Los desheredados
Circula un artículo de Rómulo Caldeira titulado “La traición de la burguesía” que rememora aquella idea de don Mario Briceño Iragorry resumida en la máxima “la traición de los mejores”. Tanto Caldeira como Briceño Iragorry. Aluden que, en tiempos de cambios y revoluciones, la clase pudiente –pensante y pujante– prefiere conservar sus intereses personales, antes de promover y acompañar las reformas que demandan las sociedades en búsqueda de mejores sistemas y mayores equilibrios. Abandonan su carácter de autoridad, se repliegan en si mismos, se niegan a ejercer el rol histórico que les corresponde, desconectan de su entorno más próximo porque “ya esto se perdió”:
El pacto de Puntofijo selló la alianza entre partidos que se comprometían a defender la democracia tanto de los grupos que impulsaban la lucha armada como de las élites conservadoras antiprogresistas y enemigas del sistema democrático a las que hacíamos referencia al inicio. Recordemos detalles sabrosos de nuestra historia contemporánea: “Puntofijo es el nombre que pusimos mi novia y yo a la modesta casa donde fundaríamos nuestro hogar, construida con un crédito de La Previsora (…) Los periodistas le pusieron ese nombre al pacto, que se firmó en mi casa por estar yo quebrantado. Para mí es y ha sido motivo de satisfacción ese acuerdo, que con todas las críticas que se puedan formular, le aseguró a Venezuela, por lo menos hasta ahora, cuarenta años de libertad, de participación popular en la elección de los poderes públicos y de incorporación con dignidad a la comunidad de pueblos libres del hemisferio occidental” (Rafael Caldera, Los Causahabientes).
Recuerda justamente Rafael Caldera que los compromisos adquiridos por el Pacto de Puntofijo cesaban al término del gobierno de Betancourt. De hecho, el gobierno de Leoni adoptó desde el primer momento una “autonomía de acción” y COPEI pasó a la oposición. En 1968, los socialcristianos ganaron las elecciones y así fue reconocido por los adecos, lo cual fortaleció enormemente la confianza del venezolano hacia el sistema democrático. Mientras los países hermanos del continente se encontraban bajo gobiernos de facto, la democracia venezolana se fortalecía mucho más allá de un pacto de gobernabilidad durante los primeros cinco años de estreno democrático al mando de Betancourt. El compromiso de fortalecer el sistema pasó a ser un espíritu: el espíritu del 23 de enero.
AD y COPEI pasaron a ser los enemigos de la ultraderecha y la ultraizquierda, en una alianza sellada hasta que la muerte los separó. La élite caraqueña le dio la espalda a Caldera por atreverse a firmar pactos con comunistas. El moralismo desatado de los amos del valle, de los próceres de la patria y de los herederos de Bolívar no doblegó el espíritu democrático del 23 de enero… hasta que llegó Chávez.
La mentirota
Con Chávez crecieron los eternos adversarios de un sistema envidiable, basado en la gran mentira que se dedicó a propagar a rienda suelta y con las espuelas de su carisma: la asociación de AD y COPEI con la “burguesía parasitaria”. Nada más falso, nada más opuesto, nada más vil que ese engaño hoy convertido en la peor traición al pueblo de Venezuela. Si las fuerzas regresivas de izquierda y de derecha –como solía llamarlas Arístides Calvani–, no acabaron con la democracia gracias al pacto de Puntofijo, que acabó forjando el espíritu democrático de AD y COPEI. He ahí la gran responsabilidad que juegan hoy los partidos tradicionales.
Y en su empeño de asociar la crisis del sistema rentista y populista a una supuesta traición de la burguesía, Chávez le dio beligerancia a la verdadera opulencia. Como dice el refranero popular, al circo que montó le crecieron los enanos. La ultraizquierda revolucionaria, guerrillera y cubana, no llegó sola sino con su correlativo contrincante. Chávez les dio la bienvenida a su sistema revolucionario, primero porque disfrazado de corderito fue a pedirles ayuda financiera para derrocar el puntofijismo, la cual otorgaron; luego porque así convenía a su delirante heroísmo patriótico.
Ahora emprenden su venganza, amenazan con no rendirse y, de hecho, no hacen más que crecer, posicionarse y vulgarizarse en el más preciso y literal sentido de la palabra. Aunque el país acabe dividido en dos toletes, aunque tengan que transitar sobre un millón de muertos, la traición de Chávez –juran y aseguran– será castigada.
La conclusión parece clara: Venezuela necesita reconstruirse a partir de un acuerdo de gobernabilidad que sea capaz de volver a suscitar el espíritu democrático del 23 de enero.
Mercedes Malavé
mmmalave@gmail.com
@mercedesmalave
Dirigente Nacional de Copei
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