La idea del “contrato social” ha servido a lo largo de toda la historia del pensamiento político de Occidente para la fundamentación de lo político, en donde los hombres pueden interactuar bajo la garantía de una entidad que trasciende la individualidad, por ello el filósofo Jean Jacques Rousseau decía que:
“… como los hombres no pueden generar nuevas fuerzas, sino unir y dirigir las que existen, no tiene otro medio de conservarse que formar por agregación una suma de fuerzas que pueda exceder a la resistencia, ponerlas en juego por un solo móvil y hacerlas obrar en armonía.”[1]
Y de este modo es posible el “contrato social” para superar la vulnerabilidad inherente de esa “libertad natural” para adoptar una “libertad convencional”, sin importar mucho las implicaciones que implica ceder un poco de la individualidad a costa de la seguridad que brinda la “voluntad general”, siempre y cuando la avasalladora de esta no sea quien te aplaste, y ante ello no existen garantías para el individuo.
Ciertamente esta tradición no comenzó con Rousseau, sino con anterioridad la cuestión del “contrato social” puso a cavilar a más de uno en la Grecia Antigua, téngase en cuenta nombres como Hipias de Elis Alkidamas, Lykophron, en este esfuerzo de reflexión también estuvieron los cínicos y los estoicos, y estos últimos contó con la representación de Zenón de Kittion, y estas tenues voces de los antiguos llegó hasta los humanistas del Renacimiento que les permitió retomar concepciones “perdidas”. Entonces, el “contrato social” daba cuenta de la necesidad de encontrar un principio de fundamentación al orden social y político en el que se relacionan los hombres, lo que aunado a ello conlleva plantear cuestiones de índole ontológico-existencial tales como la naturaleza humana, la inherente desigualdad entre los hombres, y en ello existió la posibilidad de pensar utópicamente, bien sea para criticar el estado de cosas actuales o para transformarlas, y el medio para ello comprendió la sátira hasta la construcción de modelos ideales de gobierno.
En tiempos modernos la idea del “contrato social” sirvió de argumento para redimensionar el principio del derecho divino de los reyes, lo cual los dotaba de un poder absoluto, este papel histórico no es de subestimar. Pero dentro de esta larga tradición del “contrato social” se forjaron presupuestos que detentaban contra la noción de individualidad y las libertades que envolvía. No obstante históricamente sería forzado encasillar la idea de “contrato social” a una única expresión, ya que pensadores como David Hume y John Locke dieron nutritivos aportes a la comprensión de las actividades y relacionamiento de los hombres. Pero habían otros que sacaron los componentes más oscuros que subyacían en ese “contrato social”, sin muchas veces poder presenciar los terribles resultados de las acciones generativas que surgen de uan “inocente” lectura –por ello no se debe subestimar este impredecible mundo de la historia de las “ideas”–. En este caso específico estamos refiriendo a Thomas Hobbes y Jean Jacques Rousseau, cuyos supuestos filosóficos dieron formas ideologizadas del “contrato social”, los cuales se emparenta con el pensamiento que posteriormente adoptó la izquierda.
Dado al alcance histórico de nuestra reflexión es preciso redimensionar la propia noción de ideología para que se acople a nuestra perspectiva estructural. En tal sentido, siguiendo al filósofo canadiense David Gauthier, entendemos por ideología como: “[la] parte de la estructura profunda de autoconsciencia.”[2] Tal definición depura un poco ideología de su carácter valorativa que indica la alusión a “falsa conciencia”, tal como peyorativamente refería K. Marx, sino que la ideología conformaría parte de esos supuestos irreflexivos ubicados en un plano inconsciente, los cuales definen la propia representación del hombre y su relación con los demás, definiendo el modo en que se dan y las acciones que derivan de ello. No obstante esto no niega que la ideología pueda degenerar en falsa conciencia, opio del pensamiento y la cultura.
