“Venezuela: militares bajo control”, es el título de un artículo de Foreign Affairs Latinoamérica, que logró algo que parecía imposible en estos tiempos: generar cierta polémica en un ambiente empantanado entre cuarentena y falta de combustible. La razón, que intenta voltear de revés la hegemonía de la alianza “militar-civil” del bloque en el poder por su contrario, una novedosa “civil-militar” exactamente en sentido contrario.
“Consideramos que el poder civil –con el PSUV como vehículo- infiltró al poder militar y anuló la posibilidad de que ahí surgieran mandos unificados que pudieran rebelarse.” Añadiendo que: “Por eso la estrategia de inducir divisiones dentro de las fuerzas armadas para que una parte abandonara la coalición gobernante no funcionó”.
De manera que “no fue la bota militar la que menoscabó la democracia venezolana, sino el aparato ideológico civil que preparó el fin de unas fuerzas armadas profesionales y debilitó a una sociedad con aspiraciones democráticas”.
En conclusión: “El verdadero poder es civil y reside en el PSUV”. Cito in extenso porque los autores se refutan a sí mismos, ante cualquier observador imparcial; no obstante, vale la pena introducir algunos comentarios antes de otras citas textuales.
Lo primero que salta a la vista es lo tardío de la aparición del PSUV, fundado por Chávez en el 2008, cuando ya tenía 10 años en el poder, 16 de haber insurgido en el escenario político y otros innumerables de conspiraciones cuartelarias. Sus antecedentes fueron el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 y el Movimiento V República, de los que no puede decirse que fueran fuerzas civiles que cooptaron a las fuerzas armadas.
El PSUV considerado aisladamente, sigue privilegiando al factor militar sobre el civil. Fundado por el teniente coronel Chávez, organizado en “batallones, pelotones y escuadras”, su ideólogo fue el general de división Alberto Müller Rojas, militar en condición de activo, miembro del Estado Mayor Presidencial, quién además fue el primer vicepresidente del partido, detrás del propio Chávez.
Desde el principio Müller confesó que las fuerzas armadas estaban politizadas, declaró que no hay militar que no sea político y que lo de fuerzas armadas apolíticas y no beligerantes era, en su opinión, la mentira más grande que jamás se les hubiera inculcado.
La cuestión del papel de los civiles en la alianza ya había sido resuelta incluso antes de los golpes de estado de 1992, en los que las facciones civiles se quedaron esperando unas armas que nunca llegaron, por la desconfianza que los conjurados siempre les dispensaron.
Pero insisten los redactores de FAL en que “el chavismo civil ha desarrollado formidables capacidades de control sobre las fuerzas armadas venezolanas, especialmente por vía de transferencia de conocimientos y experiencias políticas del régimen cubano”.
Doble error sólo explicable por una de las taras del izquierdismo que siempre que habla de dictaduras militares agrega “del cono sur”, como si las del norte del cono no fueran también militares. Desde el principio, la alianza de Castro con Chávez fue una conjura militar (ambos eran caudillos militares) y la transferencia de conocimientos y experiencias opera entre aparatos armados, de inteligencia y contrainteligencia castrenses.
“Esta intervención del poder civil sobre el militar ha fragmentado el mando militar y le ha restado eficacia operativa a las fuerzas armadas (que) han sido larga y duramente intervenidas por el partido de gobierno con el fin de evitar rebeliones militares”.
La condición de país petrolero y la captura de la industria petrolera hicieron que “la cooptación de las fuerzas armadas haya pasado parcialmente desapercibida”. A raíz de los sucesos de abril de 2002 “el partido cooptó a los militares y las fuerzas armadas incorporaron la ideología del gobierno, adoptaron posteriormente el inconstitucional nombre de Fuerza Armada Nacional Bolivariana y los lemas del PSUV”, algo tanto más sorprendente visto que ese partido todavía no existía.
Hay un “poder civil sobre el militar”. Incluso, “la revolución es comandada por fuerzas civiles y ya no temen la injerencia militar sobre sus cuotas de poder ni el mando en Venezuela”. Así FAL nos propone su prisma renovado de “autoritarismo civil policíaco y no militar, con fuerza en la ideología, la propaganda y el control social estructural”.
“El nuevo papel de los militares en Venezuela es obedecer a ese poderío expresado en el PSUV”. Debe comprenderse el nuevo razonamiento de la FANB: “Guardiana del PSUV”.
En verdad, nunca los militares han tenido tanto poder como hoy que además de político es también económico, para lo que huelgan los ejemplos. En casi dos siglos de vida republicana este país ha sido gobernado siempre por militares, salvo el breve ínterin de José María Vargas en el siglo XIX, que naufragó en esas aguas y ahora hasta le quitaron el nombre a su estado, y los “40 años” del siglo XX de gobierno civil bajo tutela militar.
Sin embargo, vale la pena aclarar que el PSUV no tiene el ascendiente que afirma FAL. No es un partido de combate, forjado en la lucha por el poder, etcétera. Más bien es un partido gobiernero, que recuerda las Agrupaciones Cívicas Bolivarianas del General Eleazar López Contreras y a los Partidarios de las Políticas del Gobierno del General Isaías Medina Angarita que dieron origen al Partido Democrático Venezolano; o bien al Frente Electoral Independiente del General Marcos Pérez Jiménez.
Salvando las distancias, porque aquellos eran partidos conservadores y éste pretende ser un partido revolucionario, pero que está al final del proceso y no al principio, es de la fase de institucionalización, si se permite la expresión, cuando ya la insurgencia ha terminado.
En Venezuela se suele decir que más que un partido es una empresa del estado, porque su nómina la paga el gobierno. Su primer vicepresidente, el general de división Alberto Müller Rojas, repelía la caterva de oportunistas gritándoles que “quien no aguante dos charlas doctrinarias no puede entrar aquí”.
Su actual vicepresidente, el teniente Diosdado Cabello, que se esmera en superar los modales y el lenguaje sutil del anterior, no ha cambiado la impresión de que menos que militantes, simpatizantes y amigos, le siguen una cáfila de busca puestos.
En su dirección no hay ni rastro de “profundas raíces en la izquierda histórica, castrista, guerrillera, universitaria, intelectual, gremial, sindical y policial en el ejército y sus componentes”, como pretende el artículo de FAL, en cambio, pueden encontrarse militares golpistas, resabios adecos y copeyanos, saltimbanquis y volatineros.
Es absolutamente innecesario demostrar que los llamados chavistas originarios, centauros, juramentados del Samán de Güere o como se les llame, integran una logia militar que de tener alguna doctrina sería el “putschismo”, que inspira cada una de sus actuaciones.
El PSUV es su correa de transmisión, una herramienta y de civil no tiene ni la fachada.
Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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