Mucho se ha dicho sobre la triste etapa que le ha tocado a vivir a los venezolanos en los últimos años. Ya antes era complicada la cosa, pero Chávez tenía mucho real con ese petróleo socialista disparado por encima de 100 dólares por barril y por varios años. Alcanzaba para robar, regalar, complacer amigos, armar bandas internacionales, subsidiar viajes, pasajes aéreos baratos, medicamentos por debajo del precio internacional. Ese dólar preferencial sirvió para que miles de chavistas civiles y militares hicieran fortunas incalculables y también sobró para sostener a Chávez en el poder como un jeque. El pueblo pobre lo quería a realazos y de ahí hacia arriba soportaban al líder intergaláctico entre dólares baratos, apartamentos subsidiados y hasta vehículos comprables.
Chávez tuvo momentos complicados. Hasta sus militares lo sacaron del poder, pero el montón de dólares hacía que esas coyunturas complicadas se superaran muy rápido. Y el desorden continuaba su extraño recorrido por entre el tejido social de los venezolanos. Socialismo a la cubana con plata es vivible, fue la experiencia que quedará como lección. Socialismo a la cubana y quebrados es el verdadero socialismo. Invivible. Y es justamente la actualidad.
Chávez se gastó hasta el último centavo que quedaba por ahí para ganar su elección de despedida, antes de partir al otro mundo. Y dejó dos cosas para que lo recordaran eternamente: un país absolutamente arruinado y, por si fuera poco, a Maduro como sucesor ¿Para qué más? Desde ese momento para acá lo que se ha vivido es quiebra, machorreo, desempleo, ruina, miseria, diáspora, hiperinflación, inviabilidad de país. Un desastre monumental. Y, a pesar de toda esa oscurana, la cúpula no quiere dejar que otros vengan a enderezar el entuerto chavista. Más bien, quieren seguir chupando lo poco que queda, aunque hay que admitir que han sido tan malos que están perseguidos por gran parte del mundo. Tal vez lo que haga falta es la promesa, tal vez muy endeble, de que puedan irse con sus dólares y sus asaltos a la humanidad sin temer represalias ni persecuciones. Tal vez. No es seguro. Cuando un grupo que llegó a la silla con una cúmulo importante de hambre represada por años, no es tan seguro que quieran irse así nomás de la cumbre donde están los reales. Ni siquiera con garantías de impunidad.
Chávez no necesitó muchas excusas. La plata tapaba todo el desastre y todo el entreguismo. El eterno comandante regaló hasta el Esequibo a Guyana buscando el apoyo fallido del Caribe. Ni siquiera han sido agradecidos. En esta materia le echan la burra para el monte a Maduro y a todos. Hasta Cuba, la hermana querida, la prima vividora, apoya la entrega a Guyana. Pero, en contrario, para Maduro y su gente es necesario tener a la mano excusas, mentiras y discursos absurdos para ir justificando el desmadre general. Y no es seguro que le crean. Hay demasiada hambre para estar creyendo cuentos de camino.
Bajo esa premisa es como nacen las iguanas, la interminable lucha contra el imperio, el sabotaje de la derecha, las peleas constantes con otros países, la ruptura de relaciones diplomáticas a cada rato, el maridaje con la dictadura Cubana, la hermandad extremada interesada con Rusia, el coqueteo con grupos terroristas cercanos y lejanos, el Niño y la Niña, el verano saboteador, el robo de cables, las sanciones. Todo tiene un tapón, pero no hay soluciones. Ni medidas ni acciones. Todo se reduce a una eterna perorata, repetida, ociosa, inútil.
Tranquilos. Hay que tener calma. Las revoluciones, para que puedan tener éxito, deben esperar por infinito. Necesitan muchos años. Ni siquiera para triunfar. Necesitan años para derrumbarse tipo Unión Soviética. Ese es justamente el éxito de los contrarios, de los oprimidos.
¿Cuánto falta? Tal vez mucho. Tal vez poco. Hay hambre, eso sí.
Y el hambre es impaciente.
Elides Rojas
elidesr@gmail.com
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