El abrumador descontento nacional decidió el 20 de
mayo de 2018 no ejercer su condición de aplastante mayoría electoral. Ese día
el abstencionismo prendió y se apoderó de la voluntad de millones de ciudadanos
que prefirieron mostrar su rechazo frente al gobierno de Maduro mediante su no
concurrencia a las urnas. Varios meses después estamos en un lugar incierto y
altamente peligroso, con una severa crisis política e institucional que aplaza
más aun las urgentes decisiones que se demandan para atender la situación
económica que día a día nos devora. También estamos en la antesala de una
posible conflagración violenta o esperando que una intervención militar
extranjera le haga el mandado a una sociedad que un 4 de febrero de 1992 se
sintió encandilada por una salida de fuerza pensando que no podía haber nada
peor que el gobierno de CAP II.
“Los pueblos no se equivocan” se dice con frecuencia
como una frase hecha políticamente correcta. Nos equivocamos. Claro que había
algo peor que CAP II y fue Caldera II y también pensamos que no podía haber
algo peor que Chávez y allí está Maduro. Los pueblos sin duda se equivocan y lo
hacen con frecuencia, lo cual no se muestra de inmediato sino que suele quedar
en evidencia en el mediano y largo plazo, es decir, cuando ya tiene poca
utilidad práctica reconocerlo.
Juan Guiadó está allí porque antes la oposición ganó
unas elecciones parlamentarias en 2015, es decir, que se conquistaron
posiciones que hoy son decisivas para encarar el proyecto autoritario y
empobrecedor del socialismo del siglo XXI, como siempre lo ha sido el
socialismo de cualquier siglo. La lucha contra un régimen sobregirado en el
tiempo debido a los errores de conducción política, siempre ha sido una lucha
de posiciones, de acumulación de fuerzas, no de maniobras ni movimientos
temerarios. A si lo entendió el chavismo que en 20 años fue colonizando paso a
paso todos los poderes públicos y achicando a su mínima expresión la economía
privada. No fue de un zarpazo, eso lo entendieron después de la intentona golpista
del 4F.
Ese despropósito adelantado desde Miraflores se
consumó en dos décadas y durante esas dos décadas el atlético músculo
democrático de la sociedad venezolana, para sorpresa de propios y extraños, ha
resistido larga y amargamente como una suerte de penitencia que la redima luego
de haberse dejado seducir hace 27 años por un demagogo poderoso.
Hacia finales del siglo XX los venezolanos nos
cansamos de la partidocracia hegemónica, del condominio adeco-copeyano al optar
por una fórmula de cambio radical sumándose a la ola de una atractiva prédica
anti política que prendió de forma virulenta entre la población. Poderes
fácticos, intelectuales, religiosos, opinadores, militares y políticos
ambiciosos, se convirtieron en sus causahabientes. Así nos fue.
Venezuela entró en un terreno de enorme inestabilidad
al elegir a Hugo Chávez como presidente y a su revolución bolivariana como
ideario. La promesa fundamental era la de una Asamblea Nacional Constituyente
que planteaba "un nuevo comienzo republicano", algo parecido a lo que
le oímos prometer a Maduro la noche del 20 de mayo durante la celebración de su
triunfo electoral. No hubo desde luego nuevo comienzo sino la prolongación, por
ahora indefinida de la agonía que vivimos.
El actual momento venezolano luce sumamente peligroso
y al mismo tiempo, en contraste, también auspicioso. Como señalara en una
oportunidad el gran pensador y economista Milton Friedman, lo que hoy luce
políticamente imposible, puede ser en un momento dado políticamente inevitable.
Lo que hoy se asoma posiblemente como inevitable es que el país se enrumbe
hacia un cambio que rectifique, no sólo los graves errores de las últimas dos
décadas, sino los que se vienen arrastrando desde 1977, año a partir del cual
Venezuela no crece económicamente.
Pedro Elías Hernández
@pedroeliashb
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