sábado, 7 de marzo de 2020

MIBELIS ACEVEDO DONÍS: EL DILEMA

Desde 2015 hasta hoy, mucha ha sido el agua que ha corrido bajo el maltrecho puente que a duras penas cruzamos. La situación de las fuerzas democráticas luego del licuado de la victoria obtenida en aquella “stunning election” que redefinió la cara del parlamento -una cuyo corolario tomó por sorpresa tanto a un chavismo que subestimó al adversario como a una oposición rebasada por el batacazo- dista mucho de replicar tiempos más promisorios. No sólo el país cambió, se profundizaron las grietas, el dolor y las urgencias, se produjeron reacomodos de las expectativas y las alianzas; sino que recurrir a la trocha de la abstención también abrió huecos insalvables (otro aval para la tesis de que el boicot electoral “raramente funciona”, empeorando más bien lo que pretendió mejorar, como señala Matthew Frankel) en términos de pérdida de espacios desde donde operar formal y legítimamente.

En efecto: si hablamos de acceso a ese poder de facto –no sólo poder simbólico, no sólo auctoritas- útil para empujar cambios desde adentro, encontramos hoy a una oposición prácticamente impedida para habilitar a punta de su sola voluntad una transición hacia la democracia.

En encuentro organizado por el Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB para discutir sobre el impacto de las elecciones en el proceso de avance (o retroceso) democrático, Félix Seijas daba cuenta de una llamativa fotografía política del país. De un 40,2% identificado con la oposición, 23,7% apoya al liderazgo y 16,5% no lo apoya; el chavismo, entretanto, figura con 23,4% (14,3% “resteado” con Maduro y 9,1% descontento con su gestión) mientras que el sector de quienes no se identifican con ningún bloque marca un elocuente 36,3%. En atención a la cruda lectura de una realidad que desafía al blanquinegrismo tan presente en nuestro discurso político, toca preguntarse: ¿cómo entender y proyectar la participación opositora en parlamentarias, evento que, a despecho de las ansiadas presidenciales, cuenta con mayor probabilidad de ocurrencia este año? 

Quienes tenazmente abogan por la abstención, ora como forma de presión que operaría en y desde el vacío; ora como forma de protesta y -discutible- método de visibilización de los vicios que caracterizan a las elecciones en país atenazado por el autoritarismo, descartan a priori el potencial del voto. Han endosado entonces casi toda la brega de una posible transición a las diligencias que adelantan los aliados de la democracia en el mundo: “solos no podemos”, dicen, este régimen es prácticamente inderrotable. Pero basta repasar la literatura asociada al tema para al menos contagiarse de algunas dudas razonables al respecto. 

Amén de los hallazgos de Frankel, quien tras riguroso estudio de 171 casos concluye que fuera “de pocas y raras excepciones los boicots electorales tienen consecuencias desastrosas” para quienes los convocan (suerte de no-estrategia que “contribuye a afianzar aún más al líder o partido gobernante”) trabajos como los de Robert Dahl, Staffan Lindberg o Andreas Schedler, por ejemplo, obligan a considerar el problema desde la perspectiva que destapa no la doxa, sino la observación sistemática de hechos. Y ello sugiere que la participación en elecciones sucesivas permitiría socavar las bases de apoyo de los regímenes autoritarios, bajando los costos de tolerancia al cambio, elevando costos de la opresión y permanencia en el poder.

Durante el evento organizado por la UCAB, y a contrapelo de la camisa de fuerza que encaja el determinismo histórico, John Magdaleno se apuntaba entonces a una certeza: la naturaleza del régimen autoritario condiciona el resultado de las elecciones, pero no lo decide. Hablamos así de la elección como gran momento desestabilizador, como eventual palanca de cambio. En ese sentido -y en sintonía con lo que luego explicaría Benigno Alarcón- la transición jamás podría ser vista como fruto de alguna suerte de decreto metafísico o de la indulgencia de cierto pensamiento mágico, ni la elección funcionaría como una terminante “bala de plata”. Sin aprovechamiento persistente y sostenido de ese principio de incertidumbre básico que domina los procesos de democratización –los cuales contemplan la acción coordinada y comprometida de partidos políticos y sociedad civil- la oportunidad de avances reales para la oposición tendería a anularse.

En ese vidrioso tramo estamos varados. Si bien hay que admitir que las menguas de una oposición fragmentada, perdida dentro de sí misma y despojada del virtuoso fulgor que sostuvo la lucha unitaria conspiran contra la meta de emular logros pasados, no debe omitirse el hecho de que perder presencia en la AN anunciaría el borrado del mapa político-institucional. Tal amenaza –y recordemos que buena parte del apoyo internacional deriva de esa legitimidad- obliga a medir el costo de no votar. Ser o no ser, estar o no estar: ante el dilema de perderlo todo o ganar algo que podría resultar ventajoso, es justo al menos hacerse algunas preguntas… ¿no?

Mibelis Acevedo D.
mibelis@hotmail.com
@Mibelis
@ElUniversal

1 comentario:

  1. La diáspora venezolana obedece a la suma entre otras cosas de la encuesta de la Ucab, el 16.5% más el 36.3% u el 9.1 del chavismo. Son muy pocas las personas que desean tener en el voto la salida constitucional por el ventajismo y represión del régimen narcoterrorista. Su artículo El Dilema me hizo reflexionar que necesitamos de la coalision internacional para recuperar una democracia viciada, pero que la posterior reforma constitucional, podremos obtener una verdadera descentralización de los poderes. Mientras no haya una opción internacional que nos de la libertad y nos devuelva la esperanza, debemos participar en las elecciones de la AN, para no perder el apoyo exterior y terminar sumidos en lo que resta, de la cubanización que ya tenemos.

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