viernes, 11 de diciembre de 2015

MIGUEL MEGIAS, CONSTRUYENDO PUENTES, EDITORIAL DEL BLOG DE AUTONOMÍAS POLÍTICAS

Sin lugar a dudas, el lunes los venezolanos se levantarán en un país distinto. Las elecciones habrán cambiado el mapa político; habrá ganadores y perdedores. Y la primera tarea que deben acometer es la del diálogo. Los más radicales, tanto de un bando como del otro, deben dar paso a los que estén dispuestos a dejar atrás sus rencillas, sus puntos de vista inamovibles, sus personales visiones políticas. Eso, y no otra cosa, es lo que esperamos todos los venezolanos, de cualquier signo o perspectiva, de cualquier ideología. Diálogo, paz y concordia.

Atrás debe quedar, a partir del 7 de diciembre, la exclusión, la negación de la ley, la rencilla, el aprovechamiento indebido de los recursos del estado, la violencia... Y, tal vez, lo más difícil, el amiguismo que es el peor de los males de un gobierno, de una democracia. La institución del compadrazgo está muy arraigada en el colectivo latinoamericano. El “amigacho” (en España lo llaman “el amiguete”) que nos facilita las cosas, que nos permite saltarnos la ley, ser primero en la cola, incumplir las normas: todos esos vicios de nuestra débil democracia deben ser erradicados de cuajo. A partir de ahora, los servidores públicos deben comportarse por igual con todos quienes acuden a que se les atienda. Se que será dificil, pero impostergable: el retorno de la meritocracia.

Hace algunos años estuvo de asesor de la policía del DF (cuando Peña era Alcalde Mayor) un norteamericano, William Bratton, que había logrado, en su ciudad, bajar notablemente la criminalidad. Su principal propuesta: tolerancia cero. Ese es uno de los factores que debemos, lo más rápido posible, incorporar al colectivo. Tolerancia cero con quien no paga impuestos, tolerancia cero con quien se pasa un semáforo, tolerancia cero con quien pretende colearse, y tolerancia cero con el burócrata --desde el ministro hasta el portero-- que cree tener prerrogativas especiales por el mero hecho de haber adquirido (muchas veces sin ningún mérito) un cargo.

Un país decente no se construye de arriba hacia abajo sino al revés. Se construye con ciudadanos ilustrados, educados, conscientes de sus deberes y derechos. Ciudadanos que deben dejar atrás el famoso “pajarobravismo” (disculpen los puristas el neologismo) y comportarse como veo que se comportan tan pronto dejan atrás al aeropuerto de Maiquetía: como ciudadanos correctos y no como “pájaros bravos”, como decimos coloquialmente en Venezuela.

Debemos regresar, si señores, regresar (ese no es un término peyorativo), a lo que una vez fuimos: amigos y compañeros, independientemente de si militamos en el partido A o en el B. Jugábamos, en otros tiempos, bolas criollas, ese juego tan popular en nuestro pueblo, sin caernos a tiros. Tomábamos una “polarcita” (cerveza de la marca Polar, para quienes no son venezolanos) mientras discutíamos lo bueno y lo malo del gobierno, sin temor a que por eso seamos fuéramos mirados con odio o malqueridos. No nos volvamos a llamar ni “escualidos” o “chavistas”: todos somos venezolanos, todos cabemos aquí, la patria es más grande que las partes. Esa es la Venezuela que los jóvenes no conocen, pero que todavía existe en muchos de nosotros; la Venezuela de la camaradería, de la amistad, de la solidaridad y del acompañamiento tanto en las alegrías como en las penas.

Nuestros flamantes nuevos diputados, sean del signo que sean, deben darse la mano, tender puentes, afrontar la grave situación que vive el país con inteligencia, con ganas de resolver y no de “resolverse”, dispuestos a hacer lo que haya que hacer con tal de enderezar la economía, abatir la inflación, solucionar los mil y un problemas que van a heredar y que son complicados.

Habrá que hincarle el diente a muchos asuntos pendientes, tales como el valor de la gasolina, la unificación cambiaria, la restauración y desarrollo de la industria nacional (compre venezolano, ¿se acuerdan?), la restitución de empresas y talento expropiado. Hay que facilitar, a toda costa, el retorno del compatriota emigrado que sólo anhela regresar a su terruño, pero en condiciones laborables y humanas “normales”. Las universidades deben ser ahora auxiliadas, mimadas, atendidas. Sus investigadores dotados de recursos, de aliento y de incentivos. Sólo la educación nos sacará de las penurias actuales, comenzando con la primaria y terminando con los postgrados. La educación, amigos, ahí está la clave. Y si no lo creen, vean los casos de paises exitosos, comenzando por Finlandia, con el sistema educativo mejor valorado del planeta. Tenemos que parecernos a Finlandia y no a Burundi (que me discupen los habitantes de ese país).

Vemos con preocupación que mientras en Venezuela, lastimosamente, las personas se pelean por conseguir un paquete de harina de maiz o unos rollos de papel higiénico, en Europa, en París, se habla del fin de la era de los combustibles fósiles, se firman acuerdos para el siglo XXI. Los países desarrollados hacen planes --planes que con toda seguridad cumplirán, pues se les va la vida en ello-- para utilizar energías renovables. España, pionera en estas técnicas, tanto en la energía eólica como la fotovoltaica, se propone crear un millón de nuevos empleos en los próximos años, sólo en ese sector de las renovables. Mientras, nosotros seguimos prácticamente con el arado y el buey. La industria automotriz mundial proyecta la construcción de millones de automóviles eléctricos, dotados de baterías de larga duración. ¿Que pasará con nuestro petróleo? ¿Acaso hay un plan para la Venezuela post-petrolera? ¡Ay, Arturo Uslar Pietri, escritor y vidente, el de “sembremos el petróleo”, si nos pudieras ver!

Tendamos puentes, amigos nuevos diputados. Podemos y debemos ser los creadores de un nuevo país, uno que se parezca mucho al que fue, pero que será nuevo. Es como el hijo, que se parece al padre, pero que viene con nuevas ideas, nuevas ilusiones, nuevas esperanzas. Ese es el hijo que debemos ahora criar, cuidar y proteger.

Esa es la Venezuela que queremos, la que esperamos ocurra, la que debe ocurrir. Eliminemos del himno nacional esa terrible estrofa que dice “el vil egoismo, que otra vez triunfó”. Cambiémosla por algo más positivo, por algo que insufle lo contrario al egoísmo. Tal vez, el ¿altruismo?, la ¿abnegación? o la ¿caridad?.



Miguel A. Megias
autonomiaspoliticas@gmail.com
@mmegias

Granada - España 

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