Iniciemos señalando, que la hipocresía es inducida, usualmente, por el deseo de esconder a los demás motivos reales; es decir un hipócrita es alguien que esconde sus verdaderas intenciones.
El conocimiento económico, por su parte, es considerado por muchos como esotérico (incomprensible o difícil de entender) habida cuenta de ser una disciplina que combina el enfoque cuantitativo (basado en números) con el estudio del comportamiento humano individual y colectivo al tiempo de estar al servicio del bien común teniendo como objetivo lograr un mundo mejor, enfatizando en la necesidad de hacer que los objetivos individuales sean acordes con los objetivos colectivos, o lo que es lo mismo, armonizar al individuo con la sociedad y por ende rechaza tanto la supremacía del mercado como la del Estado.
A pesar de ello, se les reprocha a los economistas su incapacidad para predecir acontecimientos que podrían tener un impacto negativo para la sociedad; reproche en mucho propiciado por dos obstáculos: 1.- La carencia de datos o la comprensión solo parcial del fenómeno analizado, y 2.- La imposibilidad material de predecir ya que puede dar lugar a las profecías autocumplidas que partiendo de una definición “falsa” de la situación despierta un nuevo comportamiento que convierte en “verdadera” la falsa concepción original.
De igual modo, la economía apoyándose en el “Homo economicus” entendido como como un ser que toma decisiones conscientes sobre sus propios intereses e iba por ellos de modo racional, asume la teoría de la elección racional (la opción más adecuada para nuestros intereses); pero que al no tener el individuo la información suficiente puede equivocarse víctima de sesgos cognitivos (efectos psicológicos que causan una alteración en el procesamiento de la información) que generan un juicio errado a la luz de asumir atajos de razonamiento (simplificar la solución de problemas).
En tal sentido, vale resaltar que el Estado no dispone, usualmente, de la información necesaria para decidir por sí mismo la asignación de bienes y servicios razón por la cual adopta en muchos casos políticas económicas nefastas, tanto por la ambición de mantener el control (y el poder) como para hacer “favores” al ciudadano elector quien busca, impulsado por su propia ignorancia, protección y subsidios al extremo de dar impulso a los populismos de derecha e izquierda; en un contexto donde tales populismos soslayan los mecanismos más elementales como el mercado que si lo dejan funcionar protegería al consumidor de los grupos de presión y del favoritismo, al punto que un alto porcentaje de los economistas están a su favor al considerarlo un simple instrumento y nunca un fin en sí mismo a diferencia de especialistas en otras ciencias sociales, y gran parte de la sociedad civil, que tienen una visión diferente del mercado al confundir (algunos intencionalmente) el impacto que tiene sobre el vínculo social; muy especialmente, sostienen, en cuanto a que puede fortalecer el egoísmo de sus actores habida cuenta que el mercado es, en efecto, un lugar de competencia (rivalidad entre quienes se disputan una misma cosa) que está, y así debe entenderse, al servicio de la sociedad teniendo como beneficio más resaltante la baja de los precios para el consumidor; e igualmente se convierte en un espacio para la colaboración (trabajo en conjunto) que favorece una producción eficaz, eficiente, innovadora y de tendencia creciente.
Es de manifiesta obviedad, la preocupación histórica en cuanto a que el Estado se vea cautivo de intereses particulares en detrimento del interés colectivo; y de que en un sistema democrático el interés por ser elegido o reelecto tenga prelación sobre otras preocupaciones.
Ante tal preocupación, la mayoría de los Estados del mundo procuran los beneficios de la libertad económica combinando la economía de mercado y la intervención del Estado en razón que el mercado necesita del Estado tanto para corregir sus fallas, garantizar el marco legal a través del sistema jurídico, y para proteger la libertad de empresa; como en razón a que el Estado no puede lograr que los ciudadanos puedan vivir correctamente ¡sin mercado!
El Estado en la modernidad, se ha transformado para asumir la responsabilidad de fijar las “reglas de juego” e intervenir para corregir las anormalidades del mercado, pero no para sustituirlo; al tiempo de abandonar su condición de pésimo empresario para asumir un rol de regulador donde la burocracia y los funcionarios no están al servicio del Estado sino del ciudadano, e igualmente vigilando que las políticas sociales no incrementen el desequilibrio de las finanzas públicas.
Desde un ángulo complementario, resulta pertinente resaltar que en el presente la desigualdad social responde fundamentalmente a:
1.- El cambio tecnológico que favorece a los ciudadanos más cualificados y con acceso a la “economía del conocimiento”, lo cual implica un reto para el sistema educativo; y
2.- La globalización ya que los eficaces se ven beneficiadas al poder exportar, mientras que las que son menos ven limitada su actividad al tener que enfrentarse a las importaciones.
De igual modo, la revolución tecnológica, la digitalización y la economía colaborativa han perfilado una economía digital que incorpora nuevos competidores que entran con facilidad en la cadena global de valor generando ventajas competitivas con énfasis en la cadena de suministro, apuntalado por personas que han adquirido un conocimiento abstracto (capacidad de asumir un marco mental de forma voluntaria) más allá de conocimientos sencillos y por ende capacitados solo para realizar tareas sencillas; situación que les dificulta una mejor participación en la generación y distribución de la riqueza.
Reflexión final: Para la época de la muerte de K. Marx en 1883, ya la historia ponía en duda sus predicciones habida cuenta que la concentración y centralización del capital, el surgimiento de compañías por acciones, cárteles y trust no marcaron el fin del capitalismo como un todo sino del capitalismo competitivo.
Cuando en 1917 Lenin anunció que ya estaban maduros para tomar el poder y avanzar hacia el socialismo, lo formuló sin la existencia de una teoría de la transición al socialismo (¡que aún no existe!) ya que el marxismo había “estudiado” más intensamente el colapso del capitalismo.
Lo que Lenin se planteó en El Estado y la Revolución fue: ¿Qué debe ocurrir en caso de una transición del capitalismo al comunismo? Su respuesta: Una transformación revolucionaria del capitalismo en un estado transicional llamado “socialismo”, que luego evolucionaria hacia el comunismo.
El estado capitalista debía ser destruido y un nuevo estado-la dictadura del proletariado-lo reemplazaría. Esta dictadura se extinguiría, dando lugar al comunismo; y su tarea económica sería eliminar el capitalismo centralizando la propiedad y el control de los medios de producción; y la tarea política sería instituir una democracia radical que garantizara la extinción de la forma democrática de Estado.
En fin, el mayor “logro” de la revolución marxista fue la instauración del socialismo de Estado entendido como el uso de los instrumentos del Estado para construcción de “algún” modelo socialista; al tiempo que el capitalismo ha mantenido su vigencia a escala mundial lo cual ha “facilitado” la supervivencia del marxismo a la luz de un sueño o hipocresía de una “utopía realizable” en pro de un socialismo a nivel mundial o al menos latinoamericano impuesto a la fuerza como respuesta a un terrorismo destructor de democracias.
Jesús Alexis González
jagp611@gmail.com
@JesusAlexis_Gon
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