Hoy se repite casi sin pensar en muy diversos medios que el objetivo supremo consiste en el igualitarismo. Incluso se citan fuentes que en verdad contradicen lo dicho, como cuando, por ejemplo, se menciona la Declaración de Derechos en el origen de la revolución francesa que en realidad alude expresamente a la igualdad de derechos en su primer artículo (“Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”), lo cual, junto con otros principios fundamentales fue negado por la contrarrevolución. Sin embargo, la revolución norteamericana mantuvo incólume aquella idea durante un largo período de tiempo y por eso prosperó en grado superlativo a diferencia del terror y el despotismo en que sucumbió la nación francesa en esas épocas.
Del principio de la igualdad de derechos deriva necesariamente la igualdad ante la ley que está indisolublemente atada a la noción de Justicia ya que no se trata de iguales en atropellos sino anclado en aquello de “a cada uno lo suyo”, es decir en el respeto a la propiedad de cada cual (lo suyo, adquirido de modo legítimo).
Afortunadamente todos los seres humanos somos diferentes desde la perspectiva anatómica, bioquímica y, sobre todo, psicológica. Cada cual es único e irrepetible en toda la historia de la humanidad. Decimos que esto es afortunado porque, de lo contrario, si fuéramos iguales se derrumbaría la cooperación social debido al bloqueo de la división del trabajo a través de diversos talentos y ocupaciones. Además sería invivible por otro motivo y es que los conflictos se multiplicarían si a todos los hombres le gustara la misma mujer y así sucesivamente. Todavía debe agregarse el aburrimiento colosal que serían las relaciones sociales en el contexto del igualitarismo puesto que las conversaciones serían lo mismo que hablar con el espejo.
Pero como afortunadamente la naturaleza no es igualitaria resulta que los gobiernos de los hombres la pretenden forzar y torcer de otra manera con lo que aplican la guillotina horizontal para que los resultados de diversas aptitudes e inclinaciones queden desfiguradas en un igualitarismo amorfo. Esto conduce a los resultados antes mencionados a lo que cabe agregar que los que se encuentran bajo la línea de igualación esperarán a ser compensados por la diferencia, compensación que en definitiva no llegará porque los que se encuentran arriba de dicha línea tenderán a no producir si saben que serán expoliados por la diferencia.
Pero hay un asunto aun de mayor importancia y es el grave perjuicio que se infringe especialmente a los más necesitados a través de política igualitarias en el sentido referido. Resulta crucial comprender que la única causa de salarios e ingresos en términos reales es las tasas de capitalización, esto es equipos, maquinarias, conocimientos relevantes, instalaciones que hacen de apoyo logístico para aumentar el rendimiento. Esa es la diferencia central entre países ricos y pobres junto, claro está, con marcos institucionales que garanticen el uso y la disposición de lo propio.
Es curioso y paradójico que con razón se insiste en la consideración por la naturaleza y el cuidado de animales, vegetales y minerales y, sin embargo, se pretende torcer el rumbo y faltarle en respeto a la naturaleza de los humanos.
Por otra parte, la redistribución de ingresos realizada por aparatos estatales desaprensivos se traduce inexorablemente en un esperpento de proporciones mayúsculas por el hecho que significa contradecir la distribución que hizo la gente en el supermercado y afines, lo cual, al reasignar los siempre escasos recursos en direcciones distintas de las preferidas por la gente se incurre en derroche, situación que consume capital y, por ende, contrae las antedichas tasas de capitalización y consiguientemente los salarios.
En este sentido es del todo irrelevante el delta o el diferencial de ingresos y patrimonios, lo realmente significativo es la preferencia de la gente que con sus votos en el mercado, es decir, con sus compras y abstenciones de comprar va asignando —distribuyendo— factores de producción.
En realidad la guillotina horizontal constituye un atropello y un ataque a cualquiera que sobresalga en cualquier tarea, es una afrenta para cualquier logro más allá del promedio, es un insulto y una agresión para cualquiera que pretenda niveles de excelencia. Es en otros términos un achatamiento deliberado del progreso, es en resumen una apología a la mediocridad.
Siendo cada persona diferente, necesariamente su acción producirá resultados también diferentes y si se atacan esos resultados, la sociedad se debatirá en la pobreza moral y material. Cada cual debe tener la libertad de proceder como le plazca siempre y cuando no lesiones derechos de terceros, pero asimismo cada cual debe tener la libertad de atribuir distinto valor a los resultados que producen otros.
Pero entonces, ¿cuál es el motivo de la manía por el igualitarismo de ingresos y patrimonios? Tal vez el motivo más profundo sea la envidia, esto es, no se tolera que otro sea mejor. Es un sentimiento sumamente destructivo, una cosa es la sana emulación por ser mejor y otra bien diferente es el deseo de destruir o amputar el éxito del vecino.
Otra de las razones del igualitarismo es la errada noción de que la riqueza es algo estático y por tanto se la mira en el contexto de la teoría de la suma cero, es decir, lo que tiene uno es porque otro no lo tiene sin percatarse que la riqueza es un concepto dinámico. No hay más que mirar la evolución humana desde la cueva y el garrote hasta el presente. Los países y regiones que han quedado en situaciones primitivas es, precisamente, debido a las políticas retrógradas de sus gobiernos que han coartado la libertad y los derechos de los gobernados. Poco tienen que ver los recursos naturales puesto que, como se ve, hay continentes como el africano que representan los mayores recursos naturales del planeta y, sin embargo, las hambrunas y las pestes los acechan en casi todo su extenso territorio, mientras hay otros regiones como la japonesa que es un cascote en el que solo el veinte por ciento es habitable pero con un alto nivel de vida.
