Creo que Trump ha inaugurado un predio de la esperanza que ha de predominar sobre el predio del odio de esta izquierda fanática.
Desde los inicios de esta república todos los presidentes norteamericanos han expresado su dolor por las víctimas y su solidaridad con los familiares en momentos de tragedia y de luto. En enero de 1986, Ronald Reagan pronunció un elocuente discurso con motivo del desastre del trasbordador Challenger en que murieron siete astronautas norteamericanos. En septiembre de 2001, un recién electo George W. Bush cautivó la imaginación y conmovió los corazones de sus conciudadanos cuando, megáfono en mano y de pié sobre los escombros de las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio de Nueva York, prometió que le pasaría la cuenta a los responsables de la horrible masacre. En enero de 2011, el Presidente Obama apeló a la concordia y a la decencia en el debate político cuando lamentó el atentado contra la congresista demócrata por Arizona, Gabrielle Giffords. Ninguno de estos tres presidentes fue objeto de críticas o de burlas por sus adversarios políticos ni por la prensa de aquella época. Por un momento, no hubo demócratas ni republicanos sino americanos unidos en un mismo dolor y un sólo propósito de superar una crisis nacional.
Pero, cuando se trata de Donald Trump, sus enemigos políticos y una prensa empecinada en destruirlo, echan por la borda todas las normas de ética, de urbanidad y hasta el más mínimo vestigio de humanidad. Para esta gentuza, Trump es un traidor que conspiró con los rusos, un racista que odia a los negros y un xenófobo encaprichado en impedir la entrada de extranjeros en este país. Ni siquiera cuando lamentó las recientes masacres en Texas y Ohio aceptaron de buen grado sus expresiones de condolencia y solidaridad.
En declaraciones formuladas con motivo de estos dos actos de barbarie, el presidente condenó "el racismo, la intolerancia y la supremacía blanca" que dio muerte a 31 personas y causó lesiones a docenas de ciudadanos. Sus enemigos no perdieron tiempo en acusarlo de lacayo de la Asociación Nacional del Rifle y en ningún momento destacaron su condena de la supremacía blanca.
La realidad es que los ataques de la izquierda y de la prensa que difunde sus diatribas contra Donald Trump no es oposición política sino mezquino y corrosivo odio personal. Si habla lo critican, si calla lo atacan Su propósito es desacreditarlo, intimidarlo y aislarlo de sus partidarios y del pueblo norteamericano. Pero yo vaticino que no lo lograrán porque se han metido con el presidente equivocado. Y eso los tiene al borde del paroxismo.
Lo peligroso es que cuando las palabras callan, las balas hablan. Ese fue el caso de Abraham Lincoln, un presidente republicano como Donald Trump, que el primero de enero de 1863 le dio la libertad a los hombres de raza negra. Su decisión de poner fin a la odiosa institución de la esclavitud, le granjeó el odio de los demócratas esclavistas del sur y dio inicio a una guerra alucinante cuyo trágico resultado fue de 750,000 muertos. Estas bajas representaron el 2,5 por ciento de la población norteamericana de aquel momento. Una guerra civil con las armas y la tecnología militar de la actualidad seria aún más devastadora que la primera. Expertos en historia militar han vaticinado cifras de hasta 7,000,000 de muertos, o el 2,5 de la población actual.
Al mismo tiempo, cegados por el odio, estos fanáticos que odian a Donald Trump no son capaces de entender que están destruyendo la institución de la presidencia. Que acorde con el refranero español, "en el pecado llevarán la penitencia". Porque las acciones tienen consecuencias y se convierten en un bumerán que inevitablemente influye en perjuicio de los promotores de la maldad original. Ningún presidente de ningún partido, demócrata o republicano, será aceptado ni respetado como legítimo en el futuro. Y eso es muy peligroso para cualquier nación, porque cuando desaparecen las instituciones desaparece el orden civilizado.
Por otra parte, los demócratas proponen una sociedad americana fragmentada en un rompecabezas donde las piezas principales son los negros, los hispanos, las mujeres, los homosexuales y hasta los inmigrantes ilegales. Donde el hombre blanco es condenado por delitos imaginarios y, de hecho, debe de ser erradicado de esta sociedad. A todas luces, para los demócratas el hombre blanco es una especie en extinción.
A tal punto, que muchos candidatos demócratas a la presidencia han pedido perdón por su blancura y su prosperidad. Un espectáculo lamentable y bochornoso. Un masoquismo político que conduce al abismo a las instituciones de gobierno. Por eso perdieron en 2016 y van a perder en el 2020.
Pero lo más irónico es que, a pesar de todas estas críticas a la sociedad norteamericana, gentes de todas las razas, de todas las ideologías y de todos los sexos del mundo entero quieren venir a los Estados Unidos. El muro que propone Donald Trump no es para evitar que los ciudadanos escapen sino para impedir que extranjeros indeseables invadan. Es la antítesis del ominoso muro de Berlín.
Por mi parte, a pesar de todos estos ominosos nubarrones en el firmamento político de los Estados Unidos, yo sigo siendo un optimista incurable. Creo que Trump ha inaugurado un predio de la esperanza que ha de predominar sobre el predio del odio de esta izquierda fanática. Que en este nuevo predio crecerán las flores a las que tanto amor demostró José Martí cuando escribió: "Cultivo una rosa blanca/en junio como enero/para el amigo sincero/que me de su mano franca. Para el cruel que me arranca/ el corazón con que vivo/cardo ni ortiga cultivo/ cultivo la rosa blanca."
Creo, en conclusión, que Donald Trump, con sus defectos y sus excesos pero con sus indiscutibles virtudes, fue puesto en la presidencia por la mano de Dios. Que así como Abraham Lincoln con su Declaración de Emancipación reafirmó la dignidad del hombre negro, Donald Trump, con su política de preeminencia del ciudadano sobre el estado, está restaurando el control de los americanos de todas las razas, sexos e ideología sobre su propio destino. Tal parece que estuviera aplicando la lapidaria frase martiana de: "No se diga blanco ni se diga negro, dígase hombre y ya se ha dicho todo".
Alfredo M. Cepero
@AlfredoCepero
Director de www.lanuevanacion.com
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