jueves, 7 de febrero de 2019

PEDRO ELÍAS HERNÁNDEZ, LA PENITENCIA DEL 4 DE FEBRERO


El abrumador descontento nacional decidió el 20 de mayo de 2018 no ejercer su condición de aplastante mayoría electoral. Ese día el abstencionismo prendió y se apoderó de la voluntad de millones de ciudadanos que prefirieron mostrar su rechazo frente al gobierno de Maduro mediante su no concurrencia a las urnas. Varios meses después estamos en un lugar incierto y altamente peligroso, con una severa crisis política e institucional que aplaza más aun las urgentes decisiones que se demandan para atender la situación económica que día a día nos devora. También estamos en la antesala de una posible conflagración violenta o esperando que una intervención militar extranjera le haga el mandado a una sociedad que un 4 de febrero de 1992 se sintió encandilada por una salida de fuerza pensando que no podía haber nada peor que el gobierno de CAP II.




“Los pueblos no se equivocan” se dice con frecuencia como una frase hecha políticamente correcta. Nos equivocamos. Claro que había algo peor que CAP II y fue Caldera II y también pensamos que no podía haber algo peor que Chávez y allí está Maduro. Los pueblos sin duda se equivocan y lo hacen con frecuencia, lo cual no se muestra de inmediato sino que suele quedar en evidencia en el mediano y largo plazo, es decir, cuando ya tiene poca utilidad práctica reconocerlo.

Juan Guiadó está allí porque antes la oposición ganó unas elecciones parlamentarias en 2015, es decir, que se conquistaron posiciones que hoy son decisivas para encarar el proyecto autoritario y empobrecedor del socialismo del siglo XXI, como siempre lo ha sido el socialismo de cualquier siglo. La lucha contra un régimen sobregirado en el tiempo debido a los errores de conducción política, siempre ha sido una lucha de posiciones, de acumulación de fuerzas, no de maniobras ni movimientos temerarios. A si lo entendió el chavismo que en 20 años fue colonizando paso a paso todos los poderes públicos y achicando a su mínima expresión la economía privada. No fue de un zarpazo, eso lo entendieron después de la intentona golpista del 4F.

Ese despropósito adelantado desde Miraflores se consumó en dos décadas y durante esas dos décadas el atlético músculo democrático de la sociedad venezolana, para sorpresa de propios y extraños, ha resistido larga y amargamente como una suerte de penitencia que la redima luego de haberse dejado seducir hace 27 años por un demagogo poderoso.

Hacia finales del siglo XX los venezolanos nos cansamos de la partidocracia hegemónica, del condominio adeco-copeyano al optar por una fórmula de cambio radical sumándose a la ola de una atractiva prédica anti política que prendió de forma virulenta entre la población. Poderes fácticos, intelectuales, religiosos, opinadores, militares y políticos ambiciosos, se convirtieron en sus causahabientes. Así nos fue.

Venezuela entró en un terreno de enorme inestabilidad al elegir a Hugo Chávez como presidente y a su revolución bolivariana como ideario. La promesa fundamental era la de una Asamblea Nacional Constituyente que planteaba "un nuevo comienzo republicano", algo parecido a lo que le oímos prometer a Maduro la noche del 20 de mayo durante la celebración de su triunfo electoral. No hubo desde luego nuevo comienzo sino la prolongación, por ahora indefinida de la agonía que vivimos.

El actual momento venezolano luce sumamente peligroso y al mismo tiempo, en contraste, también auspicioso. Como señalara en una oportunidad el gran pensador y economista Milton Friedman, lo que hoy luce políticamente imposible, puede ser en un momento dado políticamente inevitable. Lo que hoy se asoma posiblemente como inevitable es que el país se enrumbe hacia un cambio que rectifique, no sólo los graves errores de las últimas dos décadas, sino los que se vienen arrastrando desde 1977, año a partir del cual Venezuela no crece económicamente.

Pedro Elías Hernández
@pedroeliashb

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