miércoles, 6 de mayo de 2020

JEANETTE ORTEGA CARVAJAL, DETRÁS DEL LIBRERO

Igual que a muchos, la tragedia la condenó a estar encerrada. A tener miedo de salir y a dejar de vivir lo que le corresponde a cualquier adolescente de su edad. Debió, abruptamente, aceptar que solo podrá ir de una habitación a otra. Sin embargo aún tiene recuerdos frescos para refugiarse en ellos, como cuando de pequeña iba feliz a la escuela, donde a pesar de ser nueva había logrado hacer amigos.

Ya no puede ver a sus compañeros de clases. Ya no tiene a quién prestar y pedir prestados lápices, colores ni cuadernos. Todo se terminó de un golpe. Su vida cambió. Sus sueños acabaron recluidos en un espacio pequeño en donde vive junto a su familia y cuatro personas más. La casa de atrás se volvió su mundo, su espacio, su cárcel.

Las carreras en el parque, las risas libres que volaban al viento, el delicioso olor del pan fresco que la deleitaba al pasar frente a la panadería, la sensación de la hierba húmeda bajo sus pies descalzos, son cosas que no podrá olvidar.

Jamás pensó añorar las clases que dentro de un salón impartían sus maestros, a quienes directamente podía preguntar sus dudas o mostrarles algo que ella había escrito. Eso era lo que más disfrutaba. Su sueño es ser una gran escritora o una excelente periodista. No quiere ser olvidada. ¡Quiere publicar! Por eso escribe a diario. Lee hasta ya no poder más y quizás debido al encierro se da cuenta de que ella, con lápiz y papel, es Dios.

Descubrir su sinceridad y frases crudas llenas de verdades (desconocía que todo eso la habitaba por dentro) la sorprenden. A veces, la duda sobre cualquier cosa que llame su atención no la deja dormir y se hace preguntas. Incendia su raciocinio y progresivamente, una fisura que quema su alma la desgarra con sentimientos nuevos que, como si de un sendero de lava hirviendo se tratara, arden y la llenan de inquietud y esperanzas. Así de intensa es la pasión que empieza a sentir por las letras y por ese mundo de adultos que cuestiona y al que quiere pertenecer. Necesita triunfar. Algún día colocará dedicatorias y firmará sus propios libros, eso es parte de su ilusión.

Pero el tiempo de encierro se ha extendido más de lo que nunca nadie había imaginado y la falta de ingresos hace que la familia administre a conciencia los alimentos que aún tienen. No deja de escribir ni de analizar con el ingenio de su edad, todo tipo de pensamiento en cada minuto de confinamiento que ya comienza a entristecerla. Sus padres, para evitar que la quinceañera caiga en depresión, le dan valeriana en un intento de ayudarla a controlar sus nervios y atemperar sus ganas de salir para recuperar la vida.

Unos amigos les llevan alimentos porque para ellos es un peligro de muerte exponerse a salir. La joven es de contextura delgada porque se ha acostumbrado a comer poco. Su cabello al hombro y algo rebelde es tan negro que parece pintado al carboncillo y hace resaltar su piel pálida, que lleva tiempo sin recibir sol. Su semblante, delgado y dulce, es la prueba de que los ángeles saben dibujar la inocencia en el rostro de la juventud.

Su padre se llama Otto, trabaja por cuenta propia en la venta de hierbas y especies. Logró, no sin esfuerzo, iniciar una pequeña empresa para elaborar pectina, una sustancia que se extrae de ciertas frutas y se usa para dar consistencia a la mermelada. Pero la tragedia que ya conocemos hizo que la economía y sus proyectos de trabajo se vinieran al suelo. Se acabaron los ingresos. Su pequeña empresa, como la de tantos emprendedores, quebró.

La joven intenta que sus días de encierro corran sobre linderos de libros emancipando la prosa de sus textos escritos. Durante el tiempo de aislamiento, termina un cuaderno y varios más. Allí plasma lo que siente, piensa y ve. Sus cuentos y sus sueños los entrega a cambio de que el tiempo vuele y pueda recuperar su libertad. Incluso inició su primera novela y eso la llena por dentro. Ese es el trato que le ofrece a la vida ¡Sí! Pero… la vida parece negarse a pactar.

De pronto, no lo puede creer, el confinamiento llega a su fin. El encierro terminará pero no siente alegría sino miedo y sabe muy bien por qué.

Un comando de la policía entra violentamente a una habitación secreta detrás de un librero giratorio. Las 8 personas quienes en confinamiento convivieron ocultas durante 760 días, fueron arrestadas, interrogadas y trasladadas a campos de concentración.

No se supo nunca quién los delató, pero tres días antes de ser descubiertos la adolescente que nunca quiso ser olvidada había escrito por última vez. Su nombre, Ana Frank.

Jeanette Ortega Carvajal
@jortegac15
@ElNacionalWeb

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