domingo, 25 de agosto de 2019

JHONASKI RIVERA RONDÓN: EL MITO DEL SALVADOR” NACIONAL

Desde la Grecia Antigua ha existido un dilema político al que se han enfrentado en algún momento todas las democracias modernas, que a pesar de la distancia en el tiempo aun persiste con nosotros, y ese problema es el personalismo político. Tal diatriba la retrató en su momento Heródoto de la siguiente manera: 

“… cuando es el pueblo quien gobierna, no hay medio de evitar que brote el libertinaje; pues bien, cuando en el Estado brota el libertinaje, entre los malvados no surgen odios, sino profundas amistades, pues los que lesionan los intereses del Estado actúan en mutuo contubernio. Y este estado de cosas se mantiene así hasta que alguien se erige en defensor del pueblo y pone fin a semejantes manejos. En razón de ello, ese individuo, como es natural, es admirado por el pueblo; y, en virtud de la admiración que despierta, suele ser proclamado monarca; por lo que, en este punto, su caso también demuestra que la monarquía es lo mejor.”[1]


Con lo dicho, dos figuras se erigen en este cuadro, que al fin y al cabo define dos opciones políticas a escoger, la democracia o la monarquía. Y de tal modo, Heródoto permite elucidar una narrativa que alimenta lo que ha planteado la historiadora venezolana, Elena Plaza: “el mito del salvador” nacional, cuyo presupuesto, tal como expuso el griego, la emergencia de aquel defensor del “pueblo”, que en su degradación propia, tuvo que surgir este individuo “excepcional” para salvar al pueblo de su propia corrupción, lo que le permite ser poseedor de una mayoritaria “admiración” al presentarse como salvador. 

Este mito político no solo tiene afluentes griegas, especialmente respecto a la idea del héroe, sino también se alimenta de figuras judeo-cristianas, tal como la del buen pastor, y de allí que tengamos arquetipos políticos religiosos como el rey sagrado, predominantes especialmente en la Edad Media. 

No obstante figuraciones históricas pueden cambiar, pero en el fondo los arquetipos políticos ejercen subrepticiamente su influencia, y no es de extrañar que en la actualidad lo político y lo religioso confluyan. Así también los mitos políticos también pueden engarzarse, tal como puede ocurrir entre el mito de la izquierda y el mito del “salvador” nacional, ya sea por la simultaneidad de las crisis política y económica, dando un momento propicio para tal manipulación simbólica de los referidos mitos. 

En esos momentos de gran conmoción, el siglo XX ha sido testigo de lo que puede causar un miedo, terror y resentimiento a gran escala, haciendo que el “pueblo” sucumba ante las sugestiones del líder, que con un discurso cargado de sentimentalismo y mensajes de redención también facilita la movilización de gran parte de la población. Las guerras de Independencia inauguraron un siglo de constante zozobra política y económico En Venezuela, creando el escenario predilecto para forjar el mito del salvador nacional, el cual Elena Plaza lo describe de la siguiente manera: 

“El “salvador nacional” se entronizaba en situaciones de crisis políticas, cuando las constituciones perdían legitimidad. El “salvador nacional” se sacrificaba por el bien de su patria; él, a través de un acto providencial, propiciaba una situación que hacía posible retomar el orden perdido y, así, devolvía la paz a su pueblo.”[2] 

Nuevamente el patrón se repite, el “pueblo” al no ser capaz de asumir su destino, en este caso fue por el “espíritu de partido” o la “corrupción de las élites”, gritos de revolución, no solo significaba redención, sino la esperanzadora apertura hacia un nuevo porvenir que les regalaba el “salvador nacional”. Nuestro arquetipo político fue la figura heroica de Simón Bolívar (una figura ´que le sirvió incluso al fascismo), llegando a ser referente de un ideal moral, de allí que en el Congreso de Angostura (1819) planteara un Poder Moral, para así purificar la corrupción popular y enseñar las virtudes que hagan posible formar a los nuevos republicanos. Resultó que muchos años después, tales ideas se acoplaron al proyecto político socialista que quiso crear al “hombre nuevo” en Venezuela, ideal que supo aprovechar Hugo Chávez Fría para llegar a cabo su “revolución espiritual”, pudiendo así hacer un llamado misionero, al mimso tiempo que irrumpía en las escuelas con propaganda política, todo con el fin de formar al buen revolucionario. 

Y es así que el mito del salvador nacional justifica tal acto de transgresión, estructurando así la solidificación de una jerarquía personalista, haciendo las voz del líder la voz única (que representa al pueblo) que es capaz de decir que es lo bueno y lo malo, y por tanto, poder distribuir, conforme a su criterio, los deberes y derechos,. La intervención del líder pretende redimir al país de una corrupción moral, y de tal modo va configurando una política misionera, para ir consolidando su propia comunidad que le tenga una total admiración, y por tanto cuente con su total disposición. 

