvia. Que, a la hora de preservar el bien sagrado de la libertad, todos las naciones tenemos que unir esfuerzos y aceptar ayudas sin dejarnos paralizar por erróneos conceptos de soberanía o exagerado orgullo nacional. Que tolerar la esclavitud de nuestros vecinos es poner en peligro nuestra propia libertad. Cuba y Venezuela son un ejemplo vivo. Y, en un sentido más claro, que mientras el "imperialismo" norteamericano construye naciones, el "imperialismo" comunista las destruye y explota.

Alfredo Cepero
@AlfredoCepero

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