Las democracias le entregan al estado más recursos que los ineptos sistemas socialistas. Democracia siempre ha sido un espectáculo de turbulencia. Es enemiga de la libertad, de la propiedad, de la seguridad personal, siempre ha tenido corta vida y ha muerto violentamente”. John Adams
Durante tiempos inmemoriales la palabra democracia ha residido en boca de cuanto demagogo aparece en escena para describirla como el elixir milagroso que cura todos los males, da de comer al hambriento, da de beber al sediento, viste al desnudo y, sobre todo, hace ricos a los políticos y sus camarillas. En México, todas nuestras esperanzas estuvieron depositadas en esa diosa milagrosa a la que habíamos rezado con gran devoción apostando nuestro futuro. Pero ¿Qué es lo que nos ha surtido? Al Peje con este nuevo castillo de los monstruos desde la Gordillo hasta Noroña.
James Dale Davidson en su libro, “El Individuo Soberano”, hizo grandes enemigos afirmando que la democracia es gemela del comunismo y, sobre todo, es más peligrosa porque en este esquema se permite al individuo la creación de riqueza que luego el estado confisca para acrecentar su poder. Por eso, la democracia es el camino más corto hacia el socialismo.
En los sistemas socialistas se puede hacer y deshacer dentro de sus fronteras sin que nadie pueda protestar. En el caso de las democracias es menos obvio porque nos sembraron la idea que era la gran enemiga del comunismo, pero, profundizando un poco, nos daremos cuenta que tienen mucho en común. Ambos facilitan y promueven el control de recursos para el gobierno. La diferencia es que las democracias le entregan al estado más recursos que los ineptos sistemas socialistas. Las democracias permiten a individuos crear riqueza y, cuando ha sido concebida, el estado, a través de criminales impuestos, toma la mayor parte y cada día se fortalece.
Comparada con el comunismo la democracia ha sido un esquema eficiente. Pero cotejada con otros medios en capacidad para creación de riqueza como el genuino laissez-faire incrustado en Hong Kong o Singapur, la democracia dirigida por la plebe y con sus impuestos pretorianos muestra su ineficiencia. Entonces, lejos de poder afirmar el estado democrático fue el triunfador de la guerra fría, es más preciso proclamar que hemos visto su fraternal gemelo, el comunismo, morir de vejez. Pero ¿realmente ha muerto? ¡tal vez no! Pero la misma revolución mega política que finalmente matará al comunismo, es seguro que también destruya el estado democrático del bienestar como lo hemos conocido.
Para llegar a una conclusión razonada en este tema, debemos entender dónde se ubica el control de los gobiernos. Siempre escuchamos diferentes opiniones definiendo la infinidad de actores a quienes se les adjudica tal control. Sin embargo, es muy raro escuchar acerca de gobiernos controlados por sus clientes. Observando el gobierno como una entidad económica que se dedica a vender protección, nos lleva a analizarlo en términos económicos en lugar de análisis políticos. Utilizando este enfoque hay tres alternativas básicas para establecer ese control, cada una con diferentes formas de incentivos: propietarios, empleados y clientes.
Hay casos raros de gobiernos controlados por sus “dueños” que usualmente han sido heredados a líderes que, para todos propósitos, son dueños de sus países. El sultán de Brunéi es el ejemplo clásico. Los líderes de estos gobiernos tienen el incentivo de reducir el costo de proporcionar protección y del monopolio de la violencia en una determinada área. Pero mientras su control esté seguro, no tienen incentivo para reducir precios (impuestos) abajo del nivel que optimiza sus ingresos.
En el caso de control de los empleados es fácil detectar sus incentivos. Cuando son controlados por burócratas tienden a incrementar ridículamente el empleo y se oponen a medidas que lo puedan reducir, no importa que los flujos no lo sostengan. No tienen incentivo para reducir las cantidades extraídas para protección ni para reducir ese costo representado por el precio del trabajo (sus salarios y negocios). Pero, cuando las condiciones imponen, hay también gran resistencia al aumento de precios (impuestos) y permiten que los ingresos declinen por debajo de los sus incontrolables gastos. Es decir, sus incentivos son causa de la producción de déficits crónicos—que a una empresa privada la llevarían a la quiebra mientras que, en el gobierno de propietarios, similar a las empresas, tratan de minimizarlos a base de eficiencia.
¿Ha habido gobiernos controlados por sus clientes? Por supuesto, y el mejor ejemplo fueron las repúblicas comerciales de la edad media como Venecia en donde un grupo de comerciantes que requerían protección controlaron el gobierno durante siglos. Eran clientes genuinos que pagaban por su protección cuando todavía era la única actividad del gobierno. Ellos no buscaban obtener ganancias mediante su control, solo que protegieran las condiciones de su comercio y sus negocios. En otros ejemplos tenemos las repúblicas con poderes limitados como fue la de EU al inicio de su historia. En aquella época en los EU solo aquellos que pagaban para mantener al gobierno, el 10% de la población, se les permitía votar.
Los gobiernos controlados por sus clientes tienen incentivos para reducir sus costos de operación. A diferencia de los controlados por empleados o propietarios, establecen como política el reducir los precios de su producto. Cuando eso sucede, son delgados, eficientes, mantienen bajos costos de operación, manejan sus asuntos con productividad, tienen pocos empleados, impuestos bajos y buen servicio. Ellos establecen niveles de impuestos no para optimizar los ingresos del gobierno, sino por el número de clientes que pretenden atraer y retener. Como cualquier empresa en los mercados, son presionados mediante competencia para reducir los precios que cargan y operar con gran eficiencia ofreciendo mejores productos.
En los gobiernos democráticos el control por sus clientes es ya historia, porque nuestra cultura política considera un ultraje que decisiones en ciertos temas se tomen de acuerdo solo con quienes pagan las cuentas. Imaginemos la furia de la gente si un presidente propusiera que aquellos que pagan la mayor parte de impuestos, decidieran cuales programas pueden continuar o cual grupo de empleados se debería despedir. Esta sería una gran ofensa a las “expectativas democráticas” de permitir a los empleados decidir las políticas nacionales en esas cavernas en donde habitan las burocracias.
Imaginemos que alguien va a comprar un auto. Al llegar a un acuerdo, el vendedor toma el dinero para luego ignorarlo y consultar cómo se debe gastar. Pasa luego a informarle que él no merece el auto y será entregado a quien realmente lo necesita. Porque esto es lo que sucede en tratos con gobiernos y nos demuestra que los que los mantienen, no tienen absolutamente nada de control. La desgracia de nuestro tiempo es que los gobiernos democráticos son controlados por sus empleados en sociedades con sindicatos y otras organizaciones que giran alrededor del astro rey, provocando todos los problemas listados en la teoría del Public Choice, costos incontrolables, corrupción, déficits, endeudamiento, impresión de moneda, inflación, pobreza, porque sus políticas fiscales son decididas por los empleados que, en conjunto, son realmente sus dueños. Y esto nos está llevando por esa ruta directa hacia la servidumbre.
Ricardo Valenzuela
chero@refugiolibertario.tv
chero@reflexioneslibertarias.com
@elchero
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