Muy difícil la situación en el país en torno a estar seguros de lo que sucede con la epidemia generada por el virus COVID-19, enfermedad hasta ahora sin nombre propio, pese a lo importante que se ha vuelto en la vida de toda la humanidad. En todo acto de conocer, en todo análisis, en todo juicio, por más imparcial, ecuánime y justo que se pretenda ser, hay una carga subjetiva presente imposible de erradicar. En mi caso, esta limitante tiene que ver con mi profundo deseo de que la epidemia sea controlada lo más rápidamente posible. Que podamos de nuevo salir a las calles y realizar nuestras actividades con la mayor normalidad en las circunstancias actuales. Estoy muy lejos de quienes quieren, aunque no lo acepten y mucho menos lo digan, que el gobierno fracase en su lucha contra esta infección viral pulmonar. He allí mí limitante, de la cual estoy orgulloso.
Aunque esta subjetividad está siempre presente en todos los actos que signifiquen conocer, en Venezuela su magnitud está seriamente afectada dada la lucha política a muerte existente entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición hoy representada por Juan Guaidó. Esta polarización extrema les impide a los combatientes siquiera acercarse a posiciones más objetivas, sensatas, imparciales, justas, neutrales, serenas, con el añadido de que no aceptan ni siquiera la existencia de esta perjudicial limitación. La realidad parece haber desaparecido de sus campos sensoriales, para dar paso a las
emociones y a los sentimientos más primitivos, menos cerebrales, los cuales se traducen en posiciones claramente inhumanas y destructivas, en las que sólo satisface la desaparición del contrario por cualquier medio.
Esto lleva a la incredulidad total de todas las informaciones dadas por el gobierno sobre el curso de la epidemia. No se quiere que los casos sean los informados oficialmente; tienen a juro que ser muchos más y deben ocurrir muertes. Hay terror en que el gobierno llegue a controlar la epidemia, pues pudiera significar una importante ganancia política ante una población en total minusvalía y seriamente aterrorizada por la pandemia. Las últimas afirmaciones de Juan Guaidó lo reflejan, pues habla irresponsable y negligentemente de la existencia de 200 enfermos, número fantasioso que dice proviene de “un ministerio” como fórmula de darle alguna credibilidad. Cualquiera en su sano juicio lo contrastaría con el hecho de que ninguno de los gobernadores ni de los alcaldes de oposición ha objetado las cifras oficiales dadas en sus regiones.
Ya esta dirección opositora nos demostró a todos su indolencia ante el sufrimiento de los venezolanos con la quema de la “ayuda humanitaria”. Recordemos también que no aprobó el crédito ofrecido por la CAF para la recuperación del sector eléctrico nacional, pese a que el gobierno ya había aceptado que los recursos los administrara el PNUD. No le importaron los zulianos, ni los merideños ni neoespartanos y caraqueños, que se hubieran beneficiado. Sus perversas mentes estaban puestas en que ese bienestar
generado podría ser utilizado por Maduro, para hacer proselitismo o podría significar menor descontento de la gente. Y ellos quieren que la gente siga sufriendo para que vote por ellos o apoye sus planes violentos contra el gobierno. Es exactamente la misma lógica que los hace apoyar las sanciones contra la República. Sin duda una política cruel, retorcida y malévola.
Pero no estaría completo el análisis si no vemos la otra cara de la moneda. La incredulidad hacia el gobierno no es tampoco una actitud gratuita y sólo producto de mentes perversas. Este gobierno ha hecho muchísimas promesas falsas, ha mentido miles de veces, ha engañado y calumniado. Afirma que las sanciones son las responsables de la crisis, cuando ésta comenzó varios años antes y fue causada por su incompetencia, negligencia y corrupción. Ha sido un gran manipulador de hechos y situaciones durante años. Destruyó el aparato productivo venezolano, acabó con PDVSA, la CVG, la CANTV, las empresas eléctricas, el Metro de Caracas… Dilapidó 1,3 billones de dólares y ha violado la Constitución y las leyes cada vez que ha querido, soportado por el régimen militar represivo y violador de los DDHH instaurado.
No invento nada. Allí está la hiperinflación existente, una de las peores de todos los tiempos; la criminal devaluación de la moneda hasta su virtual desaparición, los increíblemente bajos salarios de 3 o 4 dólares mensuales, el extendido deterioro escolar y hospitalario, las cifras de pobreza general (80%) y extrema (60%), las elevadas tasas de mortalidad materna, infantil, neonatal y de menores de 5 años; la reaparición de enfermedades controladas en el pasado: malaria, sarampión, fiebre amarilla; la informalidad laboral que afecta a más del 50 por ciento de la población económicamente activa, la escasez de gas y gasolina, los apagones, el caos del transporte colectivo y el grave déficit en el suministro de agua potable. Y todo ello ahora agravado con las sanciones criminales de EEUU y la epidemia por coronavirus.
Ante la epidemia, el gobierno ha desatado toda una campaña propagandística no sólo sanitaria y ha informado a la población de sus acciones de contención del virus. Ésta se basa en la cuarentena casi total y extendida nacionalmente, la encuesta de millones de personas a través del Portal Patria, la búsqueda domiciliaria de los contactos de los contagiados, el uso de las pruebas diagnósticas existentes y acciones urgentes de rehabilitación de hospitales y centros de salud, así como el uso de hoteles, para aumentar la disponibilidad de camas generales y de terapia intensiva. Esta política parece correcta y algunas de sus concreciones son más que evidentes, otras lo son menos y no es fácil saber su grado de veracidad. Tiene publicadas además unas pautas terapéuticas, que se basan en el uso de cloroquina (antimalárico conocido desde hace 80 años) sola o junto con antibióticos, antivirales (remdesivir y favipiravir) e interferón alfa 2.
El manejo de la emergencia lo ha hecho con la desviación militarista que lo caracteriza y haciéndose propaganda. No es el ministro de salud quien está al frente. Se apoya casi exclusivamente en la ayuda china, cubana y rusa, lo cual no tiene por qué desmerecerla, que contrasta totalmente con la agresión despiadada e indolente del Departamento de Estado, apoyada por el extremismo antinacional de Juan Guaidó y su claque. Es así, aunque le duela a algunos amigos y a otros no tanto. Ellos han tomado partido y se han alejado entonces enormemente de la objetividad que se necesita en estos difíciles momentos. Si el interés estuviera en el país y no en el poder, ambos harían un alto en las hostilidades y se enfrascarían en enfrentar al enemigo común: el nuevo coronavirus.
Se ha asomado la posibilidad de un préstamo especial del FMI por la emergencia sanitaria, que fue apoyado por Europa. El gobierno parece que decidió “caer en sus garras”. Sus adversarios ya públicamente han negado esta posibilidad, demostrando con ello su calaña. Otros, no sin razón, dicen que entregarle dinero al gobierno es perderlo en corrupción. Si éste es el problema, se puede buscar que los fondos de préstamo los administre una agencia internacional incuestionable como el PNUD. Ésta efectuaría las compras, recibiría lo comprado y supervisaría su uso. El gobierno estoy seguro que aceptaría esta administración de los fondos, pues ya la aceptó en el caso del préstamo frustrado ofrecido por la CAF. Faltaría ver si AD, UNT, PJ-Capriles van a continuar siguiendo y apoyando las mezquindades asesinas de Leopoldo López y de Julio Borges. Sería una gran decisión que la AN dirigida por Guaidó aprobara esta solicitud. Tienen la palabra.
Luis Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro
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