Otro rasgo que destaca de este mito es el supuesto autosacrificio que sustenta las acciones del líder, de esta manera no solo legitima su autoritario proceder, sino asegura su incuestionabilidad, también le permite encarnar la voluntad popular, tal como lo idealizó el filósofo francés, J. J. Rousseau. Pero lo más destructivo que ocurre en el mito del salvador nacional es que el líder es capaz de promover el ideal de autosacrificio como mecanismo de deshumanización, ya que de tal manera enseña a sus adeptos que sus vidas no valen en relación al ideal que están llamados a cumplir, y de ahí que todos los oprobios del presente no importan en nombre del porvenir, y de tal modo el mito del salvador nacional logra instituir el sacrificio como valor principal que supedita toda la jerarquía de valores. 

Asimismo, el engranaje simbólico de este mito en relación a la institución del enemigo dota de poderes excepcionales de erradicar al otro que obstruye la salvación de la nación. Así también el mito del salvador nacional refuerza el mito de la revolución, cuyo orden nuevo le permite satanizar un pasado en relación al glorioso porvenir que se avecina, de allí que el discurso de la “Quinta República” que abanderó el difunto Hugo Chávez le sirviera para presentarse como un demiurgo, para destruir lo viejo y construir lo nuevo, y todo aquel que no cumpla con las condiciones morales no se hace merecedor de entrar  a la “Tierra prometida”. 

La artificialidad de los mitos políticos tienen su efecto al aprovechar al máximo las condiciones que favorecen al liderazgo vigente o al emergente, apreciemos cuales fueron las condiciones que vigorizaron el liderazgo, y dieron el alcance al poder a Hugo Chávez  Fría al recurrir al mito del “salvador nacional”. 

En primer lugar, y el mayor error cometido por la democracia venezolana, fue darle voz al golpista Hugo Rafael Chávez Fría, dejando resonar con fuerza en la década de los 90’, tras su fallido golpe de Estado en febrero del 92, su famoso, “Por ahora”, con esta frase Chávez aludía a la preservación de una dignidad a pesar de su cuestionable proceder, resultaba que ello no importaba con tal de hacer cumplir las demandas que hacía el subyugado pueblo, y con ello, su uniforme despertaba la peligrosa amenaza de la utopía militar, a razón de que prometía instaurar un orden nuevo que fuera purificado de la corrupción de las élites políticas y económicas. 

De esta manera, tal frase también monopolizaba la esperanza en tiempos de fuerte tensión social y política, convirtiéndose así en el mártir de la causa revolucionaria tras ser encarcelado. Otro error que ha tenido un gran coste histórico al país fue haberle dado amnistía a Chávez, especialmente ante lo debilitada que estaba nuestra democracia, permitiéndole así al golpista construir una narrativa del héroe que resucitaba tras su transito por el infierno. 

De allí que con la activación de la narrativa del monomito del héroe, según lo planteado por el mitólogo Joseph Campbel, la metamorfosis populista del salvador nacional se realizó, y de allí que Chávez siguiera la tardía lección del marxismo: “Nosotros, los ‘revolucionarios’, los ‘elementos subversivos’ prosperamos mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y la subversión”.[3] 

Y de este modo la paradoja de la tolerancia dejó a merced la democracia venezolana ante los mitos políticos, especialmente el mito del salvador nacional, que durante su gobierno, Chávez se encargó de actualizar y renovar[4], abriendo las puertas a la instauración de un sistema totalitario que en la actualidad abate a Venezuela. 

Referencias  

[1] Heródoto:  Historia Libro III. Madrid: Gredos, 1979. p. 160.
[2] Elena Plaza: “La idea del gobernante fuerte en la historia de Venezuela (1819-1999)”. Politeia, 27, enero-diciembre, 2001, pp. 7-23. p. 12.
[3] Introducción de Frederic Engels a la obra Carlos Marx, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Referencia consultada en la versión preliminar del “El confuso socialismo del siglo XXI” escrito por José Guerra, de libre consulta en internet.
[4] Tal proceso ha sido ampliamente analizado en la tesis del 2008 de la historiadora, Jo-ann Peña, Sacralización y Satanización Política: El Imaginario Cultural en Venezuela (1990-2006). Tutor: Luis Manuel Cuevas Quintero. Escuela de Historia. Facultad de Humanidades y Educación. Universidad de Los Andes, 2008. Así también puede consultarse a José Pedro Zúquete en el artículo “The Missionary Politics of Hugo Chávez”, trabajos que han permitido dar contenido al presente artículo.

Jhonaski Rivera R.
@ideas_libertad
@Jhonaski_RdR

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