Entonces, las formas ideológicamente más radicalizadas del “contrato social” la encontramos en Hobbes, ya que en sus planteamientos resguardan dos apreciaciones nocivas para la libertad y la individualidad: su percepción negativa de la naturaleza humana, la cual hace que el miedo sea constitutiva a la experiencia política del hombre, dado que el sometimiento al soberano radica en el temor a la constante asechanza del miedo a la muerte violenta que está implícito en su estado de naturaleza. Y desde el miedo emerge una fuente del pensamiento utópico, la esperanza, y esto lo explica con mayor detalle la lectura de Hobbes que hizo el filósofo italiano, Roberto Esposito, el cual dijo que:
“Aunque en la vida cotidiana el miedo nunca está solo, lo acompaña siempre la esperanza, que el hombre contrapone al miedo, con la ilusión de que es su opuesto, cuando en cambio es solo su fiel compañera. ¿No es negar la esperanza una especie de miedo de cabeza abajo? Hobbes lo da a entender cuando en el De homine explica que la esperanza nace de concebir un mal junto con el modo de evitarlo, mientras que el miedo, que se cierne sobre un bien, consiste en imaginar un modo de perderlo”[3]
Y precisamente al poner el miedo “cabeza abajo” ocurre esa síntesis entre la vida y la muerte en el hombre, pero ¿Hasta qué punto la esperanza sustentada en el miedo no deforma en una falsa conciencia a diferencia inspirada en la confianza en sí mismo? En esta preguna resguarda un aspecto problemáico del contrato social, lo que permite explicar como ideologías (aquí si entendidos como falsa conciencia) socialistas o comunistas se valen del mesianismo y la redención revolucionaria, un sustrato que nutre los mitos políticos.
En este recorrido es inevitable no mencionar a Rousseau, que a pesar de sus diferencias con Hobbes, especialmente a lo que respecta a su concepción optimista del estado de naturaleza del hombre, pero a costa de un prejucio hacia la sociedad y las instituciones,, cuya convencionalidad pareció corromper las virtudes “innatas” del hombre. Sin embargo para Rousseau el contrato social resulta necesario dado que el hombre al abandonar su libertad natural por una libertad convencional, con ello se pudo “Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por virtud de la cual cada uno, uniendoe a todos, no obedezca sino a sí mismo y quede tan libre como antes.”[4]
De allí lo novedoso de Rousseau, parte de conceptos distintos de libertad y autoridad[5], y de allí que esa libertad convencional ajustada al hombre haciendo vida en sociedad implica que “dandose cada cual a todos, no se da a nadie”[6], de ello se desprende un optimismo a la fuerza expansiva de la “voluntad general”, la cual puede devorar sin ningún problema la individualidad, porque entre más me disuelvo en el colectivo, más libre soy, produciéndose así “la unión […]más perfecta posible.”[7] De este modo, la libertad no refrena el poder coercitivo de la comunidad y el Estado, fue así que la libertad pudo ser una principio de autoridad.
