La lectura de un ensayo del filósofo personalista Karol Wojtyla, Persona: sujeto y comunidad, puede resultarnos de mucha utilidad en estos momentos, pues todos necesitamos siempre herramientas para encontrarnos cada vez con mayor profundidad en lo común: eso en lo que consiste cualquier comunidad. La sociedad, entendida como una comunidad más amplia y diversa, se funda de algún modo en la unión de sus miembros.
Lo que es fundamentalmente común a todos es que somos personas y entre los hombres-persona se establecen relaciones, pues como diría cualquier filósofo personalista, no hay un yo sin un tú. Uno podría pensar que se basta a sí mismo para alcanzar el perfeccionamiento interior al que tendemos, pero para este filósofo y otros de sus contemporáneos, toda persona confirma su “yo” más íntimo cuando se abre a un “tú”. Wojtyla propone conciliar lo objetivo y lo objetivo en el hombre en el concepto de experiencia. Nada es más único e intransferible en nosotros que la conciencia de nuestra subjetividad personal: de esa experiencia en la que nos hacemos conscientes de nuestros actos. Esta subjetividad de la experiencia es realidad y por lo mismo es cognoscible, tanto por nosotros mismos como por esos otros con quienes ahondamos en una relación.
Nadie piensa en el vacío y Wojtyla tampoco lo hizo. Su intensa experiencia de vida no le dejó demasiado tiempo para estudiar, como dice él mismo. No es por eso gratuito que la subjetividad de toda experiencia humana sea nuclear en su propuesta de comprensión de lo insondable en la persona, pues a ese núcleo íntimo que revela lo que somos solo accede Dios y la conciencia de quien se hace consciente de lo vivido. Luego serán las acciones las que mostrarán nuestro ser.
El dolor siempre horada el alma y la prepara para dar frutos y esta visión del hombre abre una vía interesante para explorar la intimidad. Las inquietudes de Wojtyla nacieron asociadas a sufrimientos de todo tipo. Su orfandad prematura, la pobreza, la austeridad de vida que forjó su recio carácter, sus vivencias con el nacionalsocialismo, la desaparición y muerte de amigos y profesores por su condición de judíos, la invasión a su amado país –entrenado en la difícil lucha por lograr su independencia–, así como la experiencia del prolongado sufrimiento de una guerra a la que siguió la invasión comunista, supusieron todas realidades que definieron su inquietud por la misión del hombre en el mundo.
Su interés por la intimidad humana no tiene nada que ver con una exploración egoísta de la interioridad. El hombre, para él, tiende al encuentro con los demás. No es, pues, un ser encapsulado.
Por ello, tras la experiencia de la inhumanidad de la guerra; de la podredumbre humana que queda
siempre en evidencia en situaciones atroces; del miedo existencial que genera la soledad, la alienación, la exclusión, el exterminio de que se es objeto por parte de otros, la búsqueda de Wojtyla giró en torno al valor de la persona concreta y la verdad de su humanidad. Su vivencia de procesos sociales que destruyeron el “nosotros”, que bloquearon la posibilidad de las relaciones con los otros, provocando la alienación de los diversos sujetos, le llevó a concluir que la propia subjetividad se nos revela a nosotros mismos cuando profundizamos en la relación con el tú y con el nosotros. Solo cuando el amor se intensifica nace el sentido de responsabilidad por el otro y se confirma el “yo” en su subjetividad. Una subjetividad siempre nueva y retroalimentada, dispuesta a fundar comunidad con los otros.
Nuestra sociedad ha sufrido y tenemos necesidad de repensar al hombre con más profundidad, pues a la dimensión social subyace la relación interpersonal yo-tú, sin la cual no podemos pretender un proceso social que restituya el “nosotros” que ha sido tan golpeado.
Ofelia Avella
@ofeliavella
ofeliavella@gmail.com
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