Anthony de Jasay apunta que la metáfora, tomada del deporte, que dice que todos deberían partir de la misma línea de largada en la carrera por la vida, sin ventajas de herencia, es autodestructiva. Esto es así porque el que se esforzó por llegar primero y ganar la carrera percibirá que en la próxima largada habrá que nivelar nuevamente, con lo que el esfuerzo realizado resultó inútil.
Del mismo modo, John Rawls, Ronald Dworkin y Lester Thurow, al insistir en principios de compensación a los menos dotados en cuanto a los talentos naturales, están, en definitiva, perjudicando a los que menos tienen. En primer lugar, los talentos adquiridos son consecuencia de los naturales en la formación de la personalidad, con lo que no resulta posible escindirlos. En segundo término, nadie sabe —ni siquiera el propio titular— cuál es su stock de talentos mientras no se presente la oportunidad de revelarlos, y esas oportunidades serán menores en la medida en que los gobiernos "compensen", con lo que inexorablemente distorsionan los precios relativos. Por último, cada uno tendrá habilidades diferentes para usar la compensación otorgada por los aparatos estatales; en consecuencia, habría que compensar la compensación y así sucesivamente.
En este contexto de la guillotina horizontal irrumpe el impuesto progresivo. Como es sabido, hay básicamente dos tipos de impuestos: el proporcional, en el que, como su nombre lo indica, la alícuota es proporcional al objeto imponible, y el progresivo, en el que la tasa crece cuando aumenta el objeto imponible. El último gravamen constituye un privilegio para los más ricos, ya que su instalación en el vértice de la pirámide patrimonial antes del establecimiento de la progresividad les otorga una gran ventaja respecto a los que dificultosamente vienen ascendiendo en la pirámide, lo cual bloquea la movilidad social. Además, el tributo progresivo altera las posiciones patrimoniales relativas, a diferencia del impuesto proporcional, que las mantiene intactas; es decir, no desfigura los resultados de las mencionadas votaciones de la gente. Además, la progresividad se transforma en regresividad, ya que los contribuyentes de jure con mayores posibilidades de inversión al dejar de invertir afectan los salarios de los de menor poder adquisitivo. Tengamos en cuenta que dos de los puntos del célebre decálogo de Marx y Engels se refieren a la conveniencia de la progresividad y que en EE.UU., los Padres Fundadores, se oponían férreamente al impuesto progresivo por los motivos antes apuntados. Solo mucho más adelante a través de una reforma constitucional se implantó el impuesto progresivo entre los estadounidenses con las insistentes pero infructuosos críticas del caso.
En estos contextos, se recurre a la expresión desafortunada de "darwinismo social", a través de lo cual se lleva a cabo una ilegítima extrapolación del campo biológico al campo de las relaciones sociales. En este último terreno, los más fuertes económicamente, como una consecuencia no buscada, trasmiten su fortaleza a los relativamente más débiles, vía las referidas tasas de capitalización y, en este caso, no se seleccionan especies sino normas. Darwin tomó la idea del evolucionismo de Mandeville, pero con un sentido sustancialmente distinto.
No se trata de la caricatura del así denominado “derrame” puesto que peyorativamente se pretende trasmitir la peregrina idea de que los pobres comen de las migajas que caen de las mesas de los ricos o de sus vasos que rebalsan, cuando en realidad de lo que se trata de de un proceso en paralelo a medida que las tasas de capitalización aumentan, se incrementan los salarios, tal como ocurre en todos lados si los gobiernos no se entrometen en el proceso y, sobre todo, si es que no permiten que los pseudoempresarios se alíen con ellos para contar con mercados cautivos y otros privilegios para explotar a la gente.
Por otro lado, si se estima que el progreso de algunos no es suficiente debe recurrirse a la primera persona del singular y no a la tercera del plural endosando a otros la responsabilidad de ayudar y así establecer entidades al efecto de recaudar fondos para atender necesidades que se consideran insatisfechas. “Put your money where your mouth is” constituye un sabio consejo.
Por otra parte, como he escrito en otra oportunidad en detalle, la redistribución coactiva vulnera el óptimo Pareto ya que hay perdedores. También desconocen la regla pareteana en primer lugar el denominado criterio Kaldor-Hicks de supuestos balances generales y en segundo lugar el equilibrio de Nash, el primero por contradecir el postulado central de Nozick en cuanto a que el hombre no debe ser usado como medio de otros ya que es un fin en si mismo, y el segundo por una mala aplicación del interés personal puntualizado desde Adam Smith y el apartamiento de la tragedia de los comunes trabajada desde Garret Hardin (aunque la crítica de la propiedad colectiva estaba presente desde Aristóteles).
En resumen, seguramente la antes referida envidia es lo que más influye en los espíritus igualitaristas. Recuerdo a un prominente empresario llegado a Buenos Aires desde La Habana, en su momento perseguido y expropiado por el régimen comunista de la isla que a poco andar reconstituyó su fortuna entre los argentinos. En una oportunidad nos mostró a mi padre y a mi un diario editado en Miami por cubanos donde había una declaración de un fulano que decía “el sistema castrista me arruinó por completo pero por lo menos a [y mencionó al empresario en cuestión] le han sacado todo”. Es decir, se arruinó pero le quedó la malsana satisfacción que liquidó a los que envidiaba. Es como concluye Helmut Shoeck en su tratado sobre la envidia: “en una palabra, la historia de la civilización es el resultado de innumerables derrotas de la envidia, es decir, de los envidiosos”.
Alberto Benegas Lynch (h)
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