Escribo esta nota no para señalarle al gobierno lo que debería hacer para convertirse en un buen gobierno, para gobernar en función de las necesidades del país y de su población, para establecer políticas, programas y acciones dirigidas a nuestro despegue del subdesarrollo y del atraso en que nos encontramos, lo cual sí nos conduciría a ser una Venezuela realmente independiente y soberana. Objetivos presentes en el discurso gubernamental pero totalmente ausentes en sus intenciones y muy escasas realizaciones.
No. No es eso, lo que quiero pues sería como pedirle “peras al horno”, expresión de un “filósofo” zuliano, quien fue candidato presidencial y sigue campante en el escenario y los negocios políticos.
Lamentablemente, como todo el mundo sabe, quienes nos gobiernan no están interesados en hacer un buen gobierno. Nunca lo estuvieron, ni antes con Chávez ni ahora con Maduro. Sólo les interesa mantenerse en el poder a como dé lugar y para ello utilizan todas las armas posibles: desde las pacíficas, como la propagandística, la demagogia, la mentira y la calumnia, el soborno y la corrupción, hasta las violentas, como las que se expresan en la utilización de los tribunales, las cárceles y las acciones delictivas de los llamados cuerpos de seguridad del Estado, de los tristemente famosos colectivos supuestamente revolucionarios y populares y los grupos armados provenientes del narco Estado colombiano.
Escribo para decirle al gobierno lo que pienso debe hacer o por lo menos tomar en cuenta para salir lo mejor parado de la situación actual, pero sobre todo para que el pueblo venezolano, el pobre pueblo venezolano, vislumbre una salida, que le permita dejar de sufrir tan intensamente el desgobierno existente y las consecuencias de los enfrentamientos con una oposición que iguala o supera al régimen en sectarismo, violencia e indolencia. Escribo para tratar que se entienda que estamos transitando el camino de la disolución de la república, de nuestra desaparición como nación. Sólo quedarán escombros como premio al ganador de la confrontación, si es que hay realmente un ganador y no somos todos simplemente perdedores.
La oposición guaidoista no tiene fuerza interna suficiente para derrotar al gobierno de Maduro. Sus posibilidades electorales derivan del amplio rechazo de la población al régimen, que la llevaría a votar por alguno de sus partidos o por una coalición de éstos, si considera que tienen posibilidades de triunfar electoralmente. La fuerza fundamental de Guaidó radica en el apoyo estadounidense, en el respaldo del gobierno de Trump, que arrastra el de otros 58 países. En la aplicación de las sanciones contra el país, en el estrangulamiento económico y diplomático de Venezuela, lo cual no es poca cosa y no puede ser derrotada sólo con el apoyo de Rusia y China. El soporte gringo a Guaidó no es nada despreciable y no se debe subestimar.
La forma de enfrentar esta política es la realización de elecciones legislativas con un CNE que tenga el respaldo de la mayoría de las fuerzas políticas existentes, lo que debería incluir a AD, UNT y la fracción de Capriles de Primero Justicia. El intento de designar el CNE en la Asamblea Nacional era políticamente correcto. De haberse hecho se habría desmontado toda la conspiración internacional contra el gobierno y el país estaría en la vía de su institucionalización. No se pudo o no se hizo el suficiente esfuerzo en ese sentido. No lo quería Guaidó, pues sellaba su derrota y la de Trump, no lo quiso tampoco el gobierno producto de sus miedos a un descalabro en unas elecciones con mayor participación.
O el gobierno asume una posición sincera y valiente en función de unas elecciones legislativas equitativas y transparentes, con un CNE difícil de ser objetado, con la más amplia participación de partidos y otras organizaciones, con una distribución de los curules legislativos apegada estrictamente a la proporcionalidad electoral establecida en la Constitución, sin el ventajismo descarado usual y sin el uso de los recursos del Estado por parte del PSUV, o se profundizará y eternizará la pesadilla de la situación actual.
Luis Fuenmayor Toro
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