Un nacionalismo orientado hacia el desarrollo y el mantenimiento de una identidad nacional basada en características compartidas como la cultura, el idioma, la etnia, la religión, los objetivos políticos o la creencia en un ancestro común.
Desde el año de 1864, en que Carlos Marx creó la Asociación Internacional de Trabajadores, a la que se adhirieron marxistas, anarquistas y sindicalistas, el globo terráqueo ha dado muchas vueltas. El objetivo fue unir esfuerzos para erradicar las diferencias sociales y crear un mundo sin fronteras dominado por la clase obrera. Ese matrimonio entre el comunismo y el internacionalismo terminó en fracaso porque estaba en total contradicción con la naturaleza humana. Los seres humanos somos diferentes en inteligencia, energías y aspiraciones. No podemos ser elevados en nuestras excelencias sino igualados en nuestras deficiencias. La única forma de lograr ese ficticio "hombre nuevo" habría sido creando una raza de hombres mediocres, al mismo tiempo sometidos y dependientes del estado todopoderoso. De ahí el rotundo fracaso de todos los totalitarismos comunistas desde la Unión Soviética hasta sus expresiones más recientes en Cuba y Venezuela.
Por otra parte, ante la imposibilidad de lograr sus metas de despersonalizar a los hombres por el convencimiento, han optado por doblegarlos por la fuerza. Hasta la pequeña Cuba actuó como potencia imperialista en la lejana África utilizando como argumento el internacionalismo proletario. En su calidad de condotiera de la Unión Soviética la tiranía cubana mandó a millares de soldados a imponer el comunismo en Angola. El número de muertos nunca lo sabremos porque las estadísticas de estos miserables son tan mentirosas como sus promesas. Pero un personaje que conoció el sistema desde sus entrañas antes de cambiar casaca como el novelista Leonardo Padura nos ha dado una idea. Según Padura: "Las cifras oficiales de 2,200 cubanos muertos en los conflictos bélicos de Angola y Sudáfrica es ridículamente baja para una guerra que se prolongó por 15 años."
Sin embargo, estas agresiones y fracasos son negados por internacionalistas de la izquierda como el Papa Francisco y el ultraizquierdista George Soros. Francisco ha derramado su vitriolo contra Donald Trump diciendo que "los cristianos construyen puentes y no cercas". Ha llegado a decir que "los gobernantes que proponen el nacionalismo traicionan su misión". Luego, para Francisco, Trump es un judas que ha traicionado a su pueblo. George Soros, por su parte, financia con millones de dólares el Proyecto Europeo y acusa a sus dirigentes de ser demasiado débiles a la hora de castigar a los gobiernos que violan sus principios. El resultado es que, a pesar de todos los millones de Soros y otros como él, esta Unión Europea tiene un gran parecido con la Unión Soviética de 1991 en los umbrales de su desaparición como imperio.
En tal sentido, el frente político sufre un deterioro acelerado. La Alemania de Ángela Merkel ha visto drenadas sus reservas como resultado de la decisión de dar asilo a millones de refugiados musulmanes. La Francia de Emmanuel Macron confronta una rebeldía interna causada por su intento de reducir beneficios de un gigantesco sistema de bienestar social. Los partidos escépticos a una integración europea crecen en fortaleza en todos los estados miembros. Y las democracias de la Europa Oriental que sufrieron por años el yugo comunista quieren ser dueñas de su propio destino y se rebelan contra las políticas de la Unión Europea.
La realidad incontrovertible es que, ante la crisis del internacionalismo, el viejo continente está despertando de su pesadilla. La vanguardia de este despertar parece encontrarse en Gran Bretaña. Líderes del movimiento por el Brexit como Nigel Farage afirman que hay una crisis política, económica y financiera que amenaza a Europa. Para ellos, la Unión Europea es incapaz de ofrecer soluciones y está tratando de crear lo que llaman un Imperio Europeo. Farage lo ha dicho con claridad meridiana: "Nuestra situación actual es la de una colonia dependiente de un imperio en proceso acelerado de desintegración. Tenemos que salirnos ya de la Unión Europea porque se nos acaba el tiempo".
Sin darle más vueltas, esta situación precaria demanda una solución drástica e inmediata. La resurrección del nacionalismo parece ser la única tabla de salvación. Un nacionalismo orientado hacia el desarrollo y el mantenimiento de una identidad nacional basada en características compartidas como la cultura, el idioma, la etnia, la religión, los objetivos políticos o la creencia en un ancestro común. Un nacionalismo abierto a la inmigración siempre que los inmigrantes compartan valores y acepten los principios de la sociedad a la cual emigran. Si vienen a cambiarla no serán bienvenidos.
Este el tipo de nacionalismo que se extiende por estos tiempos por toda Europa. En Italia, el Ministro del Interior Matteo Salvini se ha aliado con otros tres partidos conservadoras en las elecciones para miembros de la Unión Europea. En Francia, la líder conservadora Marine Le Pen y su partido superaron por medio millón de votos al Presidente Macron en las recientes elecciones para la Unión Europea.
En Alemania, el líder conservador Frank-Walter Steinmeier y su Partido Alternativo Alemán se han convertido en el mayor partido de oposición en la Asamblea Legislativa (Bundestag). Los mismos progresos en captación de votos se han visto en los partidos conservadores y nacionalistas de Austria y de Finlandia.
Y rompiendo todos los records, el primer ministro húngaro Viktor Orbán, del gobernante partido conservador nacionalista Fidesz-Unión Cívica Húngara, ganó hace varias semanas sus terceras elecciones consecutivas bajo la promesa de continuar anteponiendo la soberanía nacional a cualquier otra cosa. Los húngaros no necesitan lecciones de nacionalismo porque fueron víctimas del "internacionalismo" y el comunismo soviéticos. Según Orban, Europa está siendo invadida por inmigrantes musulmanes que amenazan con cambiar radicalmente su cultura y hasta poner en peligro su propia existencia.
Pero, cuando hablamos de nacionalismo, sería un pecado mortal ignorar al Presidente Donald Trump. El hombre que puso fin a un arrodillado internacionalismo que durante años ha tratado de comprar amigos a los Estados Unidos. El resultado ha sido la ingratitud de sus amigos y el desprecio de sus enemigos. Su política de "America Primero" no busca privilegios sino igualdad en los términos de negociación. No suplica afecto sino exige respeto. Propone una comunidad internacional integrada por muchas naciones respetuosas de las otras, defensoras de sus intereses y servidoras de sus pueblos.
Alfredo M. Cepero
La Nueva Nación alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
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