Cuando Daniel Ortega en el año 2009 buscaba la relección que la constitución nicaragüense le prohibía, a mediados de ese mismo año Tomás Borges decía que todo podía pasar en su país, menos que el Frente Sandinista perdiera el poder, “podemos, decía el líder del sandinismo, pagar cualquier precio, digan lo que digan, lo único que no podemos es perder el poder”. Por supuesto que no solo no lo perdieron, sino que pudieron continuarlo hasta ahora. Y digan lo que digan, la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua gracias a la mayoría de seis magistrados sandinistas, pues asistieron algunos suplentes en lugar de los titulares de la oposición, declaró la no aplicación del art. 147 de la Constitución que prohibía a Ortega y al resto de los funcionarios públicos la reelección inmediata al mismo cargo.
Pero el camino para acudir al poder judicial, judicializando así un hecho político, en razón de que el poder legislativo no le daba la tan ansiada reforma de la constitución que le permitiera mantenerse en el poder en la próximas elecciones del 2011, no fue idea suya, lo había iniciado ya en Cota Rica el premio nobel Oscar Arias una vez que después de ser presidente a finales de los ochenta, la comezón de volver a serlo se le metió en el cuerpo, aunque haya quienes afirman que más bien se la contagiaron. Como quiera que sea y de después de varios intentos la famosa Sala cuatro o Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, declaró finalmente la prohibición de la reelección consagrada en la constitución costarricense como una limitación no solo al derecho constitucional de los individuos a ser reelegido, derecho fundamental, sino también al derecho de los electores para ejercer votar sufragio por quien consideraran oportuno.
En este asunto de la reelección, cada maestrillo tiene su librillo como dice un viejo refrán popular. Chavez, por ejemplo, lo tenía todo atado con la constitución que llevaba en el bolsillo cuando fue electo presidente en el 98, logrando en el 2009 luego de perder un referéndum anterior, la reforma constitucional deseada para ser reelegido eternamente. Otros, sin embargo, como Lula o Correa tuvieron que delegar confiando en camaradas de viaje como Dilma Rousseff o Lenin Moreno, aunque con diferente suerte. Quizás por eso, y aun cuando podía ser candidata, Cristina Fernández, sin lugar a dudas una mujer astuta e inteligente, prefirió aplazar su turno y esperar mejores tiempos para lanzarse nuevamente al ruedo presidencial, cediéndole su derecho candidatural a Alberto Fernández quien fuera jefe del gabinete de su esposo Nestor Kirchner. Sin duda, una movida estratégica que le permite seguir manejando el poder tras bastidores, pero desde un puesto con cero responsabilidades políticas, sin exposición que la desgate, y que además la convertiría en presidenta en caso de una vacante temporal o total del presidente de acuerdo con la constitución argentina.
Si Morales fuese un pintor, seguramente hubiese sido un pintor ingenuo o un poeta ingenuo, a diferencia de Tomás Borges, si se hubiese dedicado a escribir versos. Pero en su lugar prefiere ser, a veces, un politico ingenuo que dice cosas que ningún otro político se atrevería a decir, aunque como él las piensen y las practiquen. A finales del año pasado con ocasión de recibir un doctorado honoris causa en la Universidad de San Carlos (USAC) de Guatemala, Evo Morales confesó que tiene una adición: se ha acostumbrado al poder y no quiere dejarlo. Un problema según el mismo lo definió que recientemente, en plena campaña electoral, con diferentes palabras volvió a plantear a la periodista brasileña Sylvia Colombo a quien le manifestó que no sabría qué hacer si ya no era presidente, pues Bolivia era su vida y su familia.
No sabemos si Evo Morales conocía lo que había dicho Borges, pero seguramente si lo que hizo Ortega y anteriormente Arias quien volvió a ser presidente en el 2006, casualmente el mismo año en el cual Morales acababa de iniciar su primer mandato y Ortega ganaba en Nicaragua sus primeras elecciones presidenciales de este siglo.
Por eso, cuando en el 2016, Evo Morales buscando emular a Chávez, pierde el referéndum popular, lo que le obsatculiza la vía para derribar la pared constitucional que le impide ser reelecto para un cuarto periodo presidencial, decide utilizar la fórmula centroamericana y acudir directamente al Tribunal Constitucional donde interpuso un recurso sobre la base de que prohibirle una nueva reelección atentaba contra sus derechos políticos; es decir, el mismo absurdo argumento de Arias y de Ortega. Le llevó muy poco tiempo recorrer aquel atajo, pues en el 2017 los magistrados le concedieron lo que tanto el pueblo como la Asamblea Nacional le habían negado, habilitándolo para buscar la reelección, no la cuarta, sino las que quisiera.
Es obvio después de visto lo que ha ocurrido en los recientes comicios presidenciales bolivianos, que aquella experiencia centroamericana de la primera década de este siglo le quedó a Morales muy bien aprendida y grabada en piedra. Una piedra similar a aquella otra a la que se refirió el propio Daniel Ortega luego de publicarse en el 2009 la decisión reeleccionista de la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua: “Como decían los magistrados, ésta ya es una sentencia aprobada en piedra, es inapelable, y esto es importante que lo tengan claro los oligarcas vendepatrias”.
José Luis Méndez La Fuente
@xlmlf
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