No son ni el voto ni es la política los medios por los cuales se corre el eje del debate que permite la transformación de las ideas políticas del momento en otras que representan estadios más avanzados y superadores respecto de los anteriores. El ámbito adecuado para dicha evolución es la academia, de allí que los que quieren llevar la academia al plano político o -viceversa- introducir este en aquella están errando gravemente el camino y condenados a fracasar.
La política, en rigor, las doctrinas en que ella se sustenta es el resultado y no el origen de las controversias generadas en el plano académico. Los políticos trabajan con las opiniones que previamente les han aportado los intelectuales del área, sea mediante la catedra o el libro. Y lo sepan ellos o no.
Esas mismas ideas son las que nutren el pensamiento político de la ciudadanía, y lo que conforma lo que llamamos su "cultura" o educación cívica.
Pero imbuirse en esta cuestión (que es de la mayor importancia) no implica necesariamente abandonar por completo y dejar de lado la coyuntura, porque de otra forma nos induciría hacia el aislamiento. La catedra es de superlativa jerarquía, pero al salir a la calle debemos mirar hacia los dos lados cuando nos disponemos a cruzar una avenida, es decir, tenemos que estar atentos a la coyuntura por mucho que podamos sostener que los automóviles deben detenerse cuando aparece la luz roja, amortiguar la velocidad cuando se enciende la amarilla, o -directamente- no deberían pasar por allí, o bien ni siquiera deberían existir. Y el ejemplo sirve para ilustrar -en grado menor- la importancia, tanto de la teoría como de la coyuntura, porque esta es producto de alguna teoría anterior (buena o mala).
La teoría sirve para mejorar o cambiar la coyuntura, nunca al revés. Pero esto no implica ignorar o despreciar la coyuntura, por muy desagradable que nos resulte y por muy indeseable que esta sea en los hechos. En un estado de guerra -en otro ejemplo- es magnífico discutir en la academia sobre los mejores métodos para evitar las guerras, pero -nuevamente- al salir a la calle debemos cuidarnos de los bombazos y los tiros. La guerra no terminará simplemente porque seamos adversos a ella, si bien esto tampoco es ninguna excusa para acomodarse a coyunturas malas.
En el campo de la política corre otro tanto. Ya sea el sistema como la clase política pueden ser muy deplorables y necesiten de una reforma o un recambio urgente, pero -en el ínterin- se suceden los acontecimientos y llegan las fechas de las elecciones, y no se puede ser indiferente al hecho, ni a los candidatos que hay en el candelero simplemente porque los consideremos a todos mediocres, fatuos o directamente insignificantes. Después de todo, en lo inmediato, sean unos o los otros, alguno de ellos nos va a gobernar de cualquier manera.
Lo racional es pues, aun desatendiendo el material humano y político que tenemos, elegir de entre ellos al que pensemos que menos daño nos hará. Maxime en un sistema político como el nuestro, donde por ley el voto en blanco implica tanto como un voto nulo o inexistente que no se contabiliza ni a favor ni en contra de los candidatos presentados.
El voto en blanco sólo es una opción atendible en sistemas legales donde su emisión implica restar en el cómputo final votos al total de sufragios obtenidos por todos los candidatos, ya que -claramente- el voto en blanco es un voto negativo, por el cual quien lo emite esta rechazando todos los candidatos en danza al momento. No puede ser interpretado de otra manera, ya que, si el elector en blanco hubiera preferido un candidato a otro, directamente lo hubiera votado. No obstante, el voto en blanco equivale a decir "no me gusta ninguno". Pero -reitero- sólo tiene sentido como "voto castigo" o "no-voto" en un sistema legal donde el voto en blanco cuente como restante a los votos positivos totales a prorrata de todos los candidatos presentados, porque resulta imposible ponderar a cuál candidato se lo votó más en blanco que a otros.
Simultáneamente han de continuar -o comenzar en su caso- las discusiones en medios académicos respecto de los temas de fondo y de forma en los grandes campos de la ciencia política, con miras a lograr el progreso de las instituciones o -eventualmente- sus cambios. Aquellos que se llaman los "prácticos" de la política se nutrirán (lo quieran o no, lo sepan o no) de las conclusiones de esas polémicas cuando ganan grandes espacios. Y si bien son actividades distintas, no puede decirse que no interactúen entre sí y se retroalimenten en algún sentido. En ciencias sociales no hay compartimientos estancos.
Toda práctica política es consecuencia de una previa teoría política que le sirve de fundamento y no al revés. Las transformaciones que se operen en la teoría política son las que darán por resultados las mutaciones coyunturales en esa misma área cuando la teoría que les sirve de base sea aceptada mayoritariamente (consciente o inconscientemente).
Las coyunturas de largo plazo dependerán siempre de teorías asentadas durante idénticos o mayores anteriores plazos a los de la coyuntura puntal a la que la aplicación de la teoría en cuestión dé lugar. Es en la academia de hoy donde se diseñan las coyunturales políticas del mañana. Y esto siempre ha sido así de este modo y no de otro. Lo que hacen los políticos de hoy es el resultado de las ideas que se fueron consolidando en el ayer mediato e inmediato. Por eso, es vano esperar metamorfosis profundas desde la praxis política del hoy, porque esta praxis es la consecuencia de la teoría del ayer que al día está más afianzada.
Es dentro del corsé de este ambiente teórico que el político puede desenvolverse y ejercitar su accionar. Si pretende salirse de él, corriéndose más hacia la derecha o hacia la izquierda de ese ámbito, comenzará a perder apoyo y será relegado y, finalmente, desplazado de su rol de político. Para que haya revolución tiene que -previamente- haber un entorno revolucionario suficientemente asentado y en expansión, caso contrario la revolución fracasará. Dígase otro tanto de la contrarrevolución, de la paz y de la estabilidad social. No hay cambio sin consenso social.
Gabriel S. Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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