Fue un día
terrible e inolvidable. Se quebraron nuestras expectativas y no podíamos
reponernos de los sollozos. Ver los camiones en llamas resultó impactante.
Contabilizar más de veinte muertos, casi 300 heridos y alrededor de 100
miembros de las Fuerzas Armadas convencidos de abandonar el bando del terror,
no es suficiente para un régimen cuyo único interés es aferrarse al poder a
costa de la sangre de tantos inocentes.
Pese a este
saldo demoledor y toda la decepción por un 23 de febrero amargo y
decepcionante, los días de Maduro están contados. Lo sigue recalcando el
vicepresidente de EEUU, Mike Pence, quien no pierde sus perspectivas para
continuar en el intento de entregar la ayuda humanitaria, siguiendo con los
pasos concretos para acabar con la dictadura venezolana.
Al día
siguiente, Guaidó fue recibido con los honores presidenciales en Bogotá, tras
el fallido intento el sábado pasado de introducir los camiones en tierras
venezolanas. Se reúne con los 14 cancilleres del Grupo de Lima, Duque y Pence.
Las deliberaciones serán intensas, pues hay algo más que honor en juego.
El
mandatario constitucional de Venezuela debe dejar de lado los buenos modos y
los excesos de conmiseración hacia los militares. Eso es indiscutible.
Suficiente… se acabó la paciencia.
Tal vez, no
se pueda exigir remordimiento de conciencia, cuando por el otro lado les están
apuntando con un fusil para no doblegar. Quizá se hallen sitiados por los
cubanos. No lo sabemos con certeza.
Podrán
existir excusas interminables para no haber aceptada está última oportunidad,
pero es hora de que Guaidó dé de baja a los dos mil generales venezolanos. Con
una convicción ineludible, debe hacer trizas la Ley de Amnistía y ya no contar
con ellos para el cambio a generarse en pocas semanas.
Apenas es el
comienzo. No hay razones definitivas para perder las esperanzas. Existen dos
frases certeras y determinantes que han copado los últimos días. Las mismas se
han vuelto casi un eslogan de emociones incontenibles, revestidas de fe y con
la convicción de que por fin se harán los deberes en Venezuela para restaurar
la democracia.
La primera
la ha mantenido Juan Guaidó con una nobleza conciliadora y la exprime con una
sabiduría que cala hasta en los huesos. Ese “vamos bien” nos lleva a detener
las ansias fugitivas de huir de la realidad.
Lo dice sin
suntuosidad y sin otro propósito que darnos la confianza para luchar. Logra en
su esencia, levantarnos de los asientos para andar y a no apagar la televisión
de los acontecimientos.
La exprime
sin intenciones secundarias, pero con una rara sensación de amabilidad, de que
guardar un secreto y las armas selectas para alcanzar la libertad. Parece con
sus palabras reconocer su irremediable papel en la historia. Lleva ese hálito
fugaz de cumplir con su encomienda para salvar la patria, sin las pretensiones
opulentas de buscar el poder para él.
El “vamos
bien” lo vimos en las camisetas sencillas de los artistas que participaron en
el gran concierto en Cúcuta titulado “Venezuela Aid Live”. Fue un desfile
incontenible de estrellas y de emociones simples, como preludio a lo que está
por venir, aunque se haya fallado en el primer intento por darle un pequeño
alivio al pueblo venezolano el pasado sábado.
La otra
frase es sin duda estratégica. Es ir con la mochila repleta para la batalla. La
emitió el presidente Donald Trump en su peculiar intervención en la Universidad
de Miami. La soltó sin asombros y en medio de la turbulencia acostumbrada de su
insaciable discurso. El “no hay vuelta atrás” se declara como punto culminante
de los estragos nacionales. Más allá de su sintaxis, interviene con el poder
infundado por su emisor y de que se camina en esta cruzada renovada, con una
avalancha de respaldo.
Siempre
hemos estado colmados de incidencias. Los noticieros mundiales nos nombran a
diario y experimentan una extraña compasión por nuestros padecimientos. Pero
hoy se reconoce también que se emprende el juego decisivo.
La confianza
precisa de Guaidó nos mantiene en ascuas. Asume sus decisiones sin mayores
tropiezos y no duda por un instante que logrará su cometido. Es tratado
mundialmente como un mandatario real y se le respeta por una investidura
constitucional sin atisbos de duda, pues la usurpación del otro está más que
comprobada.
La batalla
del sábado se perdió, pero la guerra por la patria apenas comienza.
José Luis
Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
Se pierde una batalla,a lo interno,pero se gana una pelea en el ámbito de la opinión pública internacional.
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