Gracias al golpe de audacia dado en enero por la oposición representada en la Asamblea Nacional, la dictadura y el drama venezolano pasaron a ser de nuevo tema central de la agenda internacional. No ha sido opacado ni por la crisis política nicaragüense, ni por el descalabro económico del gobierno de Mauricio Macri, que puso, de forma insólita, a la señora Cristina Kirchner a puntear las encuestas para la presidencia de Argentina. Como se sabe, en un giro inesperado, la conocida viuda decidió optar por la vicepresidencia para evitar un todos contra Cristina y aprovechar al máximo los números que la favorecen.
La crítica situación venezolana constituye un problema regional mayúsculo por la estampida que ha desatado. El último informe de Acnur habla de al menos 3.700.000 venezolanos que han huido de las garras de Maduro. Esta fuga se ha producido durante lo que va de la segunda década del siglo XXI.
La diáspora venezolana, unida a la pavorosa pobreza que azota a la inmensa mayoría del país, al colapso de los servicios públicos, a la escasez creciente de gasolina, a la multiplicación de las protestas callejeras y a la violación sistemática de los derechos humanos de ciudadanos comunes y corrientes y de dirigentes políticos, han llevado a numerosas naciones a la conclusión según la cual en Venezuela se han creado las condiciones objetivas para que estalle la violencia en gran escala, y que conviene actuar cuanto antes para prevenir que la ira popular se desate o que la oposición se incline por alternativas armadas, como ocurrió en Nicaragua cuando la obstinación del sandinismo bloqueó los caminos democráticos.
Uno de los gobiernos que se ha sensibilizado frente a nuestra calamidad es el de Noruega, con amplia experiencia ejerciendo de facilitador y mediador en conflictos tan complejos como el que tiene lugar en Venezuela. Noruega se suma a los países que propician una salida al descalabro nacional: Estados Unidos, Canadá, Grupo de Lima, Unión Europea y Grupo de Contacto Internacional. Lo hace desde una perspectiva distinta, por ejemplo, a la de Estados Unidos y el Grupo de Lima. No sé si su estilo contemporizador de aproximarse al problema es más eficaz que el otro, mucho más pugnaz y confrontacional. De lo que sí estoy seguro es de que el esfuerzo de Noruega es complementario y clave. Ese país, por su experiencia y conocimiento en el tratamiento de conflictos agudos, puede dar una enorme contribución, tal como lo hizo en su momento con los árabes y los israelitas o entre el gobierno español y la ETA, para solo mencionar dos casos representativos.
El régimen de Nicolás Maduro tratará de darle largas al asunto. Hará lo posible por ganar tiempo para intentar capear el temporal y permanecer el mayor tiempo posible en Miraflores. Señalar estos presupuestos para descalificar el esfuerzo no resulta muy ingenioso, como tampoco lo es tratar de inventar la rueda. Estamos hablando de un grupo al que no le importa gobernar sobre los escombros. Eso lo sabe la oposición venezolana y, podemos suponer, lo han entendido los expertos noruegos. El gran reto para los nórdicos, al igual que para el resto de la comunidad internacional que evita el uso de la fuerza, reside en obligar a un régimen quebrado, aislado, y desprestigiado en el plano internacional, e inmensamente impopular en el ámbito doméstico, pero que posee la armas, a que encuentre una solución acordada a las penurias que sufren los venezolanos. La piedra angular del convenio, ellos lo saben, es el pacto por unas elecciones libres, competitivas, transparentes y supervisadas por la comunidad internacional. Aunque entre las peticiones se encuentra la desactivación de los colectivos violentos, nadie pide que depongan las armas y se pacifiquen, como ocurrió en Colombia con las Farc. Se trata de algo tan naif como recuperar la dignidad del voto y la soberanía popular, aplastadas con la elección de la asamblea constituyente y con los comicios del 20-M de 2018. Así, sencillo. Inobjetable desde la perspectiva democrática.
Para obligar a Maduro a negociar están en marcha varios procesos. El primero, la colosal tragedia nacional que sigue su propio ritmo y avanza sin que el régimen tenga la menor posibilidad de resolverla. Los problemas y carencias que confrontamos en la actualidad, se agravarán mientras Maduro se encuentre al frente del Ejecutivo. Luego hay que anotar los conflictos y temores dentro del Psuv. Existen sectores en el oficialismo convencidos de que la permanencia a rajatabla de Maduro en el poder, erosionará al partido y a la opción política que ellos representan. Es mejor negociar ahora que pueden obtener ventajas, que hacerlo cuando todo esté perdido. Hasta podría aceptarse que Maduro sea candidato; el dilema más serio reside en si lo hace como Presidente en ejercicio o como candidato fuera de Miraflores. Para los militares las conversaciones en Noruega también deben de tener un significado especial. Allí nadie amenaza al país con invasiones militares, ni violencia de ningún género. Solo se trata de admitir la crisis de gobernabilidad y representatividad del régimen, y buscarle una solución en el marco de la Constitución y la democracia.
Por estas razones y otras más, debemos apoyar a Noruega.
Trino Márquez
@trinomarquez
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