Nayib Bukele era, hasta hace una semana, el gobernante con mayor respaldo popular del planeta. El domingo pasado intentó tomar el Parlamento. Ahora hay que esperar las encuestas para situarlo y saber si sigue siendo “el presidente más guapo y cool del mundo mundial”, como se autocalificó por twitter tras un incontrolable espasmo de narcisismo. Por lo pronto, los estudiantes universitarios protestaron por la intentona golpista.
Se trata del presidente de El Salvador. Tiene 38 años. Comenzó a gobernar en junio del 2019. Ganó las elecciones a sombrerazos. Utilizó las redes sociales como nadie. Sabía que la sociedad salvadoreña estaba cansada de los partidos tradicionales. ARENA –Alianza Republicana Nacionalista-, de centro derecha, había gobernado cuatro veces. Le siguió el FMLN –Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional-, de carácter comunista por dos periodos. (Aunque contenido por la vigilancia del ejército y la dolarización generada durante el gobierno de Paco Flores).
En total: 30 años, en los cuales fue surgiendo el desprecio por los valores republicanos en las jóvenes generaciones, fenómeno del que se percató Bukele, acaso por su manejo de la propaganda y la publicidad, o tal vez por su propia experiencia de “millennial” que no vivió conscientemente la guerra civil que le costó al país unas 75,000 vidas, y carece de respeto por los pactos que organizaron el fin de la guerra.
Existe una injusta fatiga generalizada contra quienes lograron cambios significativos. En España muchos jóvenes hoy se quejan de la “transición” y votan por “Podemos”, pese a la pasión leninista-chavista de Pablo Iglesias, flamante vicepresidente de Gobierno nombrado por Pedro Sánchez. En Venezuela, echaron por la borda los mejores 40 años de la historia del país, no obstante los errores y la larga corrupción rampante, apoyaron a Hugo Chávez, un discípulo de Fidel Castro que sentó las bases de la destrucción de su país, luego minuciosa y cruelmente completada por Nicolás Maduro. En Polonia y en Hungría se olvidan de lo difícil que fue lograr revertir las décadas de totalitarismo comunista.
¿Para qué seguir dando ejemplos? El paso del tiempo desdibuja la tarea de las generaciones que hicieron historia. Bukele pertenece a ese mundillo nuevo incapaz de entender que ha llegado al poder gracias a quienes crearon el Estado de Derecho conforme a los valores republicanos: separación de poderes, libertades civiles, derechos humanos, constitucionalismo y el principio fundamental del sistema: todos los ciudadanos son iguales ante las leyes y están obligados a cumplirlas.
Leo en Diario de Hoy que “Bukele anunció en 2018 su idea de militarizar la Asamblea Legislativa”. Su proyecto era llegar a la presidencia de la república para remodelarla y dirigirla a su antojo. Era el Mesías. El elegido por Alá o por el Dios de los cristianos –no está claro a cuál le reza-, pero sí es transparente que se cree ungido por la Divinidad para dirigir a los salvadoreños. Incluso, la razón que dio para explicar el fin de la ocupación de la Asamblea estuvo teñida de trascendentalismo: Dios se lo pidió.
No es la primera vez que los salvadoreños tienen a un sujeto que se comunica con Dios al frente del país. En la primera mitad del siglo XX, el “hombre fuerte” de El Salvador fue un militar llamado Maximiliano Hernández Martínez que creía en la reencarnación, hablaba con los muertos y combatía las epidemias cubriendo las luces con trapos de colores. En 1932, ante una huelga, tuvo la inspiración de asesinar comunistas, confirmada en el cementerio por un muerto muy querido por el militar, y se llevó por delante entre 10,000 y 40,000 campesinos en un episodio llamado, obviamente, “La matanza”.
Es una lástima que muchos jóvenes salvadoreños, un pueblo industrioso como pocos, no entiendan que el desarrollo económico está vinculado a la institucionalidad republicana y Dios no tiene vela en esta ceremonia. Es cuestión de paciencia y de respetar las leyes. Lo demás viene por añadidura.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner.
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