Tales presupuesto ideológicos del “contrato social” imposibilitan concebir otras formas de relacionamentos del hombres que pueden desarrollarse en el campo político. Por consiguiente al concebir la sociedad como un instrumento en el cual salvaguardarme y aplacar el miedo, se niega la actividad apropiativa del hombre, lo que consiste simplemente en construir lo propio, ya sea material o espiritualmente. Ciertamente este problema de la propiedad privada en el marco del contrato social lo abordó Locke, pero siguiendo los presupuestos de Rousseau y Hobbes neutraliza tal actividad del hombre que puede ser satisfecha en el mercado, especialmente en un mercado libre que tenga la posibilidad de satisfacer la necesidad de apropiación del hombre, de hacer con su trabajo y esfuerzo algo propio, sin entrar en conflicto con los otros, ya que se sumerge en el agonístico mundo de la oferta y la demanda, y con ello evita la posibilidad abierta que deja Rousseau, de que aquel quien represente la voluntad general suprima toda individualidad que se anteponga al colectivo. A esta cuestión agrega el historiador Pierre Rosanvallon lo siguiente:
“Entonces la idea de mercado constituye más bien una suerte de modelo político alternativo. A las figuras formales y jerárquicas de la autoridad y del mando, el mercado opone la posibilidad de un tipo de organización y de toma de decisión ampliamente disociado de toda forma de autoridad: realiza ajustes automáticos, procede a transferencias y a redistribuciones sin que la voluntad de los individuos en general y de las “elites” en particular desempeñe ningún papel.”[8]
Por tanto, los fanáticos del “contrato social” olvidan precisamente esta idea es una ficción que define las relaciones de los hombres, pero es una de tantas, por tanto, el fanático en su falta de creatividad apunta a ajustar su única posibilidad a la indeterminada fortuna de las realidades históricas, negando así el coraje propio del hombre, que mediante esfuerzo y trabajo puede salir al encuentro de su porvenir mediante la posibilidad de ejercer su capacidad apropiativa, la cual en un mercado libre lo puede hacer, esto no asegura la ausencia de conflicto, pero lo que si resguarda es que el personalismo político no se imponga absolutamente sobre los individuos, ya que las operaciones descentralizadas y abiertas que posibilita un mercado sano hace plantear seriamente la adopción moral de esta racionalidad económica como parte integral de la racionalidad policía, en donde la confianza de los individuos en sí mismo es lo que permite a una sociedad asumir con entereza y acuerdo mutuo el porvenir, a diferencia de la fragilidad de ese miedo invertido que dan las esperanzadoras utopías.
Unas breves palabras sobre Venezuela, esta demás decir el daño que han causado las esperanzas utópicas socialistas, que se han valido del miedo y la fragilidad de los más vulnerables para sostener el proyecto político chavista, esto lo supo desde un principio Hugo Rafael Chávez Frías, y especialmente Fidel Castro.
Por otro lado, la ideología del “contrato social” ha permitido a una sociedad estar propensa a mesianismos políticos, que acobijan su miedo y frustración con la vana esperanza que la personifica un hombre, los nombres han cambiado pero el patrón parece el mismo, y el último que lo vivió fue Juan Guaidó. Resultó interesante como las modalidades fanáticas del “contrato social” no solo defendían lo indefendible, sino insistían en seguir los mismos caminos erróneos ya transitados, diálogos y elecciones fraudulentas, de ahí la coacción cómplice de estos fanáticos del “contrato social”, negando otras posibilidades de acción que exigían mayor coraje e inteligencia para enfrentar al mal político del chavismo.
Venezuela termina siendo un caso de estudio para las nocivas consecuencias de la ideología del “contrato social”, pero retomando otra vez esa perspectiva estructural, esta cuestión abre la puerta para afrontar los opios ideológicos de la cultura Occidental, la cual valdría la pena estudiar en otra oportunidad.
Referencias
[1] Jean Jacques Rousseau: El Contrato Social. Boreal: Madrid, [] p. 24
[2] “Ideology is part of the deep structure of self-consciousness.” David Gauthier: “The Social Contract as Ideology”. En Philosophy & Public Affairs, Vol. 6, nº. 2, 1977, pp. 130-164. p. 131.
[3] Roberto Esposito: Communitas: Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires: Amorrortu, 2012. pp. 55-56.
[4] Jean Jacques Rousseau: El Contrato Social. p. 24.
[5] Isaiah Berlin: La traición de la libertad. Seis enemigos de la libertad humana. México. D.F: Fondo de Cultura Económica. 2004. p. 53
[6] Jean Jacques Rousseau: El Contrato Social. p. 25.
[7] Ídem.
[8] Pierre Rosanvallon: El capitalismo utópico. Historia de la idea de mercado. Buenos Aires: Nueva Visión, 2006. p. 8.
Jhonaski Rivera R.
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